Una sociedad harta de que la corrupción afecte su vida diaria
RÍO DE JANEIRO.- Aunque las reivindicaciones sean varias y en muchos de los carteles se lean anhelos mal expresados o utopías inalcanzables, las manifestaciones de los últimos días tienen un punto en común: la lucha contra la corrupción.
El deseo de que el dinero público se gaste con transparencia y que las prioridades de los gobiernos sean las cuestiones que afectan la vida diaria del brasileño, como la salud, la educación y el transporte público, queda revelado en cada eslogan, incluso en los que nada parecen tener que ver con el punto de apoyo de las reivindicaciones.
En estas manifestaciones están contenidos los recelos de la sociedad, que ante un Ministerio Público impedido para investigar cree que el combate contra la corrupción se verá perjudicado. Todas las cuestiones giran en torno al gasto de los fondos públicos sin controles, como en la construcción de los estadios para la Copa del Mundo, sobre los que pesan acusaciones de sobrefacturación. El dinero, que sobra para la construcción de "elefantes blancos", falta para levantar hospitales o sistemas de transporte público que faciliten la vida del ciudadano.
El mundo político cabizbajo, tratando de digerir los mensajes que llegan con voz ronca desde las calles, como decía Ulysses Guimaraes, que siempre advirtió que "lo único que le mete miedo a un político es el pueblo en las calles". Ningún político entiende, por ejemplo, por qué este verdadero estallido de masas se produce ahora y no hace un mes o incluso hace un año.
Mi pálpito es el siguiente: así como las manifestaciones en Túnez, las primeras de la "primavera árabe", comenzaron con el suicidio de Mohammed Bouazizi, un vendedor ambulante que se inmoló cuando se le prohibió trabajar en la calle por no tener documentos ni dinero para pagar las coimas de los inspectores, las manifestaciones en Brasil fueron en gran parte impulsadas por la violenta reacción de la policía en San Pablo de la semana pasada.
El movimiento contra el aumento del boleto podría no haber tenido la amplitud que cobró si no se hubiese producido una reacción en las redes sociales contra la actitud de la policía, como si todos sintiesen la opresión del Estado en su propia piel y de repente liberaran los diversos conflictos latentes en la sociedad.
Creo que, ante la sensación de que una reivindicación justa como la reducción de la tarifa del transporte era usada simplemente como un pretexto para generar disturbios y saqueos, la sociedad dio otro paso y se movilizó para ampliar sus reivindicaciones.
No pretendo con esto hacer comparaciones con las movilizaciones que ganaron las calles de varios países durante la "primavera árabe", porque estamos en democracia y aquí no se trata de derribar a un gobierno, sino de cambiar la manera de gobernar. Y tampoco es posible considerar que los abusos de un día impidan que la policía reprima a la parte radicalizada de las manifestaciones que vandaliza las ciudades.
Creo también que, en Río de Janeiro y San Pablo, las autoridades se quedaron paralizadas ante la violencia de una parte de los manifestantes y no actuaron con el rigor debido en tales circunstancias, lo que demuestra falta de criterio. Un detalle que sirve para definir la división de estos movimientos lo dio un grupo de jóvenes que fueron al centro de Río para intentar limpiar y arreglar los destrozos de los vándalos del día anterior.
El clima económico también debe haber contribuido para quebrar aquella falsa sensación de bienestar. Y es impresionante que el inmenso aparato de inteligencia del que dispone cada gobierno y las encuestas no hayan detectado esa indignación que explotó en las calles.
El dueño de uno de esos institutos de opinión, que vende sus servicios al PT y le aporta, como un "bonus", comentarios en revistas adictas al gobierno, llegó a ironizar sobre los opositores y analistas que criticaban al gobierno, al decir que vivían en una realidad paralela que nada tenía que ver con la vida del ciudadano común, que estaba muy satisfecho. Según él, las encuestas no daban señales de un cambio de viento. El secretario general de la presidencia, Gilberto Carvalho, también parece estar aturdido ante esta circunstancia que ya se puso fea, sin que él ni el PT tengan control de la situación.
Traducción de Jaime Arrambide
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