La llegada al poder de Liz Truss: varios frentes para un liderazgo que nace debilitado
Entre la guerra en Ucrania y la crisis económica y social que vive Europa, muchos no auguran un buen pronóstico para la nueva ministra; Sus detractores estiman que tiene más ambición que reales convicciones y que sus posturas ocultan su ausencia de estatura política
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PARÍS.- Su gobierno se anuncia tan agitado que, aún antes de asumir, los medios nacionales ya especulan con un “rápido retorno de Boris Johnson”. Y razones sobran. No solo Liz Truss carece de un auténtico apoyo del electorado nacional sino que, desde hoy mismo, se verá confrontada a una situación económica grave, con una inflación de 10,1% anual, que podría superar el 20% en 2023, y con una enérgica protesta social, expresada por millones de británicos desesperados, frente a unas facturas de energía que aumentarán 80% en octubre.
¿Acaso la nueva primera ministra tendrá el temple y la intrepidez de Margaret Thatcher -su gran modelo-, para sacudir el establishment tory y sacar al país del marasmo? Muchos lo dudan, en particular dentro de su propio partido. Sus detractores estiman que tiene más ambición que reales convicciones y que sus posturas ocultan su ausencia de estatura política. Argumentan que sus frases hechas y simples palían en sus discursos cierta debilidad intelectual. Una diputada conservadora que ocupó funciones ministeriales junto a Truss la califica de “la persona más ambiciosa que he conocido”.
“Honestamente, creo que le han dado los puestos y las promociones que tuvo para hacerla callar. Su ambición es sin ninguna duda más grande que sus capacidades”, asegura.
Su período de gracia podría ser, en efecto, extremadamente corto. Sobre todo, si la nueva primera ministra no consigue controlar su propensión a la provocación y a las declaraciones agraviantes. Ya en 1994, cuando aún militaba en las filas de los liberales-demócratas, había escandalizado a la asistencia del congreso del partido en Brighton, promoviendo la “abolición” de la monarquía.
Ahora, durante las primarias de su elección, aconsejó “ignorar” a Nicola Sturgeon, primera ministra escocesa y sus reivindicaciones separatistas “porque busca solo llamar la atención”. También se preguntó en público si el presidente francés, Emmanuel Macron, era “un socio o un enemigo”. Pocos días después del comienzo de la guerra en Ucrania, había afirmado “apoyar” a los voluntarios extranjeros que partían a combatir junto a los ucranianos. Esa falta de mesura llevó a Dominic Cummings, el ex consejero de Boris Johnson convertido en su peor enemigo, a calificarla de “granada lista para estallar”.
“Si gobierna como hizo campaña, será un desastre”, estimó Nicola Sturgeon, la víspera de su designación.
Es verdad, Margaret Thatcher tampoco tenía pelos en la lengua.
“El gallo canta. Pero es la gallina quien pone los huevos”, dijo en una ocasión. En forma menos imaginativa, afirmó otra vez que “en política, si usted quiere un discurso, pídaselo a un hombre. Si quiere hechos, pídaselos a una mujer”. Sin repetir directamente las palabras de la Dama de Hierro, Liz Truss apostó hasta la saciedad por transmitir la imagen de una mujer fuerte, que actuará más enérgicamente que cualquier otro político que perora en los bancos de Westminster.
El problema es que, además de enfrentar la crisis económica y social que vive el Reino Unido, la nueva ocupante de Downing Street tendrá que hacer un esfuerzo hercúleo para calmar y reunificar un Partido Conservador totalmente dividido. Asumiendo la dirección de esas tropas desorientadas, Truss debería recordar otra de las célebres frases de Thatcher: “La primera etapa cuando se calcula el camino a seguir consiste en saber adónde uno se encuentra parado”.
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