Una guerra de vecinos donde las diferencias no se negocian
JERUSALÉN. - En medio de la condena generalizada por el mortal ataque de anteayer a una sinagoga de Jerusalén, hubo también dos perturbadoras señales de celebración. En las redes sociales, circuló una caricatura de un cuchillo de carnicero como el usado para asesinar a cuatro judíos ortodoxos. Y los habitantes de la Franja de Gaza ganaron las calles haciendo flamear banderas, entonando vítores y repartiendo golosinas.
El epígrafe de la caricatura decía "En honor a Al-Aqsa", en referencia al disputado sitio sagrado dentro de la Ciudad Vieja, en el centro de la escalada de violencia que parece estar cada vez más fuera del control de los líderes, sean palestinos o israelíes. Esa sangre desparramada sobre las prendas rituales y los libros sagrados de las víctimas subraya las señales cada vez más evidentes de que los extremistas de ambos bandos están transformando la guerra estancada por el territorio y la identidad en una guerra religiosa a todo o nada.
Una vez más, se cree que los atacantes actuaron por cuenta propia, lo que plantea un nuevo y duro desafío para los servicios de inteligencia israelíes. Una vez más, se trató de habitantes palestinos de Jerusalén Oriental, con identificaciones israelíes que les permitían moverse libremente y un cúmulo de resentimientos por el trato que reciben en ese ingobernable trozo de territorio ferozmente disputado.
Y una vez más, Israel prometió reprimir y dejar hecho escombros el hogar de los atacantes, bloquear el acceso a algunos barrios palestinos, redoblar el arresto de los jóvenes que arrojan piedras y reforzar el patrullaje policial.
Hasta los israelíes que las consideran necesarias están preocupados por la posibilidad de que estas medidas de seguridad provoquen un efecto rebote entre una población furiosa e indignada desde hace seis meses. Los analistas de ambos bandos temen que el ciclo de violencia y deshumanización mutua se agrave por la creciente atención que concita el lugar sagrado, donde alguna vez se alzaron los antiguos templos, lugar de veneración de los musulmanes durante siglos, que ahora temen que sea ocupado por los judíos.
"Cuando entra a tallar la cuestión religiosa, el conflicto se absolutiza: la tierra se puede dividir, la seguridad se puede dividir, pero lo sagrado es indivisible", dijo Moshe Halbertal, profesor de Filosofía de la Universidad Hebrea de Jerusalén. "Y también globaliza el conflicto, porque pasa a ser de todos los musulmanes, y no sólo de israelíes y palestinos."
Zakaria Al-Qaq, profesor de Estudios en Seguridad Nacional de la Universidad Al-Quds de Jerusalén Oriental, dijo que "con la religión, todo es blanco o negro, o nosotros o ellos, y se convierte en un tema existencial. Y si se transforma en algo existencial, sólo habrá sangre y nada de diálogo. Entrará en una lógica diferente y en una dimensión diferente, y no creo que los líderes actuales puedan hacer nada al respecto".
Aunque el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, condenó los asesinatos en la sinagoga, otros líderes los elogiaron como una defensa de Al-Aqsa, una mezquita en el corazón del sitio histórico que los musulmanes llaman Explanada de las Mezquitas, y los judíos, Monte del Templo. Y Abbas, además, advirtió la semana pasada que si los judíos "contaminaban" el lugar se desataría "una guerra santa".
El propio Benjamin Netanyahu recalcó los matices religiosos del tema, al decir que "cuatro puros e inocentes judíos fueron masacrados envueltos en sus talits y filacterias", las prendas rituales que los ortodoxos usan durante sus plegarias.
Las repetidas declaraciones de Netanyahu de que no cambiaría el statu quo en el lugar sagrado, donde están prohibidas las plegarias no musulmanas, fueron rechazadas por muchos palestinos, porque ministros de su gobierno y miembros de su partido han realizado visitas provocadoras al lugar, han apoyado proyectos de ley para dividirlo y hasta han llamado a erigir en el lugar un "tercer templo" de Jerusalén. Más allá de la mezquita, los palestinos vienen protestando por los planes de Netanyahu para expandir los asentamientos judíos en barrios de Jerusalén Oriental, demoler viviendas en barrios palestinos y por el modo en que son tratados los 300.000 habitantes no judíos de la ciudad.
Israel tomó Jerusalén Oriental durante la guerra de 1967, luego la anexó, y actualmente considera que la ciudad entera es "su capital eterna e indivisible". Los palestinos -y la mayor parte del mundo- consideran que Jerusalén Oriental es un territorio ocupado ilegalmente, y capital de un futuro Estado palestino.
"Alguien tiene que pensar en eliminar las causas de todo esto, y las causas remiten a las políticas israelíes y sus métodos en Jerusalén Oriental", dijo Ghassan Khatib, vicepresidente de la Universidad Birzeit de Cisjordania. Que la escalada se profundice "depende del modo en que Israel maneje esta oleada".
Khatib señaló que la pobreza, el desempleo, las adicciones y muchas otras plagas socioeconómicas son mucho más graves en Jerusalén Oriental que en Cisjordania.
Para el escritor Yossi Klein Halevi, "ésta es una guerra de vecinos, y la dimensión religiosa hace que todo se vuelva aún más aterrador".
Traducción de Jaime Arrambide
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