Una oposición sin rumbo diezmada por el régimen
Dividida y con poco respaldo social, la disidencia cubana lleva años imitando el paso del cangrejo. No camina hacia delante, tampoco hacia atrás. Avanza de costado, es decir, con la brújula averiada. La muerte del emblemático líder del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), Oswaldo Payá, en un accidente de tráfico el pasado domingo reavivó el debate sobre el papel de la oposición en el mapa político de Cuba.
Desde que lanzó el Proyecto Varela, a fines de los años 90, Payá se erigió en la figura más representativa de la oposición al régimen. Su iniciativa fue tan audaz como utópica. Nunca antes nadie se había atrevido a desafiar a Fidel Castro a campo abierto. Con un puñado de fieles seguidores, el "Gandhi" cubano, como lo bautizaron algunos, emprendió la quijotesca tarea de recopilar firmas para reclamar reformas políticas de calado. En 2002, la coincidencia en la presentación de 11.000 firmas en el Parlamento con la visita a la isla del ex presidente estadounidense Jimmy Carter catapultó a Payá a la cima de la oposición. Ese mismo año, el Parlamento Europeo le otorgó el premio Sakharov de Derechos Humanos. Payá pasó a ser el "disidente de moda" en los jardines de las embajadas europeas en La Habana.
Católico arrebatado y sin vínculos previos con el régimen (algo que lo distinguía del resto de dirigentes de la disidencia), estaba llamado a ser la figura catalizadora de la oposición. Su pacifismo, cautela y perfil conciliador podían hacerle más daño al régimen que cien Jorge Mas Canosa (líder del exilio en Miami) juntos.
Castro, gran conocedor de las virtudes y defectos de sus enemigos, lo sabía. Por eso lo golpeó donde más le dolía. En marzo de 2003, el gobierno encarceló a 75 opositores. Más de 40 activistas pertenecían al MCL de Payá. En los años sucesivos a la denominada "primavera negra" de 2003, la oposición cubana se quedó aletargada, temerosa de que el régimen le asestara otro golpe represivo. Sólo las Damas de Blanco y sus marchas en la Quinta Avenida de Miramar turbaron algo la "pax romana" de Cuba.
Además del acoso gubernamental, los opositores cubanos sufren desde hace más de una década un azote todavía mayor: sus propias desavenencias. A pesar de los intentos de armar una plataforma conjunta, lo cierto es que los recelos entre las principales figuras existiergon siempre. La posición de Martha Beatriz Roque, cercana al exilio más iracundo, poco tiene que ver con la apuesta socialdemócrata de Manuel Cuesta Morúa o el talante más dialogante de Eloy Gutiérrez Menoyo. El propio Payá solía reconocer en privado sus dudas sobre la honestidad de algunos líderes opositores.
La estrategia del régimen de infiltrar a la disidencia con agentes había dado sus frutos en 2003. Varios "topos" salieron a la luz entonces. Y la desconfianza se hizo norma.
Más conocidos en el extranjero que en la isla, los líderes de la oposición perdieron aliento con los años. No sin razón, un diplomático europeo llegó a decir que la disidencia a la que más temía el régimen era la que anidaba en los barrios calientes de la capital cubana, como Centro Habana, donde una chispa de indignación popular derivó en el célebre Maleconazo de 1994. Desde hace algún tiempo, una buena parte de la juventud cubana ya no atiende las arengas de un régimen esclerótico. Pero sus antenas tampoco apuntan hacia las propuestas de la disidencia tradicional. Hoy, los mensajes críticos de ciertos blogueros o las canciones antisistema de las bandas de rap, como Los Aldeanos, son los "proyectos Varela" del siglo XXI.
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