Una última procesión solemne y un servicio en la capilla en donde será enterrada junto a sus padres y su esposo
En un breve sermón, el decano de Windsor, David Conner, recordó el servicio de la monarca “a la nación, a la Commonwealth y al mundo” y destacó su “gentileza” y su amor a la familia, amigos y vecinos
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LONDRES.– Después de ser saludada por miles de personas que se alinearon a lo largo de una ruta que la trajo desde Londres, la apoteósica despedida de la reina concluyó en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor de la localidad homónima que se levanta a 42 kilómetros de la capital. Allí, en otro escenario apabullante por la belleza de una residencia con mil años de historia, hubo una última procesión solemne, menos imponente que el funeral de Estado, pero igual de impactante, antes de que Isabel sea sepultada junto a su adorado padre, Jorge VI, y su madre, la reina consorte Isabel, y su compañero de toda la vida, Felipe, duque de Edimburgo.
El coche fúnebre negro, inundado de flores, llegó a la Shaw Farm Gate del castillo, en plena campiña inglesa con árboles con colores otoñales, minutos después de las 15 locales. Y fue recibido por una brigada de guardias reales ataviados con sus famosos sombreros de piel de oso, que la acompañaron al son de tambores, trompetas y marchas fúnebres, una compañía ecuestre, hasta la grandiosa capilla real de San Jorge.
Unas 100.000 personas de todas las edades llegadas por la madrugada, seguían la procesión detrás de vallados colocados a lo largo del denominado Long walk, intentando filmar con sus celulares y aplaudiendo. A veces con timidez, otras con pasión.
En una jornada clemente, fresca, gris, pero sin lluvia y en otra sobrecogedora procesión, marcaban el ritmo el campanario de Sebastopol del antiguo castillo –una reliquia de la guerra de Crimea que sólo es usada para la muerte de reales– y salvas de cañón.
En ese momento ya habían llegado a la capilla de San Jorge varios de los 800 invitados al sepelio real. Entre ellos, volvieron a aparecer esos monarcas con lazos evidentemente más estrechos con Isabel II, que ya habían estado en el funeral de Estado de la Abadía de Westminster. Estaban los reyes de Holanda, Guillermo y Máxima, la reina emérita Beatriz, el rey de España, Felipe y su madre Sofía. Ni el rey emérito Juan Carlos ni su nuera Letizia –que debió viajar a Nueva York–, asistieron a la ceremonia, en la que también volvieron a verse varios ex primeros ministros británicos como Tony Blair. También fue invitado el personal de las diversas residencias reales y primeros ministros de la Commonwealth, en un guiño a la famosa promesa de 1953 de la reina Isabel de darle su “corazón y alma”.
Cuando el coche fúnebre alcanzó el llamado cuadrilátero del castillo, se unieron al cortejo el rey Carlos y los demás miembros de la familia real. De nuevo el monarca y sus hermanos Ana y Eduardo y su hijo Guillermo, de uniforme militar, mientras que Andrés y Harry, de traje jaquet, reflejo de la división y el escándalo que manchó a los Windsor en los últimos años. Esta vez, también, las mujeres los seguían en autos.
The Royal Family walk behind Queen Elizabeth II’s coffin as the procession arrives at St George’s Chapel. pic.twitter.com/oIHoZfiTLh
— Royal Central (@RoyalCentral) September 19, 2022
Poco después de las cuatro, luego de que ocho guardias reales trasladaron sobre sus hombros al ataúd real al interior de la iglesia, subiendo, uno por uno, los escalones de la entrada, comenzó el denominado committal service.
Entre bellísimos coros y cantos religiosos, esta ceremonia final también llena de pompa y tradición, fue conducida por el decano de Windsor, David Conner. En un breve sermón, el religioso anglicano, al margen de recordar el servicio de la monarca “a la nación, a la Commonwealth y al mundo”, destacó su “gentileza” y su amor a la familia, a sus amigos y a sus vecinos. “Su calma y su digna presencia nos dieron la confianza que necesitamos para enfrentar el futuro como lo hizo ella, con coraje”, dijo. “Su vida fue una bendición para nosotros”, siguió, al pedirle a Dios “la gracia de honrar su memoria siguiendo su ejemplo” y que la amada monarca pueda “gozar de una dichosa vida eterna”.
Como durante el funeral, se rezó por el nuevo rey, que volvió a mostrarse nuevamente muy conmovido en la parte final, en el momento más impactante del servicio. Fue cuando, en medio de un silencio impactante, dos altos funcionarios, con guantes blancos, removieron del ataúd los tres instrumentos de Estado: el cetro, el orbe (el globo de oro con una cruz, símbolo del cristianismo) y la corona imperial, símbolo que existe desde el siglo XV y ostenta 2868 diamantes, 17 zafiros, 11 esmeraldas, 4 rubíes y 269 perlas. Símbolos que Carlos recibirá en la ceremonia de coronación que tendrá lugar el año que viene, aún nadie sabe cuándo, pero seguramente en la primavera boreal.
Los tres símbolos fueron colocados sobre cojines de terciopelo violeta, sobre el altar de la magnífica iglesia gótica, marcada por maravillosos vitrales.
Acto seguido, después del himno final, el rey colocó sobre el ataúd un pequeño estandarte y el exjefe del MI5, el lord Parker Minsmere, rompió en dos su bastón de mando, que también puso sobre el féretro, que finalmente, a través de un ascensor, mientras el capellán de Windsor leía un salmo, descendió hasta la bóveda real. Entonces un gaitero real volvió a sonar sombríamente un lamento. Después, todos entonaron el God Save the King y Carlos III nuevamente apareció al borde de las lágrimas: se mordió un labio y cerró los ojos. Aunque más tarde la familia real tenía previsto asistir a una última ceremonia de entierro privada, que no será televisada, así concluyeron 10 días y medio de duelo seguramente históricos e inolvidables.
The King places The Queen’s Company Camp Colour on his mother’s coffin. pic.twitter.com/BVHZqR8I1E
— Royal Central (@RoyalCentral) September 19, 2022
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