Una resistencia mucho más simbólica que real
La mayoría de los israelíes apoya el plan de Sharon
JERUSALEN.- Cerca del Muro de los Lamentos, donde una multitud de israelíes religiosos reprobó la evacuación de los colonos judíos de la Franja de Gaza y del norte de Cisjordania antes de que comenzara, unos 30 jóvenes entonan un estribillo monótono, agitando banderas de Israel y pancartas en hebreo, mientras recorren una calle peatonal. Van con camisetas, pulseras, gorros y cintas de un solo color: naranja. Un hombre de unos 60 años que se gana la vida con un acordeón desvencijado procura seguirles el ritmo.
En una esquina, después de ir y venir por cuatro escasas cuadras, los jóvenes se sientan en círculo y empiezan a batir las palmas. A un costado montan un mostrador de información. Cuatro mujeres también jóvenes, enroladas en el servicio militar, se detienen. Ya no baten las palmas los jóvenes; aplauden como si hubieran logrado convencerlas del daño que provoca a Israel el repliegue. Calma: sólo han logrado despertar su curiosidad.
Con un gorro de lana naranja a pesar del intenso calor, Ronie Amir, empleada administrativa de 27 años, dice a LA NACION: "Todos sentimos el dolor de nuestros hermanos y de nuestras hermanas". Afirma que, a pesar de la inminente consumación del Plan de Desconexión (dictado por el gobierno de Ariel Sharon, aprobado por el Parlamento y refrendado por el Tribunal Supremo), "la gente debe ir a Gush Katif a expresar su solidaridad con ellos". Pero ya no puede ingresar.
El círculo de las palmas batientes despierta curiosidad o adhesión, no rechazo. Pero una encuesta del Instituto Dahaf, divulgada por el diario Yediot Ahronot, ha mostrado que el respaldo a la evacuación de los colonos subió al 62 por ciento en comparación con el 53 por ciento que cosechaba en junio, y que, cual anverso, la oposición bajó del 38 por ciento al 31 por ciento en idéntico período.
El respaldo no es tan estentóreo como las protestas. Ni tan visible: pocos se han animado a desplegar las cintas azules con las cuales se identifican los partidarios del repliegue y los pacifistas.
En casi todas las esquinas hay cintas naranjas atadas a los carteles y los semáforos. Cada 10 autos, tres o cuatro, por lo menos, también desflecan cintas naranjas, sujetas de los espejos retrovisores o de las antenas. El movimiento de la resistencia, llamado yesha, tiene hasta camiseta propia: es de color naranja furioso, desde luego, con el logotipo de un par de casas y una palmera en el centro, y cuesta 39 shekels (unos 9,50 dólares).
En la opinión de la gente, más allá del dolor compartido por el final del sueño del Gran Israel, ha influido la violencia desatada en las sinagogas de Kfar Darom y de Neve Dkalim, desde cuyas azoteas los activistas, infiltrados en los asentamientos, llegaron a arrojar ácido y piedras contra los soldados y los policías que, sin armas, intentaban reducirlos.
En un negocio de ropa masculina de Jerusalén -como en todos los centros comerciales, bancos y restaurantes, uno debe pasar por detectores de metales antes de entrar-, uno de los vendedores, Shaul Dassi, de 35 años, dice a LA NACION: "Deben parar esto por un momento para que sintamos juntos el dolor. A sólo 100 kilómetros, nuestra gente es expulsada de sus casas y parte de nuestro territorio es entregado al enemigo. Aunque discrepen conmigo, yo creo que está bien, que va a contribuir a la paz, al margen de la tristeza que me provoca, pero, insisto, deben parar esto".
En todo momento, los soldados y los policías han tratado bien a los colonos, con respeto y tacto, de modo de rebatir el latiguillo frecuente de los activistas: "Un judío contra otro judío". No respondieron a los insultos ni a las agresiones de ellos (jóvenes y ultrarreligiosos, en su mayoría), excepto en situaciones límite. Sharon, a su vez, asumió la responsabilidad del Operativo Confraternidad y, en ocasiones, exhibió su costado débil ("Es imposible ver esto, y me incluyo, sin lágrimas en los ojos").
Sentimientos parecidos admite Shil Shapir, estudiante de un colegio secundario en Tel Aviv que cuenta, risueña, que no se pierde un capítulo de "Rebelde Way", "Floricienta" y "Chiquititas", entre otras telenovelas argentinas que transmite la televisión israelí. "Creo que la paz es posible si cada uno hace su aporte, así que me parece bien que los palestinos recuperen esas tierras y no cometan más atentados", dice a LA NACION.
Después de la guerra de 1967, varios israelíes atravesaron las puertas de la Ciudad Vieja y festejaron frente al Muro Occidental. En ese mismo sitio, Haisham Erez, de 55 años, de fe islámica, nacido en Jerusalén, dice a LA NACION: "Esto es fácil de resolver si hay buena voluntad. ¿Ve esa calle? -señala con el índice-. Allí empieza el sector árabe. Sólo debe sacar a los policías de aquí".
En los días más álgidos de la evacuación, jóvenes y niños distribuían cintas naranjas en los cruces de las carreteras. El trayecto de Jerusalén a la Franja de Gaza, de dos horas, era una suerte de caravana del movimiento de la resistencia.
Los activistas procuraron convencer a los colonos de que permanecieran en sus casas hasta el final con argumentos tan endebles y falaces como un cambio de actitud del gobierno o la intervención directa de Dios en defensa de la tierra prometida a Israel. Ni una cosa ni la otra sucedió. El color naranja hace ruido, pero destiñe.