Una riesgosa apuesta para hacer colapsar al régimen
WASHINGTON.- Para el presidente Donald Trump y dos de los aliados que más valora -Israel y Arabia Saudita-, el problema del acuerdo nuclear con Irán no era principalmente el tema de las armas nucleares, sino que el pacto legitimaba y naturalizaba al gobierno clerical de Irán, reabriéndole las puertas de la economía global para que con sus ingresos por exportaciones de petróleo financiara sus aventuras en Siria e Irak, dando fondos a los grupos terroristas.
Ahora, con el anuncio de ayer de que reimpondrá las sanciones económicas a Irán y dará por terminado el compromiso de Estados Unidos con el acuerdo alcanzado en la era Obama, Trump se está embarcando en un experimento altamente peligroso.
Como lo explicó un alto funcionario de la Unión Europea, Trump y sus aliados de Medio Oriente están apostando a cortarle el flujo de dinero y de ese modo "quebrar al régimen" dando por terminado el acuerdo nuclear. En teoría, eso dejaría a Irán en libertad de producir todo el armamento nuclear que quiera, o sea lo que estaba haciendo hasta hace cinco años, cuando el mundo temía que estuviese cerca de construir una bomba atómica.
Pero el equipo de Trump desestima ese riesgo: Teherán no tiene la fuerza económica de enfrentarse a Estados Unidos, Israel y los sauditas. Además, Irán sabe que cualquier movimiento que haga para producir la bomba solo sería la excusa perfecta para que Estados Unidos e Israel lanzara una acción militar.
Se trata de un brutal enfoque de realpolitik que, como ya han advertido los aliados europeos, constituye un error histórico que conduce a una escalada de tensiones y eventualmente a una guerra.
Ya resulte exacto o exagerado, queda claro que se trata de una política de riesgo controlado que va a contramano de las intenciones del presidente Obama cuando, en julio de 2015, cerró el acuerdo.
La apuesta de Obama, el acuerdo emblemático de su enfoque en política exterior, era clara y directa. Obama veía en Irán un aliado más natural de Estados Unidos que muchos de sus vecinos predominantemente sunnitas, un país con una población joven, educada y occidentalizada que está cansada de estar gobernada por una teocracia envejecida.
Al despejar la perspectiva de las armas nucleares del panorama, Obama y su secretario de Estado, John Kerry, consideraban que con el tiempo Irán y Estados Unidos lograrían limar las asperezas de tres décadas de hostilidad y empezar a trabajar en proyectos comunes, como por ejemplo la derrota de Estado Islámico. No resultó así. Si bien el acuerdo fue exitoso, ya que extrajo el 97% del material nuclear que había en Irán, los conservadores iraníes y sus fuerzas militares recularon ante la idea de cooperar con los proyectos de Occidente.
Meses antes de que quedara claro que Trump tenía chances de ser elegido, los militares de Irán redoblaron su apoyo al presidente sirio Bashar al-Assad, extendieron su influencia en Irak y aceleraron su ayuda a los grupos terroristas. También redobló sus ciberataques contra Occidente y Arabia Saudita. Y entonces llegó Trump con su declaración de que el acuerdo era "un desastre" y su promesa de hacerlo volar por los aires.
Así que ahora el mundo parece haberse retrotraído de repente a 2012: va camino a un enfrentamiento incierto "y hay pocas evidencias de que exista un plan B", como dijo el canciller británico, Boris Johnson.
Dar por terminado el acuerdo, con o sin plan B, es a pedir de boca de los sauditas, quienes lo consideran una peligrosa distracción del conflicto real, que sería enfrentar a Irán en la región, un problema que según ellos se resolvería con un cambio de régimen en Irán. Y tienen un aliado en el flamante asesor en seguridad nacional de la Casa Blanca, John Bolton.
El caso de Israel es más complicado. El primer ministro Benjamin Netanyahu viene presionando a Trump para que abandone un acuerdo que siempre detestó. Pero los propios militares y asesores de inteligencia de Netanyahu dicen que es más seguro que Irán tenga bloqueado el camino nuclear y no que se aboque nuevamente a toda marcha a fabricar el arma definitiva.
Como incentivo de último minuto para convencer a Trump de salirse del tratado, la semana pasada Netanyahu divulgó documentos iraníes que prueban lo que las agencias de inteligencia occidentales sospechaban desde hacía mucho tiempo: hace por lo menos una década que los iraníes trabajan denodadamente en el diseño de una ojiva nuclear.
Para Trump y sus aliados, el hallazgo israelí dice menos sobre la capacidad nuclear de Irán que sobre la falsedad de los iraníes. Si Irán se estaba guardando su diseño de la bomba como una cuña a futuro, entonces eso sugería que Teherán no había abandonado su ambición nuclear.
En el corazón del anuncio de Trump anida la convicción de que no se debe permitir que Irán reúna suficiente material para construir una bomba. Cuando los europeos señalaron que eso implica una reapertura de las negociaciones, Trump se negó, y prefirió cortar por lo sano y dar por terminado el pacto.
Se trata de una jugada muy a lo Trump, que recuerda las días en que pasaba con la topadora sobre los edificios de Nueva York para dar espacio a su visión de edificios más grandes y gloriosos. Pero en este caso se trata de agitar el equilibrio del poderío global y debilitar a un régimen que, según insiste Trump desde el inicio de su campaña, debe irse.
Traducción de Jaime Arrambide
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