Un repentino cierre fronterizo ahonda el calvario de los migrantes venezolanos paralizados en Colombia
VILLA DEL ROSARIO, Colombia.- La frontera entre Venezuela y Colombia amaneció fortificada por ambos lados, incluso con las famosas trochas (pasos clandestinos) cerradas. Militares, policías y hasta efectivos antidisturbios desplegados en un territorio en el que reina la incertidumbre y la desolación ante las órdenes y contraórdenes que se imparten desde Caracas en torno a la clausura del principal paso fronterizo entre ambos países.
El gobierno de Bogotá informó anoche sobre el cierre a cal y canto del Puente Internacional Simón Bolívar, que según sus voceros se notificó pocas horas después de que el presidente, Iván Duque, denunció una operación venezolana para comprar misiles de mediano alcance a Irán.
Según los servicios de información de Estados Unidos y Colombia, estos proyectiles estarían destinados a grupos irregulares que se fortalecieron en la zona fronteriza.
Caracas se justificó alegando un supuesto operativo para descontaminar la zona, pero la realidad es que sus centros de confinamiento en la fronteriza del estado de Táchira están colapsados.
Esta tarde, un grupo de venezolanos atravesó la frontera bajo el sistema de "cuentagotas" impuesto por el chavismo, que convirtió a Cúcuta y a Villa del Rosario en un embotellamiento constante, donde miles de venezolanos sobreviven a duras penas porque su gobierno les impide retornar a sus hogares. Una pequeña "ventana" que no es suficiente para aliviar el drama humano que aquí se vive.
"Ante el clamor generado, tomaron la determinación de admitir a 200 venezolanos. Pero el mensaje que hemos recibido nosotros es que la suspensión permanece", precisó Juan Espinosa, director de Migración Colombia.
"Hay mucha gente ahora mismo en la frontera y todos preocupados", resumió a LA NACIÓN el pastor Mauricio Miranda, quien dirige la Iglesia de la Frontera y se encarga de alimentar a quienes viven y pasan por las trochas, un gentío difícil de calcular.
Lo mismo sucede en el campamento improvisado de La Parada (a pocos metros del Puente Internacional Simón Bolívar) y sus alrededores, donde al menos 2000 emigrantes esperan su traslado entre plásticos y maderas, sin agua y en condiciones tan precarias que los transforman en los parias entre los parias.
La información corrió como la pólvora, algunos no se la querían ni creer. "Vengo desde Guayaquil (Ecuador) y sólo pienso en seguir a mi casa", explicó un joven caraqueño tras comentar su peripecia, tan parecida a las ya vividas por los casi 100.000 venezolanos que sí pudieron ingresar a su país desde que en marzo se declararon los distintos confinamientos.
"Hay más incertidumbre de la que yo esperaba en la población caminante, recuerda que los que vienen llegando a la frontera a pie aún no han socializado la información. Pero lo que ya estaban en La Parada han empezado a salir a buscar opciones de asentamiento, cosa que nos preocupa porque se va a empezar a incrementar las condiciones de calle para estas familias, mujeres y niños", dijo Vanessa Apitz, dirigente de la Fundación Nueva Ilusión.
El tan temido efecto rebote (viaje de vuelta a sus puntos de salida) es una de las soluciones ante las condiciones extremas que se soportan en la frontera. Otros prefieren esperar. En la actualidad venezolana las locuras se superponen sin freno unas a otras.
Pese al calvario que les toca vivir para caminar o viajar cientos y cientos de kilómetros, cruzar la frontera no significa acabar con las calamidades: el chavismo obliga a los migrantes a permanecer varias semanas en cuarentena antes de trasladarse a sus municipios. Y casi siempre en condiciones muy precarias.
"Maduro viola recomendaciones de la ONU sobre garantizar retorno y seguridad a connacionales durante la pandemia. La población venezolana tiene derecho a regresar a su país, estas decisiones sólo generan más dificultades", protestó la ONG de derechos humanos Provea.
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