Venenos, balazos y ahorcamientos: las muertes sospechosas de los críticos de Putin
Varios opositores fueron encarcelados o perdieron la vida en circunstancias extrañas
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MOSCÚ.- El avión en el que viajaba el líder mercenario Yevgney Prigozhin fue aparentemente derribado este miércoles mientras volaba entre Moscú y San Petersburgo, en lo que muchos vieron una demostración de fuerza para aleccionar a los sublevados.
No es el primer opositor y probablemente no será el último en caer bajo el hacha de Vladimir Putin: desde que asumió la presidencia, este es el destino que aguarda a quienes no están de acuerdo o se oponen a él.
También murió violentamente Boris Nemtsov, ex viceprimer ministro, asesinado a la edad de 55 años en 2015 de un disparo mientras caminaba por un puente en Moscú, cerca del Kremlin.
Nemtsov pagó caras las críticas a la anexión de Crimea en 2014, antesala de lo que sería más tarde la invasión total de Ucrania. El líder checheno Ramzan Kadyrov fue acusado de connivencia en su muerte.
En 2006, Alexander Litvinenko, un exoficial de la KGB que se convirtió en ciudadano británico y opositor del presidente ruso, fue envenenado con polonio en un hotel de Londres donde había conocido a dos hombres. Murió semanas después en medio de un sufrimiento insoportable.
Pero entre las víctimas del Kremlin no solo hay opositores políticos o exespías. Los periodistas también están en la lista. El 7 de octubre de 2006, el libro La Rusia de Putin marcó la sentencia de muerte de la periodista Anna Politkovskaya, de Novaya Gazeta, asesinada frente a su casa en Moscú el día del cumpleaños del líder ruso. Su culpa fue criticar el manejo ruso de la situación armada en Chechenia.
Después de Politkovskaya, el Kremlin también silenció a otra reportera de Novaya Gazeta, Anastasia Baburova, que fue asesinada en enero de 2009 junto con el abogado de derechos humanos Stanislav Markelov mientras se encontraban en las calles de Moscú.
El 23 de marzo de 2013, el oligarca ruso Boris Berezovsky fue encontrado ahorcado en su casa de Sunninghill (Gran Bretaña), pero los jueces ingleses no pudieron determinar si en realidad se trataba de un suicidio.
Luego están aquellos que el Kremlin no habría podido matar. Como el líder opositor Alexei Navalny, encarcelado durante dos años y recientemente condenado a diecinueve años por “extremismo”.
Navalny fue envenenado por primera vez en 2020 con el agente nervioso novichok, que según la inteligencia occidental fue obra de los servicios rusos. Sus allegados juran que ahora está siendo sometido al mismo tratamiento tras las rejas con una sustancia de liberación lenta insertada en la comida.
Los críticos que no fueron encarcelados o asesinados se encuentran exiliados. Entre ellos están el exmagnate petrolero Mikhail Khodorkovsky y el presentador de televisión Maxim Galkin. Jodorkovsky vive en Londres después de cumplir diez años de prisión y ahora financia proyectos mediáticos críticos con el Kremlin.
Galkin, marido de la estrella del pop ruso Alla Pugacheva, vive en Israel y se convirtió en una de las voces contra la ofensiva en Ucrania en las redes sociales. Moscú lo considera “un agente extranjero”, como lo son todos los que no piensan como el Kremlin.
Pero la distancia tampoco es sinónimo de seguridad, como sucedió con el mencionado Litvinenko y con otro sonado caso también en Gran Bretaña. En marzo de 2018, el exespía ruso Serguei Skripal y su hija Yulia fueron envenenado con la toxina Novichok e internados en grave estado. El ataque desató una crisis diplomática entre Lodres y Moscú que incluyó la expulsión de diplomáticos de ambos países.
Agencia ANSA
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