La renuncia de Mijaíl Gorbachov desde el Kremlin marcó un punto de quiebre en la historia de la potencia
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Fue por décadas la única potencia que podía rivalizar con Estados Unidos, hasta que la noche del 25 de diciembre de 1991 dejó de existir.
“Por este medio interrumpo mis actividades como presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”, anunciaba Mijaíl Gorbachov desde el Kremlin, en un discurso que le dio la vuelta al mundo.
Para muchos, aquel momento marcó el fin de la potencia comunista y de la Guerra Fría, pero para otros la Unión Soviética (URSS) ya había muerto semanas antes con el Tratado de Belavezha.
No obstante, la gran mayoría concuerda que tras el golpe de Estado de agosto de ese año la Unión tenía sus días contados.
Desde la primavera, Gorbachov y sus aliados en el gobierno federal habían estado negociando el Nuevo Tratado de la Unión, que buscaba mantener a la mayoría de las repúblicas dentro de una federación mucho más flexible. Consideraban que era la única vía para salvar la URSS.
“Querían mantener algún tipo de Unión, pero con el tiempo esa idea era cada vez menos atractiva para los líderes de las repúblicas, especialmente para Boris Yeltsin (presidente de Rusia)”, afirma a BBC Mundo el periodista y escritor Conor O’Clery, autor de “Moscú, 25 de diciembre de 1991: El último día de la Unión Soviética”.
La propuesta también era rechazada por los comunistas conservadores, el ejército y la KGB (la agencia de inteligencia soviética) y por eso pusieron a Gorbachov bajo arresto domiciliario en su casa de vacaciones en Crimea.
Pero los golpistas estaban mal organizados y fracasaron tras una campaña de resistencia civil liderada en Moscú por Boris Yeltsin, quien era a la vez aliado y crítico de Gorbachov.
El golpe falló, pero como consecuencia de este Gorbachov perdió su influencia, mientras que Yeltsin surgió como el líder preferido de los rusos.
“Gorbachov había planeado la firma del Nuevo Tratado de la Unión para el 20 de agosto. Pero la armada y la KGB consideraban que ese pacto habría destruido la URSS como Estado, y estoy de acuerdo”, dice a BBC Mundo Vladislav Zubok, profesor de historia en la London School of Economics y experto en la Unión Soviética.
“El golpe de Estado fue una sorpresa, porque sucedió cuando todo el mundo estaba de vacaciones. La gente esperaba que algo así sucediera, pero no en agosto”, recuerda el también autor del libro “Un imperio fallido: la Unión Soviética en la Guerra Fría desde Stalin hasta Gorbachov”.
“Un show televisado”
Zubok, quien nació y vivió en Moscú durante la era soviética, destaca que la gente suele creer la narrativa de que el 25 de diciembre fue una fecha muy importante, pero a su juicio no lo fue.
“Cuando Gorbachov anunció su renuncia ya no tenía ningún tipo de poder. Lo que pasó fue un show televisado”, asegura.
Los golpistas evitaron que se firmara el Nuevo Tratado de la Unión en agosto, pero no pudieron evitar la inminente disolución de la Unión Soviética, que se había estado cocinando por años. De hecho, le dieron un impulso.
Tras el golpe, muchos comprendieron que la Unión Soviética había llegado a su fin, pero otros, incluido Gorbachov, creían que aún se podía salvar bajo otro tipo de unión de Estados soberanos.
“La idea de la Unión siguió siendo atractiva para millones de personas que estaban acostumbradas a vivir en un país grande. Tenían la esperanza de preservarla con quizá otro nombre o régimen”, apunta Zubok.
Pero Yeltsin tenía otro plan.
El golpe final
El 8 de diciembre de 1991, el presidente ruso se reunió con otros tres líderes de las 15 repúblicas soviéticas, el presidente ucraniano Leonid M. Kravchuk y el líder bielorruso Stanislav Shushkevich, y juntos emitieron una declaración conocida como el Tratado de Belavezha.
Este pacto estipuló que la Unión Soviética sería disuelta y reemplazada por la Comunidad de Estados Independientes (CEI), una confederación de antiguos Estados soviéticos.
Para el periodista Conor O’Clery, este evento marcó el final de la Unión Soviética: “Ya no había vuelta atrás”.
“Gorvachov no pudo aceptarlo, y por dos o tres semanas continuó insistiendo en que tenían que mantener alguna forma de Unión de la cual él sería presidente”, añade.
Pero el 21 de diciembre, 8 de las 12 repúblicas soviéticas restantes se unieron a la CEI con la firma del Protocolo de Almá-Atá, dándole así el golpe final a la moribunda Unión.
O’Clery dice que allí fue cuando Gorvachov se dio cuenta finalmente de que había terminado una era y decidió que renunciaría el 25 de diciembre con un discurso.
“Yeltsin le permitió quedarse en el Kremlin unos pocos días más y acordó que la retirada de la bandera roja del Kremlin se haría el 31 de diciembre”, cuenta O’Clery.
