¿Vacunas o vacaciones? El dilema de muchos uruguayos camino a Semana Santa
Muchos trabajadores considerados esenciales declinaron vacunarse contra el coronavirus en los primeros días de la campaña nacional para que la segunda dosis no coincidiera con el receso que empieza a fines de marzo
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La salud es lo primero, dice el saber popular. Pero esa ley de hierro de la supervivencia, supuestamente inquebrantable, encontró su excepción en Uruguay. Para muchos beneficiarios de las vacunas contra el coronavirus, que por ser personal esencial se debían vacunar en estos días, lo primero son las vacaciones.
La campaña de vacunación del gobierno de Luis Lacalle Pou, tras un comienzo rezagado con relación a otros países, experimentó un marcado crecimiento y avanza mucho mejor, recuperando terreno, en un mano a mano con los contagios que también se están acelerando.
Pero ninguna campaña puede con las tradiciones. Miles de personas que debían vacunarse desde la semana pasada declinaron hacerlo. Sucede que el turno que les correspondía automáticamente para la segunda dosis, que coincidía con Semana Santa –rebautizada en Uruguay como Semana de Turismo-, les iba a cortar en seco esa breve, pero intocable, salida de la ciudad.
“La Semana de Turismo es sagrada en Uruguay. Acá decimos que la vida en el país empieza cundo termina el último ciclista” de la carrera de esas fechas, dijo a LA NACION Carmen Guerra. Esta administrativa está harta del virus, y quiere vacunarse, pero reconoce el hipnotismo que produce el descanso de Semana Santa en el alma de los uruguayos.
El ministro de Salud, Daniel Salinas, advirtió el jueves pasado una caída en las vacunaciones. Ese día se había vacunado menos de la mitad de la gente que en los días anteriores, unas 10.000 personas. Y se esperaban menos aún, cerca de 8000, para el día siguiente, “porque les cae la segunda dosis el jueves santo y viernes santo”.
“Somos todos vivos acá”, dijo el ministro. La mayor preocupación para algunos era, al parecer, si se iban a la costa o se iban a la sierra. La prioridad era estar frescos y descansados. Y luego, sí, vacunados.
“El momento es ahora, si nos tenemos que dar la segunda dosis en Semana de Turismo o Santa nos la tenemos que dar, no valen las excusas”, había advertido Salinas al comienzo de la campaña nacional de vacunación, el 1° de marzo, previendo esta futura reticencia ciudadana.
Los ausentes eran parte del grupo que el gobierno identificó como prioritario, y que está conformado por trabajadores de la educación, del Instituto del Niño y Adolescente, policías, militares y bomberos. Fue así que se tomó la decisión de abrir la inscripción a las personas de la franja de 55 a 59 años, sin necesidad de ser personal esencial, tener enfermedades preexistentes o alguna otra circunstancia de población de riesgo.
Debían recibir la vacuna del laboratorio chino Sinovac, todavía sin aprobar para los mayores de 60. Por eso se fijó esa franja etaria, algo más baja, y que todos los que calificaran pudieran sacar turno, ir a los centros de vacunación e inocularse. Así, también, la campaña no sufriría retrasos.
“No tenemos tiempo para perder”, dijo Salinas al fundamentar la ampliación de la población vacunable. “El ritmo con el que se viene vacunando es bueno”, aunque “la capacidad que tenemos es bastante mayor”, precisó.
Tampoco ayudó que circulara cierta desconfianza con la vacuna china, y que crecieran las expectativas ante la primera partida de Pfizer. Ante esas vacilaciones, el ministro, de 59 años, dijo que se vacunaría con la Sinovac porque “es tan buena como las demás”.
Jenny Kovacs fue una de las beneficiadas con la ausencia de quienes, en vez de registrarse para la vacunación, sacaron reservas de hotel. “Me anoté la semana pasada y me vacuné esta semana. Soy población general en esa franja etaria” de 55 a 59 años, dijo Kovacs a LA NACION.
“Me parece una estupidez que no te inmunices contra este bicho por irte de vacaciones. Si te vas de vacaciones, vení a vacunarte y volvé a salir”, añadió.
Con una mirada más clínica, Kovacs, psicoanalista y profesora universitaria, sostuvo que esa evasión turística era, en el fondo, una negación del riesgo que representa el coronavirus. “Estás negando el hecho de que el bicho te puede matar. Estás utilizando un mecanismo de defensa frente a la angustia que es la negación”, concluyó.
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