Una oportunidad para que los argentinos nos superemos
Margaret Thatcher fue rúbrica y reflejo de una época histórica. Y, como suele ocurrir, al enterrar a los líderes se remueve esa historia que marcaron.
La baronesa fue una libertaria, al estilo de Ayn Rand. Esta filosofía afirma la vigencia superior de la libertad individual y defiende acérrimamente el supremo valor del individuo. El ideario se traduce políticamente en antiestatismo y económicamente en neoliberalismo. Libre competencia y libre mercado, apertura, privatización, desregulación, flexibilización laboral; las prescripciones que aquí aterrizaron en los 90. Si sólo se tiene confianza en las capacidades del hombre y se lo deja en libertad, encontrará la manera. Como las fuerzas del mercado. Sólo hay que remover los obstáculos que los constriñen.
Políticamente, llevó esa iconoclasta filosofía a sacudir el establishment británico. La única mujer primera ministra de Gran Bretaña. La dama fue, aunque irrite decirlo, revolucionaria. Quiso acabar un orden político y económico que consideraba vetusto e ineficiente: rompió el poder de los sindicatos, dejó al laborismo fuera del poder por 11 años, y redefinió los límites entre Estado y mercado. Lady Thatcher fue tan decisiva como divisiva.
Pero entender su política internacional bajo el marco libertario sería un grave error. Para los libertarios, toda relación humana debe ser producto de pactos voluntarios y la fuerza sólo puede emplearse legítimamente contra otros de manera defensiva o ante la violación del principio de no agresión. Thatcher hábilmente se sirvió de estos argumentos para "vender" a su público interno y aliados reticentes la guerra de Malvinas. Pero no se lo creía, como lo demuestran sus papeles privados revelados hace pocas semanas. Los principios no estuvieron por encima de la necesidad política. Y el cinismo de su accionar en Malvinas lo confirma: diplomacia de engaño, empleo de mercenarios, despliegue de submarinos nucleares, división de los países sudamericanos, hundimiento de barcos fuera de la zona de exclusión. Fue ella quien decidió enviar las fuerzas expedicionarias a Malvinas en contra de su gabinete, del Ministerio de Defensa y del Foreign Office. Malvinas fue "su" guerra.
Pero también fue la nuestra; la causa y la guerra. No solamente fue de la junta militar, aunque el designio criminal y la desidia alcohólica los responsabilicen en mayor medida. La victoria inglesa precipitó el fin de la dictadura argentina. La consecuencia directa de la derrota fue la humillación e incapacidad del régimen de seguir en el poder. Pero insinuar que el país debe su democracia a este hecho es como mínimo una explicación incompleta; como máximo una canallada falaz. La derrota terminó la dictadura, pero no construyó la democracia. A la democracia la construyó el pueblo argentino. Y esa construcción resignificó la cuestión: Malvinas pasó de ser maniobra de un gobierno de facto a ser una causa nacional, una política de Estado de rango constitucional, con consenso a través de gobiernos sucesivos.
La muerte de Thatcher es una oportunidad para nuestra superación. Proyectar nuestras falencias y errores demonizando a la "dama de hierro" no sirve al país hoy. A veces se gana y a veces se aprende. Todavía hay lecciones que aprender.
Treinta años después de conceder que Thatcher disfrazara su impulso imperialista de gesta principista, la Argentina es acusada por su sucesor David Cameron de "colonialista". En este plano moral, la Argentina podría ser absolutamente contundente, manteniendo una superioridad invulnerable frente a la diplomacia británica. Las tendencias estructurales globales acompañan: Gran Bretaña pierde relevancia para Estados Unidos frente a un Brasil que asciende con designios sobre el Atlántico Sur; China mira a Malvinas en el espejo de Taiwan, y América del Sur apoya unánimemente el reclamo argentino. Pero la agencia diplomática le cabe sólo al país.
La reciente visita del canciller argentino a Londres reveló la persistencia de dificultades para comprender el poder relativo y las dinámicas internas de otros países, falta de claridad en el diagnóstico, pobreza de alternativas estratégicas de acción, incompetencia en la conducta de los asuntos externos e incapacidad para avanzar el interés nacional argentino de manera efectiva en el mundo. Todo lo que Thatcher no nos perdonó.
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