Una llamada, un incendio y una desaparición: el misterio de los hermanos Sodder
Durante la Nochebuena de 1945, un trágico hecho desencadenaría uno de los casos más misteriosos de toda la historia de los Estados Unidos. Una llamada, un voraz incendio y la desaparición de cinco hermanos haría que la familia Sodder pasara a formar parte del gran número de expedientes sin resolver.
El inicio de la tragedia
Nacido en 1895 en Tula, al norte de la isla italiana de Cerdeña, Giorgio Soddu emigró junto a su hermano a los Estados Unidos con solo 13 años. Ya en suelo norteamericano cambió su apellido por Sodder, consiguió trabajo y forjó un fuerte lazo dentro de la comunidad donde vivía.
Sodder empezó trabajando como chofer. Con la experiencia adquirida al volante logró conseguir otro similar, pero en el rubro del transporte de mercaderías. En primer lugar llevaba materiales de construcción en el estado de Pennsylvania y luego pasaría a trasladar carbón, actividad que por esos años estaba controlada por la mafia.
En uno de esos viajes a bordo de su camión, Sodder ingresó a un comercio y conoció a la hija del dueño: Jennie Cipriani. Como él, la joven había llegado a Estados Unidos junto a su familia cuando era solo una niña.
Cipriani y Sodder se enamoraron y se instalaron en una casa de dos plantas en las afueras de Fayetteville, una colonia de italoamericanos en el estado de Virginia Occidental. Allí, el matrimonio tuvo un total de 10 hijos.
Rápidamente, la familia se ganó un lugar en el corazón de los vecinos por la ayuda que les brindaban. Pero lejos de la bondad que ofrecían, la familia Sodder sufrió una horrible tragedia en la primera Nochebuena de la posguerra.
De madrugada, el matrimonio y cuatro de sus hijos dormían en la planta baja de la casa de Fayetteville. Arriba estaban los otros cinco. Solo Joseph, el segundo de ellos, faltaba, porque le había tocado prestar servicio militar. En medio de la noche una llamada interrumpió la quietud de la casa.
Jennie contestó el teléfono, pero se trataba de una llamada equivocada. La mujer notó algo fuera de lugar: las luces de la casa estaban encendidas y la puerta principal había quedado entreabierta. La cerró, apagó todo y volvió a la cama.
Luego de unas horas un golpe seco en la parte superior de la casa y un fuerte olor a humo los despertó. Al salir de la habitación vieron el mismísimo infierno en el interior de su hogar: las llamas se apoderaban de todo, consumían la madera, en especial de la escalera que conducía a la planta superior donde descansaban cinco hermanos.
Con gritos desesperados, los Sodder intentaron despertar a los niños que se encontraban en la planta alta, sin embargo, no hubo respuesta. Este hecho hizo que, en un primer momento, pensaran en que los niños ya habían escapado de la vivienda. El matrimonio y los cuatro hijos que dormían en la planta baja salieron y pidieron ayuda a sus vecinos.
George intentó llamar a los bomberos, pero las líneas de teléfono estaban cortadas. Desde afuera de la casa quiso acceder al segundo piso por medio de una escalera que tenía, pero esta había desaparecido. En un último intento, intentó acercar el camión a la parte trasera de para que los niños pudiesen saltar, pero tampoco logró encenderlo.
La hija mayor de la familia Sodder, Mary Ann (19) fue quien corrió a la calle y logró que uno de sus vecinos se trasladara al pueblo y pidiera ayuda a los bomberos. Finalmente, la ayuda de los rescatistas llegó cerca del amanecer, pero, para ese entonces, todo era cenizas.
Resignada, la familia Sodder pensó que sus hijos Maurice Antonio (14), Martha Lee (12), Louis Erico (10), Jennie Irene (8) y Betty Dolly (5) habían muerto carbonizados. Sin embargo, luego de la remoción de los escombros no se encontraron restos humanos. Y partir de ese momento comenzó un sinfín de suposiciones y una espera de justicia que nunca llegaría.
Pistas que no llevan a ninguna parte
Una semana después del incendio que consumió la casa de los Sodder, la policía decidió dar por muertos a los cinco niños que dormían en la planta superior. Incluso, las autoridades emitieron los respectivos certificados de defunción. Pero lejos de la formalidad que le imprimen los documentos, Jennie y George comenzaron a investigar qué había pasado con sus hijos.
