Una inestabilidad que aún podría profundizarse
PITTSBURGH, PENSILVANIA.- En apenas unos días, la política brasileña pasó de la batalla anticorrupción a la trifulca parlamentaria, de la tragedia institucional al sainete político. El Senado se prepara para suspender a la presidenta Dilma Rousseff hoy, pero nadie sabe con certeza qué ocurrirá el día después.
Anteayer por la mañana, el presidente interino de la Cámara de Diputados, Waldir Maranhão, sorprendió al país al declarar que el juicio político estaba viciado de nulidad. El presidente del Senado, Renan Calheiros, amenazó con ignorar la decisión y seguir adelante con el procedimiento. Luego, ya de madrugada, anticipando su aislamiento político, Maranhão revocó su propia medida.
Este nuevo capítulo de la saga brasileña refuerza la pregunta que preocupa a los politólogos desde hace meses: ¿representará la salida de Dilma el fin de la inestabilidad política en Brasil o será apenas el comienzo de un largo ciclo de turbulencia?
Quienes estudian el fenómeno de los golpes militares documentaron hace ya tiempo la llamada "trampa de los golpes". Cada revuelta militar debilita la vida política civil y aumenta así el riesgo de intervención militar en un momento histórico posterior. La experiencia argentina entre 1930 y 1983, con su patrón de golpes recurrentes, muestra lo difícil que resulta escapar de esta trampa.
Los analistas debaten si existe una trampa similar para las formas constitucionales de inestabilidad, como el juicio político o la renuncia anticipada del presidente. ¿Impulsaría la caída del gobierno un ciclo de inestabilidad en Brasil, aun si esta salida se encaminara por cauces legales?
La crisis argentina de 2001 sugiere que este peligro es real. Pero los estudios sobre el tema ofrecen diversas conclusiones. Los politólogos estadounidenses Kathryn Hochstetler y David Samuels mostraron que la inestabilidad presidencial raramente se repite. Entre 1978 y 2010, 13 democracias latinoamericanas intentaron destituir a sus gobernantes, pero solamente en tres países (la Argentina, Bolivia y Ecuador) se produjo reiteradamente la caída del presidente.
Sin embargo, no todas las crisis son iguales. El estudioso noruego Leiv Marsteintredet documentó que la remoción del presidente aplaca a la opinión pública solamente cuando la crisis se origina en un acto ilegal del mandatario. Cuando la situación económica constituye la verdadera fuente de malestar, deponer al presidente rara vez resuelve los problemas. Y la protesta pronto recrudece. Entre 1996 y 2007, ningún presidente electo pudo completar su mandato en Ecuador.
La crisis brasileña combina todos estos elementos. La recesión económica movilizó a la clase media contra el gobierno y restó apoyo popular al Partido de los Trabajadores (PT). Buena parte de la clase política, en el gobierno y la oposición, está marcada por los escándalos de Petrobras. Y Dilma ha sido acusada de una maniobra fiscal que, si bien técnicamente es ilegal, es apenas una excusa para sacrificar a la presidenta en el altar de la opinión pública.
La crisis refleja también la asincronía de dos sistemas institucionales que funcionan en paralelo. Por una parte, el presidente y los partidos forman coaliciones intercambiando prebendas. Por otra, el poder judicial y los medios de comunicación operan con gran autonomía -aunque no siempre con prudencia-, mostrando niveles de independencia poco comunes en América latina. Esto explica que las investigaciones judiciales afecten al mismo tiempo al partido gobernante y a los líderes de la oposición.
El nuevo gobierno deberá tomar duras medidas económicas que, al menos en el corto plazo, no sacarán a Brasil de la recesión. Los legisladores buscarán ahora aplacar las aguas turbulentas, pero el vicepresidente Michel Temer está señalado por corrupción y su popularidad es abismalmente baja. Cabe desear que la crisis se cierre hoy, pero este resultado no parece del todo probable.
El autor es profesor de ciencia política en la Universidad de Pittsburgh
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