Una figura clave de la transición y de la reconciliación de los españoles
Hombre de mil rostros, actor privilegiado de la política española durante muchas décadas del siglo XX y personaje clave en los años de la transición tras la muerte de Franco, Santiago Carrillo (Gijón, 1915) fue algo más que el histórico dirigente del Partido Comunista. Su imagen con un cigarro entre los dedos y esa expresión de zorro taimado forman parte del imaginario de varias generaciones de españoles.
Cada vez que en los últimos años desaparecía algún político español, todas las miradas se dirigían al incombustible Carrillo, que parecía tocado por la gracia de los dioses.
Lúcido hasta el final de sus días, el emblemático líder comunista seguía analizando la actualidad en tertulias radiofónicas y en artículos en la prensa sin que le pesaran sus 97 años. "Me siento muy bien siendo un francotirador independiente, porque tengo una libertad de movimientos que no tenía cuando era dirigente de un partido tan disciplinado como el Comunista", confesó en una entrevista hace unos años.
Como en raras ocasiones sucede, su biografía política coincide con los "momentos estelares" de la historia reciente de España. En alguno de esos episodios nacionales, la figura de Carrillo se engrandeció. Ocurrió, por ejemplo, la noche del 23 de febrero de 1981, durante el fallido golpe de Estado. Esa noche, cuando el avieso teniente coronel Tejero irrumpió en el Congreso, sólo tres hombres desafiaron los disparos de intimidación de los guardias civiles: el presidente saliente, Adolfo Suárez; su vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, y Carrillo, que siguió fumando, sentado en su poltrona, mientras observaba a sus colegas arrodillándose por si les rebotaba alguna bala.
Pero en el espejo de la historia, su imagen no siempre salió favorecida. Al joven Carrillo, afiliado precozmente a las Juventudes Socialistas, primero, y más tarde al Partido Comunista de España (PCE), la Guerra Civil (1936-1939) lo sorprendió con apenas 21 años, pero ya con un aquilatado bagaje político que le permitió asumir responsabilidades en el bando republicano.
Como miembro de la Junta de Defensa de Madrid desde noviembre de 1936 se vio implicado, directa o indirectamente, en una matanza de militares franquistas en Paracuellos del Jarama, un pueblo cercano a la capital. Él siempre defendió su inocencia y atribuyó la autoría de la masacre a milicias izquierdistas descontroladas. Más oscuro fue su papel en la guerra sucia que libró el PCE, bajo la tutela de Stalin, contra el trotskista POUM, cuyos principales líderes, con el legendario Andreu Nin a la cabeza, "desaparecieron" en 1937 a manos de agentes estalinistas con la complicidad de los comunistas españoles.
Al término de la guerra, Carrillo emprendió un exilio que se prolongó durante 38 años y que lo llevó de Moscú a París y del buró político del PCE a la secretaría general, en 1960, una vez que la carismática Dolores Ibárruri, "Pasionaria", fue soltando lastre desde su refugio en Moscú. Promotor en esa década de la política de "reconciliación nacional", con la que el PCE trató desde el exilio de tender puentes con los sectores más aperturistas del régimen, Carrillo abandonaría con los años su ortodoxia estalinista y abrazaría los postulados "eurocomunistas" de Berlinguer y Marchais. Pero antes de ese golpe de timón llevó las riendas del partido con mano de hierro. De sus mañas y artimañas políticas fue víctima, entre otros, Jorge Semprún, expulsado del partido bajo la muy estalinista consigna de "desviacionismo ideológico".
El regreso a España
Su audaz regreso a España, disfrazado con una peluca, un año después de la muerte del dictador, realzó su figura entre las bases del partido. En pocos meses será, junto con Suárez y el Rey, uno de los actores determinantes de una transición política en la que los principales partidos (entre ellos el PCE) antepusieron la estabilidad política (bajo los "pactos de la Moncloa") al reclamo del retorno de los valores republicanos que demandaba una parte de la sociedad.
Tras el buen resultado del PCE en las primeras elecciones democráticas, en 1977, Carrillo se sintió el referente de la izquierda, pero su figura fue eclipsada pronto por un joven socialdemócrata con ansias de poder: Felipe González.
Con el aplastante triunfo del PSOE en 1982, comenzó el declive del viejo dirigente comunista, que terminaría abandonando el PCE a mediados de los 80 y la política activa en 1991.
El círculo de la historia lo llevaría a partir de entonces a desempeñar su primer oficio: el periodismo. Y a convertirse en ese "francotirador independiente" que disparaba sus sagaces comentarios políticos mientras apuraba un cigarrillo tras otro.