Una revuelta con reclamos difusos y difícil de capitalizar
RÍO DE JANEIRO.- Las manifestaciones a favor sólo es fácil que ocurran en dictaduras. El PT y otros partidos que intentaron subirse al carro de las marchas de estos días nunca lograron generar semejante "ola amarilla". Queda claro que no es por pasión por el gobierno de Dilma Rousseff que miles de personas ganaron las calles. Pero tampoco es a favor de la oposición. La reacción popular es difusa, pero una bandera frecuente es la condena a la corrupción.
El PT intentó transformar las protestas de ayer en una manifestación de apoyo al gobierno . Fue inútil. Rousseff también buscó capitalizar las marchas con elogios al movimiento, en un juego de presiones para limar la imagen de los alcaldes. El comunicado de la jefa de gabinete, Gleisi Hoffmann, que afirmaba que los alcaldes hasta podrían reducir las tarifas del transporte, da prueba de ese intento de pasarle a otro la papa caliente. Después, la torpe ministra se retractó, pero aquel primer comunicado dejó expuesta la maniobra.
Los alcaldes de San Pablo y de Río de Janeiro aceptaron participar del maquillaje de la inflación de enero, ante un pedido del ministro Guido Mantega de patear el reajuste tarifario hasta junio. Ahora, tras las protestas, anularon el aumento.
El alcalde de San Pablo, Fernando Haddad, hizo por la tarde lo que había definido como "populismo" esa misma mañana, un cambio radical de convicciones. Como sea, al ser revocada, la suba del transporte dejó de ser la cuestión central. Pero una insatisfacción difusa ocupa el centro de la protesta. Y allí sobresalen algunas banderas: contra la corrupción, contra el intento de neutralizar al Ministerio Público a través del PEC 37, en reclamo de mejor educación y un sistema de salud más eficiente. Todo ese descontento diario se venía acumulando en los brasileños. Y no hay contorsionismo del PT que pueda transformar las protestas en manifestaciones a favor del gobierno.
La situación económica empeoró. Sin relación de un hecho con el otro. El anuncio del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, de que la economía norteamericana anda bien y que tal vez el año que viene puedan reducir los estímulos monetarios, les indicó a los mercados financieros que la tendencia a futuro es de un dólar cada vez más fuerte. El anuncio hizo subir el dólar en todo el mundo. En Brasil, subió más porque hay falta de confianza en la política económica. Las agencias de riesgo colocaron la nota de Brasil en tendencia negativa, debido al deterioro fiscal. Fueron años de ardides contables que, acumulados, minaron la credibilidad de los indicadores fiscales del país.
La anulación del reajuste tarifario y de otros aumentos anteriores en otras ciudades atenuará la inflación de junio. Pero el alivio es puntual. En nueve de los 29 meses de gobierno de Dilma, la inflación estuvo por encima de la meta fiscal. Y volverá a superarla cuando se conozcan las cifras de este mes. Y un dólar más alto impactará en el consumo de bienes durables, y en todos los precios que cotizan internacionalmente, justo cuando la inflación podría empezar a bajar. La moneda norteamericana subió 12% en un mes. De por sí, eso ya representa un shock cambiario.
Los errores de la política económica se están cobrando también su precio. Fueron innumerables las renuncias fiscales con el signo cambiado. Sólo con poner fin al impuesto tecnológico conocido como Cide, en los últimos cinco años el gobierno perdió 22.000 millones de reales en las arcas públicas. Era un dinero que tenía un destino cierto: por ley, deben ser invertidos en infraestructura de transporte. Se tomaron medidas de efecto inmediato sin pensar en las distorsiones que ellas acumulaban. Así se generó un cuadro de inflación persistente, bajo crecimiento, deterioro fiscal y déficit de cuenta corriente. Lo que los consumidores sienten en este momento es la molestia por la pérdida de poder adquisitivo debido a la inflación y la reducción de la capacidad de endeudamiento de los hogares.
El valor intangible de estas protestas es avisarles a los políticos que ese país que pensaban que jamás reaccionaría ante los desaires no está dispuesto a quedarse callado frente a tantos y tan frecuentes abusos.