Una noche en la fila para despedir a Isabel II: la historia de un grupo de jóvenes que esperó 7 horas y media para estar dos minutos en Westminster Hall
Los cuatro estudiantes se reunieron a la 1.30, después de una breve siesta, y a las 8.45 accedieron al salón donde se encuentra la capilla ardiente; “había una atmósfera impresionante”, dijeron al salir
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LONDRES.- Estuvo dos minutos en el majestuoso Westminster Hall -donde desde ayer se encuentra la capilla ardiente de Isabel II-, después de 7 horas y media de cola. Pero Gianguido Ghelardi, joven italiano de 20 años, no oculta su felicidad. Y asegura que tampoco está tan cansado después de la adrenalina vivida en una noche por suerte sin lluvia y con una luna llena espectacular sobre Londres.
“Nos pusimos en la cola a la 1 y media de la mañana y salimos del Palacio de Westminster a las 9 de la mañana… Pero valió la pena porque es un momento histórico y al final evidentemente habían inflado los números porque habían dicho que la cola iba a ser de 35 horas y fue mucho más corto todo”, cuenta este joven nacido en Milán, que vive en Londres, donde estudia Derecho en el King’s College desde hace dos años.
Rubio, pelo corto y modales distinguidos, Gianguido logró la hazaña junto a otros tres amigos que estudian en el mismo famoso instituto universitario: Rasmus Nyhus Hertz, danés de 22 años que estudia Economía y Política; Henry Oakland, de 20, británico de Oxford que estudia Política Filosófica y Derecho y su novia, Lescinska Fernandez, una australiana de 22 años que trabaja en el sector legal del gobierno británico.
En realidad, según cuenta Gianguido, vocero del grupo, los cuatro amigos estaban anoche en un pub cercano a Covent Garden mirando el partido Chelsea-Salisburgo. Ya habían visto durante la tarde que la cola para acceder a la capilla ardiente de Isabel II era kilométrica. Pero igual, conscientes del momento único, decidieron intentarlo. Volvieron cada uno a su casa, descansaron una hora y se dieron cita en el London Bridge, donde empezaba la cola, a la 1.30.
“Nos vestimos abrigados para la noche, con sweater, campera y sobretodo y nos llevamos una botellita de agua por cabeza, manzanas, galletitas, caramelos. Y obviamente, un paraguas”, relata.
En ese lugar, aún no entregaban las famosas pulseritas de diverso color, sino que solamente policías y voluntarios indicaban el recorrido a lo largo del río Támesis. “Era muy lindo, de noche, con la luna, la iglesia de St. Paul ahí en frente. Y la cola avanzaba regularmente, pocas veces estuvimos parados y avanzamos, despacito, hasta el London Eye, donde ahí sí la gente de la organización nos dio unas pulseritas color fucsia. Entonces eran las 5.30 de la mañana”, dice Gianguido, mirando la foto que sacó en ese momento con su celular, con el que registró cada momento.
Desde allí, los cuatro amigos avanzaron ya viendo del otro lado del río al Parlamento -la meta- y cruzaron el Tamésis por el Lambeth Bridge. Ya estaban cerca.
“En la cola había un señor mayor de Cambridge, que nos contó que había viajado para asistir a la procesión de ayer y que como no había logrado subirse a un tren para volver a su casa y tenía que esperar hasta el día siguiente, decidió meterse en la cola”, contó Gianguido.
Para su grupo la gran decepción fue llegar a los jardines del Palacio de Westminster. Aunque la sensación era que finalmente habían llegado al objetivo, fue allí donde la cola se hizo eterna. “Pensábamos que habíamos llegado y en ese lugar había un zig-zag de vallas donde nos quedamos 2 horas. La verdad, la cultura de la fila de los británicos es impresionante”, comentó Gianguido, que subrayó que en ese lugar, de todos modos, todo estaba mucho mejor organizado porque la cantidad de baños químicos a disposición del público era muchísimo mayor de la que había habido en las otras partes del recorrido.
“Después del parque, entramos por la puerta sur de Westminster donde hay una enorme carpa con diez detectores de metales y donde hubo controles de seguridad tipo los de un aeropuerto”, indicó.
Luego la cola se diluyó un poco porque justo hubo un cambio de los guardias de la realeza que hacen vigilia alrededor del féretro. “Pero lamentablemente nosotros nos perdimos eso y finalmente entramos al Westminster Hall a las 8.45″, siguió. “Allí, había una atmósfera impresionante, solemne. Nadie hablaba, los stewarts indicaban discretamente por dónde caminar y lentamente fuimos pasando delante del féretro, en medio de estos uniformes color rojo fuego, brillantes y este antiquísimo salón con ese techo de vigas de madera lindísimo”, añadió.
Ahí, el grupo no estuvo más de dos minutos -por supuesto nadie hizo fotos con el celular porque está tajantemente prohibido- y salió luego por la plaza Westminster. Entonces eran las 9 de la mañana de otro día por suerte sin lluvia.
Gianguido y sus amigos, con la sensación de haber cumplido con su cita con la historia, volvieron a sus departamentos para finalmente tirarse a dormir unas horas. Aunque, confesaron, la adrenalina de haber vivido una noche seguramente única, en una cola inolvidable, les impedía conciliar el sueño.
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