Una lección de política para descolocar otra vez a todos
FILADELFIA.- Nadie duda de que el viaje a Cuba y a Estados Unidos del papa Francisco, el más largo y complejo de su pontificado, fue un éxito total. Otro milagro de Pope Francis, destacaban en los medios norteamericanos. No sólo porque conquistó a la gente de la calle por su sencillez y sus gestos de pastor (el impacto de las imágenes de él deteniendo el Fiat 500 negro para saludar a un chico con parálisis cerebral, en el aeropuerto de Filadelfia, fue inmenso). Sino, también, por el tono manso y equilibrado que usó cuando se tuvo que parar a hablar ante el Congreso de Estados Unidos, en el recinto de la ONU y ante obispos y sacerdotes, tanto cubanos como norteamericanos.
Quienes pensaron que el Papa, considerado "comunista" y populista por algunos sectores, iba a salir al ataque de la única superpotencia del mundo, símbolo del capitalismo, se equivocaron. El ex arzobispo de Buenos Aires, hábil estratega, hizo gala de su gran cintura política.
Fue, en Cuba y en Estados Unidos, diplomático y respetuoso. Y, como él mismo dijo, quiso instaurar un puente y dio ejemplo de esa cultura del diálogo y el encuentro a la que llama: invitó a buscar consenso, coincidencias, lo positivo que hay o hubo en la realidad y la historia, para, desde ahí, corregir un rumbo errado.
¿El objetivo? Tanto en Cuba como en Estados Unidos, un cambio en las conciencias de los gobernantes en favor del bien común general, de la reconciliación, para que una humanidad inmersa en conflictos gravísimos pueda dar un golpe de timón y cambiar.
También es cierto que no faltaron críticas. Que por qué no se reunió con disidentes cubanos y sí con Fidel Castro, sinónimo del demonio para los exiliados de Miami. ¿Por qué no atacó con palabras duras el aborto, por qué no insistió más enérgicamente en que la familia verdadera es la compuesta por un hombre y una mujer, como se quejaban los ruidosos pero pequeños sectores más conservadores y tradicionalistas? Éstos siguen sin digerir su histórica frase "¿Quién soy yo para juzgar a una persona gay?", pronunciada en julio de 2013, con la que conquistó a creyentes que se habían alejado, pero sobre todo a no creyentes y personas de las más diversas religiones.
También hubo críticas de víctimas de abusos sexuales de parte de sacerdotes, que probablemente jamás podrán curar sus heridas, más allá de las reuniones con quienes sufrieron esos crímenes horrendos, los pedidos de perdón y palabras de repudio, tanto de Francisco como de su predecesor, Benedicto XVI.
Shock
"La visita del Papa fue un shock", dijo a LA NACION el padre jesuita Jim Martin, autor de varios libros y pluma estrella del semanario jesuita America Magazine.
"Soy hindú, pero amo a este papa, es el papa de la gente", comentó una empleada de servicio de un hotel, fascinada por el jefe de los más de 1200 millones de católicos del mundo, que quiso ir a Harlem, el barrio más pobre de Nueva York y que almorzó con homeless en Washington.
"Lo más sorprendente es la increíble habilidad del papa Francisco de dar bofetadas y que se levanten todos a aplaudirlo", dijo a LA NACION un sacerdote norteamericano que pidió el anonimato y que destacó que, más allá de la diplomacia y del tono equilibrado, el Papa, que consolidó su liderazgo moral, no calló nunca su mensaje ante políticos o sacerdotes y obispos.
"El Papa demostró, una vez más, cómo es capaz de descolocar a todos. No fueron posibles instrumentalizaciones ni de los demócratas ni de los republicanos, y lo mismo dentro de la Iglesia, de parte de progresistas y conservadores", dijo a LA NACION el prestigioso vaticanista de La Stampa y Vatican Insider, Andrea Tornielli.
"Tuvo un impacto inmenso en la gente porque lo que reclama el Papa es un cambio de mirada y de actitud ante todo. La Iglesia acompaña, es cercana y promueve la vida desde el inicio hasta el final, y también en esos 70, 80 años que hay entre el embrión y el anciano que corre el riesgo de la eutanasia", agregó el vaticanista.
Consultado sobre la percepción de que en Cuba el Papa habló menos de lo que algunos esperaban, Tornielli destacó que en la isla de los hermanos Castro "el papa Francisco está ayudando a la transición y al deshielo. No fue un viaje de reclamos, sino de encuentro con el pueblo y de sabiduría diplomática".
Sam Sawyer, jesuita como el Papa, destacó ante LA NACION que lo que más impactó dentro de la Iglesia norteamericana, que esta muy polarizada, fue "su llamado al encuentro, a afirmar lo que es bueno, en lugar de salir a confrontar, a juzgar y a decir quées lo correcto".
Lo que hizo Francisco en este viaje histórico en el que unió a dos enemigos, dos sistemas opuestos, dos realidades -la superpotencia capitalista y la pequeña isla caribeña último bastión del comunismo regional- fue iniciar procesos, señalar el camino de la reconciliación, apuntando al valor de sus coordenadas de acción: la unidad es superior al conflicto, el tiempo es superior al espacio, la realidad es superior a la idea.
Envío así un mensaje no sólo político, sino también, puertas adentro, en la Iglesia Católica, que se prepara en unos días para debatir en un sínodo sobre familia que es considerado, como este viaje, un nuevo desafío para su pontificado reformista.
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