Una explosiva biografía de Carlos III saca a la luz la peor versión del rey británico: “Malhumorado y mezquino”
El libro del periodista estadounidense Christopher Andersen cuenta detalles inéditos sobre la relación con Lady Di, marcada por la violencia; también recupera testimonios de exempleados que denuncian maltratos
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El infeliz matrimonio de Carlos y Diana era tan volátil que los oficiales de protección real temían que alguno de los dos saliera lastimado. Uno de los ayudantes de Carlos recuerda haber visto a Diana descalificar a su marido y burlarse de “su obsesión por la monótona Camilla”, escribe el periodista estadounidense Christopher Andersen en la biografía El rey: la vida de Carlos III, que saldrá a la venta el 8 de noviembre y revela detalles desconocidos de la personalidad del hombre que se convirtió en monarca el pasado 8 de septiembre tras la muerte de Isabel II.
El ayudante observaba cómo Diana “perseguía literalmente” a su marido “por pasillos, escaleras y de habitación en habitación” en el retiro campestre de Carlos en Highgrove House, escribe Andersen.
“¿Por qué no te acuestas conmigo?”, le preguntó Diana a su marido, quien “a todos los efectos había puesto fin unilateralmente a su relación sexual”, desde el nacimiento del príncipe Harry -el menor de sus dos hijos- en 1984.
La supuesta respuesta sarcástica de Carlos: “No lo sé, querida. Creo que podría ser gay”.
Durante una acalorada discusión, Carlos exigió infantilmente que se le diera el respeto “que consideraba que su posición merecía”, según el libro.
“¿Sabes quién soy?”, le preguntó a su esposa.
“Diana le respondió que era un ‘puto animal’”, escribe Andersen. “¡Nunca serás rey!”, le gritó. “Guillermo sucederá a tu madre. Me encargaré de ello”.
La tensión en la casa real no hizo más que aumentar con el paso del tiempo.
“Los enfrentamientos entre Diana y Carlos eran ahora tan crudos que ‘la violencia parecía inevitable’”, señala un guardaespaldas en el libro.
Los agentes estaban preocupados por la “enorme potencia de fuego” que contenían los muros de Highgrove, que incluía escopetas, rifles y pistolas, según el libro. “Los encargados de la protección de los miembros de la familia real estaban profundamente preocupados por el hecho de que, ‘en el calor de la ira’, cualquiera de ellas pudiera ser utilizada para cometer un suicidio, un homicidio o ambas cosas”, escribe Andersen.
Oso de peluche
Otra peculiaridad del actual rey que revela el libro es que mantuvo cerca a su oso de peluche de la infancia hasta la adultez.
En la biografía, Andersen escribe que el antiguo ayudante de confianza del ahora rey, Michael Fawcett, era el encargado de cuidar del animal de peluche, cuando Carlos tenía más de 40 años. Cada vez que el juguete necesitaba ser reparado, la antigua niñera del rey, Mabel Anderson, salía de su retiro para hacer las reparaciones necesarias.
Según un antiguo ayudante, la niñera jubilada “era el único ser humano al que se le permitía llevar aguja e hilo al oso de peluche del príncipe Carlos”. Él tenía más de cuarenta años, y cada vez que había que reparar ese peluche, se podía pensar que era su propio hijo el que tenía que someterse a una cirugía mayor”, escribe Andersen.
Fawcett también se encargaba de poner pasta de dientes en el cepillo monogramado del entonces príncipe de Gales, de afeitarle la cara, de ayudarlo a ponerse los pantalones y de atarle los zapatos. Le preparaba el pijama y le tendía la cama cada noche.
Un “bully”
El personal de jardinería de la finca de Carlos en Highgrove también debía estar a la altura de sus exigencias.
El jardinero jefe, escribe Andersen, se despertaba cada día con una lista de “instrucciones y quejas escritas por su jefe en tinta roja”.
El entonces príncipe se paraba en su porche y, si no estaba contento con el trabajo realizado por los jardineros, supuestamente les ladraba órdenes a través de un megáfono verde.
“Para alguien que dijo que supuestamente fue víctima del bullying de niño, el príncipe Carlos claramente disfrutaba intimidándonos”, dijo un empleado de Highgrove a Andersen. “Podía ser agradable y cortés, pero la mayor parte del tiempo era malhumorado y mezquino. No lo pensaba dos veces a la hora de gritarte insultos si ponías un pie en falso”.
Otro antiguo ayudante de cámara, Ken Stronach –que durante muchos años se encargó de lavar a mano la ropa interior del príncipe y de arroparle en la cama con su querido peluche– coincidió.
Stronach afirma en el libro haber visto a Carlos, en medio de una discusión con su entonces esposa, la princesa Diana, agarrar un pesado botín de madera y lanzárselo, sin llegar a tocarle la cabeza.
En otra ocasión, Carlos, que se encontraba en la villa de un amigo elegante en el sur de Francia, supuestamente se enfureció cuando perdió accidentalmente uno de sus gemelos en el lavatorio del baño.
“Enloquecido, arrancó el lavatorio de la pared y lo rompió en busca del gemelo”, escribe Andersen. “Al no poder encontrar la joya perdida, un príncipe de Gales con los ojos desorbitados se giró y agarró a su ayudante por el cuello. Stronach se soltó, salió corriendo por una puerta lateral y se metió en un armario de ropa blanca. Aterrorizado, se acurrucó allí durante treinta minutos antes de poder oír a Carlos salir del baño”.
Las rabietas de Carlos se extendían supuestamente a su estrecho círculo social. “En una ocasión, estando de invitado en la casa de campo de un amigo, Charles quiso tomar aire fresco”, escribe Andersen. “Al no poder abrir la ventana, cogió una silla y la rompió. No satisfecho con el resultado, rompió otra”.
Como señala Stronach, “hay que entenderlo”: “El príncipe está acostumbrado a conseguir lo que quiere. Y quería un poco de aire fresco”.
Instrucciones para el desayuno
Según el libro, Carlos tenía requisitos muy específicos a la hora de desayunar.
Un antiguo sirviente revela en el libro que la bandeja del desayuno de Carlos tenía que “contener una taza y un plato a la derecha con una cuchara de plata apuntando hacia afuera en un ángulo de cinco en punto. La manteca debe venir en tres bolas y estar refrigerada. La tostada real siempre está en una rejilla de plata, nunca en un plato”, escribe Andersen. “Los surtidos de mermeladas, confituras y miel se sirven en una bandeja de plata aparte”.
La cena de Carlos casi siempre incluía una ensalada verde con un huevo pasado por agua, pero los huevos suponían un reto para el personal de cocina.
“Los chefs de la cocina real normalmente preparaban varios huevos de tres minutos antes de estar satisfechos de que uno de ellos se hubiera cocinado para cumplir con los estándares de suavidad del príncipe”, escribe Andersen. “Los rechazados se desechaban”.
En 2018, el Palacio emitió un comunicado en el que negaba que Carlos rechazara seis huevos por cada uno que comía.
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