Una extraña mezcla de alivio, esperanza y escepticismo por el real alcance del acuerdo
NUEVA YORK.- Corea del Norte no tiene suficientes alimentos, no tiene Facebook ni Beyoncé, y sus diplomáticos tienen que racionar el uso de las computadoras de la cancillería debido a los cortes de luz. Pero el país se destaca en teatro y danza, sus funcionarios tienen excelente formación y son despabilados. Así que tenemos un asomo de paz en la península de Corea... y parte del mérito es de Donald Trump.
Como con toda función de circo, es algo asombroso de ver, pero no tanto como lo anuncian.
Al ver a Kim Jong-un poner pie en Corea del Sur -es el primer líder norcoreano que lo hace-, hay que reconocerle que ha sabido jugar excepcionalmente bien con el pobre mazo de cartas que le tocó. Kim ahora apunta al levantamiento de las sanciones económicas, a reconstruir la economía de su país y a conservar su arsenal nuclear, y todo eso sin dejar de ser el foco de atención del mundo: una actuación memorable.
Como alguien que cubre las noticias de ese país desde los 80, mi humilde opinión es que deberíamos ser profundamente escépticos... y al mismo tiempo sentirnos aliviados e incluso un poco esperanzados.
Lo cierto es que el endurecimiento de las sanciones y la retórica beligerante de Trump realmente cambiaron la ecuación. Todo eso estaba destinado a intimidar a Kim, pero mayormente alarmaron al presidente surcoreano, Moon Jae-in, y lo convencieron de apelar a la exitosa diplomacia de los Juegos Olímpicos, que sentaron las bases para la cumbre Norte-Sur.
Después, Kim aprovechó esos avances para concertar encuentros con Trump y con el presidente chino, Xi Jinping, que eran un objetivo desde hace mucho tiempo. Y ayer, Kim y Moon firmaron una declaración conjunta en la que prometen "no más guerra" y la "completa desnuclearización". Todo muy alentador, pero permítanme ser escéptico.
Los líderes del Norte y del Sur ya han firmado grandes acuerdos de paz, en 2000 y 2007, y ninguno duró. En 2012, Corea del Norte acordó no hacer pruebas con misiles y semanas después lanzó uno, pero lo llamó "lanzamiento de satélite".
Cuando Pyongyang habla de "completa desnuclearización", lo que históricamente ha querido decir es que si Estados Unidos da por terminada su alianza con Corea del Sur, entonces Corea del Norte ya no necesitará armas nucleares para defenderse. El régimen intenta fabricar armas nucleares desde la década de 1950, y no conozco un solo experto que crea que ese país renunciará así como así a su arsenal.
En septiembre, durante mi última visita a Corea del Norte, un funcionario de la Cancillería me dijo que cuando Libia abandonó su programa nuclear, su gobierno fue derrocado. También señaló que Saddam Hussein, en Irak, carecía del poder disuasorio de las armas nucleares, y que por eso había sido tumbado por los norteamericanos. A continuación, me confirmó que Corea del Norte no pensaba cometer el mismo error. Y menos probable aún es que entregue su arsenal ahora que ve a Trump tan predispuesto a tirar a la basura el pacto nuclear con Irán.
La estrategia de Kim parece ser firmar promesas de desnuclearización y dejar los detalles para futuras negociaciones, a sabiendas de que nunca se implementará del todo y de que jamás recibirá inspecciones intrusivas.
Como tanto Trump como Kim anhelan encontrarse, es de esperar que en las próximas semanas Corea del Norte libere a los tres norteamericanos que tiene detenidos y que haga declaraciones conciliatorias. Trump y Kim podrán mostrarse entonces como los históricos forjadores de la paz, y seguramente firmarán algún tipo de declaración conjunta con llamados a la desnuclearización. Y los funcionarios de Trump saldrán a decir que su jefe merece el Nobel de la Paz más que Barack Obama.
Esperemos que en ese encuentro Trump también saque el tema de los derechos humanos. Una comisión investigadora dejó entrever que Corea del Norte cometió crímenes de lesa humanidad "a escala masiva" en sus campos de trabajo, y deberíamos presionar para que se permita el acceso de ayuda humanitaria.
Mientras tanto, supongo que el Norte frenará todas las pruebas nucleares y misilísticas, y detendrá la producción de plutonio. A cambio, Pekín y Seúl flexibilizarán en silencio las sanciones... y Kim tendrá lo que siempre quiso: la legitimidad de ser tratado como un líder mundial, como un par, y como el gobernante de un Estado nuclear de facto.
Con ese escenario, tanto Kim como Trump se benefician políticamente, y por esa misma razón, también se beneficia el mundo. Los cultores de la mano dura seguramente vociferarán que nos están engañando y que no es verificable que el Norte vaya a entregar sus armas nucleares. Es cierto. Pero es preferible a una guerra. De hecho, esta es la puerta de atrás para lograr un "congelamiento nuclear mutuo" que Corea del Norte y China recomiendan desde hace tiempo y que Trump rechazó. Tal vez todo esto se caiga a pedazos. Pero ahora es posible al menos vislumbrar un camino que no sea la guerra, y tan solo por eso, nosotros, los escépticos, deberíamos estar agradecidos.
Traducción de Jaime Arrambide
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