Una inclinación a los monólogos que la llevó a este callejón sin salida
RÍO DE JANEIRO.- Dilma Rousseff leyó su carta al pueblo brasileño delante de los periodistas, pero no aceptó responder preguntas. Ella irá a presentar su defensa al Senado, pero no quiere preguntas. Fue ese gusto por el monólogo lo que la llevó a donde está. Aun así, hay monólogos que ilustran. No fue el caso de la misiva leída anteayer.
Cuando la señora y el Partido de los Trabajadores (PT) no sabían qué hacer, proponían un pacto. Así lo hicieron en 2013, cuando los brasileños salieron a las calles. Ella ofreció cinco pactos y cambió de tema semanas después. Anteayer ofreció otra vez "un pacto por la unidad, el desarrollo y la justicia".
Cuando los pactos no rinden, aparece la carta del plebiscito, y Dilma volvió a sacarla de la manga. Sugirió la realización de una consulta "sobre la celebración de elecciones anticipadas, así como sobre una reforma política y electoral".
La reforma política es necesaria y no precisa de un plebiscito, pero viene al caso recordar el tipo de reforma política que defendía su partido. El PT quería, y casi consiguió, instituir la lista sábana, que confiscaría el derecho del elector a votar al candidato que escoja. Ese poder sería transferido mayormente a las dirigencias partidarias. (Dos ex presidentes y tres ex tesoreros del PT estuvieron en la cárcel.)
Dilma y el PT mostraron su agotamiento intelectual. Tuvieron en Eduardo Cunha, ex presidente de la Cámara de Diputados, un aliado, un cómplice y, finalmente, un enemigo. Ni Dilma ni el PT consiguieron dar apoyo a la operación Lava Jato. Ambos fueron ostensiblemente críticos de la delación premiada. Sin los arrepentidos, el Lava Jato se habría ido por el desagüe.
Cuando falta un paso para las escenas finales de su carrera política, la suspendida presidenta dice banalidades como ésta: "Es fundamental la continuidad de la lucha contra la corrupción. Éste es un compromiso innegociable. No aceptaremos ningún pacto en favor de la impunidad".
Dilma arruinó la economía del país saltando de la rama de los "campeones nacionales" hacia las "manos de tijera" de Joaquim Levy, y de allí a la breve gestión de Nelson Barbosa. En el ahora presidente interino Michel Temer tuvo, primero, un compañero de fórmula; luego, un articulador político, y finalmente, un enemigo al que llama "usurpador".
El episodio es raro y la carta de Dilma se parece más al programa de un gobierno que existió, dejó de existir, pero persiste, vagando cual alma en pena.
Su carta a los senadores podría haber sido distinta en su extensión y en su contenido. Por decisión de ella y de su búnker en el Palacio del Planalto fue un documento engolado en su estilo y catastrófico en su esencia. No logrará cambiar los votos del plenario del Senado que pondrá punto final a su mandato, pero podría motivar a quienes aceptan parte de sus argumentos contra el proceso de juicio político. Si no tiene ese efecto, reflejará el agotamiento político del petismo y del dilmismo, si es que tal cosa existe.
La suspendida presidenta vive sus últimos días de poder en la campana de cristal del Palacio da Alvorada, transformado en jaula de oro. La espera el auto que la conducirá al aeropuerto. Podría haber sido diferente, si ella y el PT hubiesen entendido que estar en el poder no significa poder hacer lo que se quiera. Algún día la ficha les caerá.
Traducción de Jaime Arrambide
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