Una multitud apoya en las calles la abierta rebeldía de Cataluña
Durante los festejos de la Diada, miles marcharon en Barcelona para respaldar el referéndum; "no hay alternativa" al plebiscito, dijo Puigdemont
BARCELONA.- El cartel, escrito a mano, resaltaba entre un remolino de banderas independentistas en el Paseo de Gracia: "No somos delincuentes. ¡Queremos votar!". Diez metros más allá, a miles de cuerpos de distancia, otra pancarta: "La revolución de las urnas".
Festiva y pacífica, pero desafiante, una multitud incalculable -un millón de personas, según los convocantes; menos de la mitad, según otras fuentes- desbordó ayer la cuadrícula perfecta del Ensanche barcelonés para respaldar el acto de insumisión que ejecutó el gobierno catalán al convocar un referéndum independentista para el 1º de octubre, en abierta contradicción con la legalidad española.
La manifestación del Día Nacional de Cataluña -la Diada- discurrió como una conjura: en cada bandera, cada grito y cada discurso los separatistas prometieron que votarán sí o sí, por más que el Tribunal Constitucional (TC) haya declarado ilegal la consulta y el gobierno de Mariano Rajoy afirme que "hará lo que sea necesario" para impedir la votación.
Envalentonado por el baño de masas, el presidente regional, Carles Puigdemont, anunció que "no hay alternativa" al referéndum y reiteró que no respetará otra autoridad que no sea la del Parlamento de Cataluña, pese a que su actitud puede valerle un procesamiento por delitos que se castigan con prisión.
La coreografía humana diseñada con detalle milimétrico por los activistas de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) transmitió un mensaje inquietante a Rajoy: si quiere hacer cumplir las sentencias, enfrentará una resistencia activa en la calle.
"Yo el 1º de octubre voy a votar. Si no me ponen una urna, tendré que construirla. En casa no me voy a quedar", decía Eulalia Prats, una médica de 37 años con las cuatro barras rojas de Cataluña pintadas en la cara. Se acercaba a las 16.40 a la columna principal de la marcha con su hija de 7 años. Le había escrito el número de su celular en un brazo por si se perdía.
A esa hora la esquina del Paseo de Gracia y la calle de Aragón era una pared de cuerpos. La intersección de manifestantes en esas dos vías formaba, vista desde el aire, una cruz gigantesca.
Flameaban las banderas esteladas y se repetían hasta el infinito las camisetas color amarillo fluorescente que la ANC vende para financiarse. Había familias con bebes, grupos de amigos, cofradías de militantes llegados en buses desde el interior.
Una lona de 16x16 metros cuadrados empezó a moverse por encima de las cabezas a lo largo de un kilómetro y medio del Paseo de Gracia. "Referéndum es democracia" se leía.
El escenario se dispuso en la Plaza de Cataluña. Justo detrás resiste en La Rambla el memorial de los 14 muertos en el ataque jihadista que conmovió al mundo en agosto.
El grito de ¡no tinc por! (¡no tengo miedo!) que marcó las marchas de condena al terrorismo sonó ayer otra vez. El impacto emocional del duelo se mezclaba de formas extrañas entre los asistentes.
¿Cómo entender que decenas de manifestantes en una marcha de semejante tinte rebelde lucieran una camiseta con la cara del jefe de la policía local, Josep Lluís Trapero? El jefe de los Mossos d'Esquadra -la policía catalana- se erigió en un ícono nacionalista desde que despachó de una rueda de prensa posatentado a un periodista que le cuestionó hablar en catalán.
Los focos están sobre él. La policía regional podrá ser requerida por la justicia para que haga cumplir los fallos que ordenan impedir la organización del referéndum.
En las calles los independentistas aplaudían a los agentes y les pedían coraje. "Los Mossos están con nosotros", decía la pancarta que agitaba Raül Fernández, estudiante, de 21 años. Los carteles eran una galería de la desafección de media Cataluña con España: "La Constitución es nuestra prisión"; "Ciudadanos, no súbditos"; "Adiós, Estado".
El presidente de la ANC, Jordi Sànchez, tocó esa fibra desde el escenario: "Nos declaramos insumisos a los tribunales y gobiernos que sólo quieren preservar la indivisible unidad de España".
Puigdemont estaba en la primera línea. "¡Ponga las urnas, president!", le gritaban. Él reía y asentía. El impulso de la calle resulta vital para sostener su desafío institucional.
No es casual que antes de que se disolviera la marcha ya hubiera estallado la guerra de cifras. Un millón, según la Guardia Urbana municipal; 350.000, para el gobierno español. En cualquier caso, hubo otras Diadas independentistas más numerosas en los últimos cinco años, pero el separatismo retiene una notable capacidad de movilización en este momento crítico.
En Madrid insisten en que una mayoría silenciosa rechaza la ruptura. Las encuestas muestran una sociedad dividida por el proyecto de la independencia, algo que se reflejó en las últimas elecciones regionales, de 2015, donde los separatistas consiguieron mayoría parlamentaria sin llegar al 50% de los votos (47,8%).
Eran detalles insignificantes para la multitud que ayer inundó Barcelona. La última ovación se la llevó el locutor que citó a la Diada del año próximo: "¡Será la primera de la república catalana!".
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