El historiador Vladislav Zubok destaca que el Protocolo de Almá-Atá se firmó de manera “extraconstitucional”.
“No tenían ningún poder constitucional para disolver la Unión Soviética, pero se salieron con la suya. No los arrestaron ni nada”, insiste.
“La verdad es que para entonces ya estaba claro que el gobierno central era completamente disfuncional y la armada ya le había quitado su lealtad a Gorbachov para dársela a Yeltsin”.
El último día de la Unión
Los días transcurrieron sin mucha novedad hasta que llegó el día en que se esperaba la renuncia del hombre de la perestroika.
El 25 de diciembre reinaba la calma en la mayoría de las salas del Kremlin, excepto en un par, pues Yeltsin ya controlaba el complejo presidencial.
Había designado a su propio comando del Regimiento del Kremlin, una unidad especial que garantiza la seguridad en el recinto, por lo que todos los guardias de las entradas y los alrededores le eran leales.
Gorbachov apenas controlaba su oficina y unas pocas salas alrededor de ella, que fueron usadas por los equipos de las cadenas CNN y ABC, que se estaban preparando para transmitir la renuncia.
O’Clery relata que, poco antes del discurso, Gorbachov tuvo una conversación telefónica con el primer ministro británico John Major que lo dejó molesto, por lo que posteriormente se retiró a reposar solo en una sala del Kremlin.
“Estaba muy emotivo y se había tomado un par de tragos, cuando su ayudante, Alexander Yakovlev, lo encontró llorando en la habitación”, cuenta.
“Fue el momento más triste de Gorbachov, un momento de angustia. Pero se recuperó rápido de ese episodio y se preparó para dar un discurso con mucha dignidad”.
Como estaba previsto, el último líder de la Unión Soviética comenzó a las 7pm hora local una intervención que duraría 10 minutos, y en la que renunció a un país que ya no existía.
“Ahora vivimos en un nuevo mundo”, aseguró Gorbachov justificando su decisión.
Un “show” poco seguido en Rusia
Zubok insiste en que se trató de un “show televisado”. La cadena estadounidense CNN tradujo y difundió el discurso en todo el mundo vía satélite.
Según los expertos, las palabras de Gorbachov tuvieron más resonancia en el extranjero (donde aún gozaba de una alta popularidad) que en casa.
“En la televisión soviética el discurso se vio muy poco. Gorbachov ya era sumamente impopular en la Unión y a casi nadie le interesaba. Ya todos sabían que la Unión Soviética había muerto”, asegura Zubok.
El historiador concuerda con que fue una intervención “digna”, pero apunta que causó descontento incluso dentro de sus filas.
“Defendió su mandato, nunca reconoció ningún error. Incluso algunas personas de su entorno estaban sorprendidas. Esperaban que dijera algo de por qué la perestroika salió tan mal, por qué no había nada en las tiendas o por qué la economía estaba cayendo en picada. Pero no”, prosigue.
“Siguió viendo la perestroika como siempre, como una misión global. Y terminó su presidencia con la moral alta. No quiso mostrar debilidad ante Yeltsin y por eso Yeltsin quedó sumamente molesto luego de ese discurso y se negó a reunirse con Gorbachov”.
O’Clery asegura que Gorbachov pudo haber mostrado más generosidad y reconocimiento a Yeltsin en su discurso.
“Yeltsin lo salvó tras el golpe de Estado. De no haber sido por él, Gorbachov habría terminado en la cárcel o algo peor”, dice.
La ira de Yeltsin
O’Clery apunta que a Yeltsin le causó tanta ira que Gorbachov no lo mencionara en su discurso que ordenó que la bandera roja fuera retirada inmediatamente, pese a que había previsto bajarla al finalizar el año.
Yeltsin también redactó esa misma noche un decreto en el que ordenaba que todas las posesiones personales de Gorbachov y de su esposa debían ser sacadas del complejo presidencial, pese a que anteriormente había dicho que podrían quedarse por un par de días más.
“Gorbachov llegó a su casa y encontró a su esposa parada en medio de libros y fotos que la gente de Yeltsin había tirado en el suelo”, relata O’Clery.
Yeltsin y Gorbachov no se volvieron a ver después de aquel discurso.
La baja popularidad de Gorbachov en Rusia quedó en evidencia cuando la Plaza Roja de Moscú se mostró casi desierta en el momento en que la bandera roja era retirada del Kremlin.
A las 7:32 pm de esa noche histórica, la bandera soviética fue reemplazada por la de la Federación Rusa, al mando del que pasó a ser su primer presidente, Boris Yeltsin.
Y en aquel mismo instante, lo que había sido por décadas el Estado comunista más grande de la historia se dividió oficialmente en 15 repúblicas independientes: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajstán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán.
Al mismo tiempo, al otro lado del mundo, Estados Unidos se terminó de consolidar como la única superpotencia global.
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