Una intervención que multiplica los riesgos para Moscú
MOSCÚ.- Valeri Guerguievn y los músicos de la orquesta del teatro Mariinski de San Petersburgo recibieron la medalla de La Liberación de Palmira en mayo pasado. Con aquella condecoración, el Ministerio de Defensa ruso distinguía a los músicos por el concierto celebrado 11 días antes en la histórica ciudad siria. Culminaba una primavera esperanzadora que se había iniciado el 14 de marzo, cuando Vladimir Putin ordenó que comenzara la retirada del grueso del grupo militar ruso, que fue enviado a Siria el 30 de septiembre de 2015.
Para explicar la retirada, Putin dijo que se habían cumplido los objetivos militares y que se habían puesto las bases para una solución negociada entre las fuerzas políticas sirias. A partir de entonces, el objetivo de las bases en el puerto de Tartus (las únicas de Moscú en el Mediterráneo) y en el aeropuerto de Jmeimim, en Latakia, era vigilar el cumplimiento del alto el fuego.
Muchos respiraron aliviados. Pensaban que Rusia había evitado un nuevo Afganistán. Pero los acontecimientos demostraron que el triunfalismo era precipitado. El concierto, las medallas y la retirada entre bombos y platillos responden, en parte, a una infravaloración de las tareas que aguardaban a los rusos en Siria y, en parte, son también reflejo del agudizado componente teatral de la cultura política rusa.
Este mes, Estado Islámico (EI) retomó parcialmente el control de Palmira. Al principio, Moscú justificó su intervención militar en Siria con el argumento de que servía para rechazar en el extranjero a los combatientes de EI procedentes de Rusia y países postsoviéticos, y para evitar que este y otros grupos plantearan la batalla en el territorio ruso o de sus aliados asiáticos. Sin embargo, el conflicto que se inició en 2011 tiene múltiples vertientes. En Siria la oposición moderada perdió terreno en beneficio de los radicales, y en la vecina Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdogan es hoy más vulnerable.
El Kremlin exterminó en Siria a posibles combatientes islámicos que hubieran podido regresar al Cáucaso, pero se enfrenta a nuevos riesgos. Según el analista Mikhail Rostovski, Rusia y sus ciudadanos "ascendieron algunos escalones en la lista de blancos que los terroristas quieren destruir".
También el político Grigori Yavlinski cree que, en su intento de salvar el régimen de Bashar al-Assad, los dirigentes rusos involucraron al país en un conflicto de gran envergadura que genera inestabilidad para todos sus participantes mucho más allá de la zona de combate. "Rusia se enfrentó no sólo a los adversarios sirios de Al-Assad, sino a todo el mundo sunnita, al que pertenece la mayoría de los musulmanes de Turquía y de Rusia."
El territorio que los sirios fieles a Al-Assad habían perdido en Palmira lo ganaron en Aleppo con ayuda de la aviación rusa. Oficialmente la intervención rusa se remonta a 2015, pero desde 2013 como mínimo actuaban en Siria militares rusos pertenecientes teóricamente a empresas de seguridad privadas.
Las tácticas de los rusos y los grupos con los que se enfrentan en Siria recuerdan las que emplearon las tropas rusas y sus adversarios chechenos en la primera guerra en esa república caucásica (1994-1996), dice el periodista Vladimir Dolin. En Siria y en Chechenia el problema no es la conquista de una ciudad, sino mantener el control de lo conquistado, lo que presupone el uso de infantería, agrega. Esta función es la que podrían desempeñar los grupos especiales chechenos si son enviados a Aleppo y es también la que podría haber sido tratada por los ministros de Defensa de Rusia, Irán y Turquía la semana pasada, en Moscú.
© El País, SL
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