Dados por muertos los niños, las autoridades locales dieron por cerrado el caso. No contentos con esta decisión, los Sodder solicitaron que el FBI interviniera en el caso, posibilidad que les negaron por tratarse de un hecho local que, a priori, no revestía ningún interés nacional. Ante la negativa, el matrimonio decidió contratar investigadores privados para tratar de arrojar luz en el asunto.
Desde un primer momento, Jennie Sodder sospechó que sus hijos no habían muerto en el incendio dado que no era posible que, en el caso de que hubiesen muerto calcinados, no se encontrara resto alguno de los cinco cuerpos. La mujer consultó con un especialista de una morgue quien le aseguró que para que se desintegraran los restos humanos deberían haber estado a más de 2000 grados Celsius por al menos dos horas, temperatura que no pudo haberse generado ni siquiera en el peor momento del incendio.
Sin encontrar respuestas, los Sodder ataron cabos sueltos y recordaron un encontronazo que George, un férreo crítico de las ideas de Benito Mussolini, había protagonizado días antes del incendio. Un productor le había ofrecido un seguro para su hogar y Sodder lo rechazó. Enojado, el hombre le vaticinó que viviría una catástrofe: "Su casa se convertirá en humo y sus hijos serán destruidos, y usted pagará por sus sucias opiniones sobre Mussolini".
En 1949, casi cuatro años después del incendio, los Sodder ordenaron una investigación privada sobre el terreno. Se hicieron excavaciones y se encontraron monedas antiguas, un diccionario quemado y huesos que, tras ser analizados en el Instituto Smithsonian, se determinó que pertenecían a una misma persona entre 16 o 17 años. Pero de acuerdo con el informe dichos huesos no habían sido expuestos al fuego.
Otras de las teorías señala que la mafia italiana pudo haber estado detrás de la desaparición de los niños. Como repartidor de carbón, Sodder había acumulado gran parte del mercado y una forma de diezmar ese poderío pudo haber sido el rapto de cinco de sus hijos.
Tres versiones sobre el paradero de los niños
A los días de la tragedia, algunos testigos aseguraron haber visto a los niños en el momento en que se desencadenó el incendio. Pero no había correlación entre un testimonio y el otro. Mientras que una vecina de Fayetteville aseguró que vio a los cinco hermanos dentro de un coche la madrugada del incendio, una camarera de un bar de una localidad vecina señaló que los había visto junto a un hombre y una mujer.
Una semana más tarde, hubo otra persona que atestiguó haber visto a los hermanos Sodder. Esta vez el testimonio fue de una mujer que trabajaba en un hotel en Charleston, Carolina del Sur, a 700 kilómetros del lugar del incendio. Aseguró que los cinco niños se habían alojado allí junto a dos hombres y dos mujeres. La mujer remarcó que los adultos no les permitían a los niños comunicarse con ella y que actuaban de manera extraña, algo que abonó la teoría de un secuestro por parte de una red de trata de niños.
Parecidos, una fotografía y un misterio sin resolver
Tras ver en un periódico juvenil la foto de una nena similar a una de sus hijas, George Sodder viajó a Nueva York. Consultó a los editores del diario si le podían brindar información acerca de la nena, pero se negaron a hacerlo porque se trataba de una menor de edad.
También recibieron una versión que indicaba que sus hijos se encontraban en Florida. Sin embargo, Sodder tampoco pudo encontrarlos en ese estado.
En 1968, los Sodder reciben una carta con una fotografía de un hombre de aproximadamente 30 años. Sobre el margen superior de la foto se podía leer: "Louis Sodder, I love brother Frankie. Little boys. A90-132". La carta había sido sellada en Kentucky y George envió un detective a investigar dado que Jennie estaba muy segura de que se trataba de su hijo. Sin embargo, los estudios y la tecnología de la época no lograron identificar al hombre de la foto.
Meses después de haber recibido la fotografía del joven que se parecía a Louis, George Sodder murió a la edad de 74 años. Su esposa siguió buscando a sus hijos exhaustivamente hasta su muerte, en 1989. Pese a los esfuerzos de estos padres, las jugosas recompensas ofrecidas, nunca supieron qué pasó con los cinco hermanos.
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