Una Europa alterada por la extrema derecha y la guerra se acerca a las urnas
La desconfianza en la política tradicional, el ascenso de los partidos radicales y la fragilidad de las coaliciones de gobierno marcan la nueva era
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PARÍS.– A menos de veinte días de las elecciones europeas, Europa afronta una situación que creía no volver a vivir: mientras el proyecto europeo, desde 1950, se construye sobre la búsqueda de la paz, simbolizado por ese célebre “¡Nunca más!” que le dio nacimiento, la guerra se ha instalado a sus puertas. Y con ella, también regresó una nueva relación de fuerzas que la obliga a adaptar sus reglas para permanecer en la competencia mundial.
Las elecciones que tendrán lugar entre el 6 y el 9 de junio serán el punto de partida de un período crucial para el bloque, en momentos en que, al interior de sus fronteras, el panorama político y social parece más incierto que nunca: aumento de la extrema derecha, desconfianza de los ciudadanos en la política tradicional, retroceso del Estado de derecho en algunos casos y coaliciones de gobierno cada vez más frágiles.
Las últimas elecciones nacionales en la UE confirmaron una tendencia que se dibuja desde hace varios años: la desafección por los partidos políticos tradicionales, con el resultado de un aumento considerable de la abstención. La vida política no atrae más ni a los militantes y a los candidatos. Por todas partes, Europa asiste al progresivo ocaso de los partidos de gobierno, ya sean de derecha como de izquierda, que se sucedieron en el poder durante décadas.
A izquierda, es el caso del Partido Socialista (PS) en Francia, que pasó de 250 bancas en las elecciones legislativas de 1997, a solo 31 en 2022; del Partido Social Demócrata (SPD) en Alemania; el Partido Demócrata en Italia o del Pasok en Grecia. La derecha vive la misma situación con Los Republicanos (LR) en Francia, que pasaron de 309 bancas en 2002 a 61 en 2022; la Unión Demócrata Cristiana (CDU) en Alemania; el Partido Popular (PP) en España; el Partido Social Demócrata (PSD) en Portugal y sobre todo, Forza Italia, que pasó de 29,48% de los votos en 2001 a 8,12% en 2022.
En números: la izquierda solo gobierna actualmente en cuatro países (Dinamarca, España, Alemania y Malta) y la derecha moderada cuenta con nueve jefes de gobierno (Chipre, Rumania, Grecia, Croacia, Suecia, Irlanda, Lituania, Letonia y Austria). De hecho, 12 Estados miembros -es decir, cerca de la mitad el bloque- no estaban gobernados a principios de año ni por la izquierda ni por la derecha.
El resultado ha sido una progresión de partidos radicales, con frecuencia calificados de “populistas”, más bien situados en la extrema derecha del panorama político. En Francia, los partidos de extrema derecha, Reunión Nacional (RN) de Marine Le Pen, y de extrema izquierda, La Francia Insumisa (LFI), obtienen así intenciones de voto cada vez más elevados.
En Alemania, el partido xenófobo y neonazi Alternativa para Alemania (AfD) afirma su presencia en los Lander del este. En España, la ultraderecha de Vox llegó tercera en las elecciones parlamentarias en 2019. En Portugal, el populista y ultraliberal Chega, obtuvo el tercer puesto en las elecciones anticipadas de este año, con 18% de los votos, duplicando su escore de 2022.
Alianzas múltiples
Otra consecuencia de ese desapego por la política tradicional es la necesidad de reunir a una mayor cantidad de partidos para constituir una coalición gubernamental mayoritaria y sólida. Contrariamente a lo que sucedía décadas atrás, hoy es indispensable reunir a por lo menos tres partidos para formar gobierno. Esa es la situación en nueve países de la UE: Irlanda, Suecia, Luxemburgo, Eslovenia, República Checa, Estonia, Letonia, Alemania, Italia, y Holanda. O más, como Bélgica, con siete partidos.
Esta situación tiene dramáticas consecuencias cuando se trata de tomar decisiones estratégicas. El ejemplo es claro en Alemania, donde gobierna una coalición formada por socialdemócratas, liberales y verdes.
Dos años y medio después de asumir, fácil es constatar las dificultades que enfrenta el gobierno dirigido por Olaf Scholz, sobre todo cuando se trata de la guerra en Ucrania, tema que no figuraba en el contrato de coalición, documento negociado detalladamente e integralmente escrito en Alemania.
Forza Italia, que gobernó en el pasado como la principal fuerza política del gobierno italiano, aceptó ser el socio minoritario de una coalición conducida por Giorgia Meloni, cuya formación, Fratelli d’Italia —único partido que no participaba en el gobierno de unión nacional de Mario Draghi—, ganó las elecciones de 2022.
Esa asociación atípica reúne tres partidos de derecha, que van del centro al extremo y cuyos diputados pertenecen a tres grupos diferentes en el Parlamento Europeo: el Partido Popular Europeo (PPE) para Forza Italia; Identidad y Democracia (ID) para la Lega, y Conservadores y reformistas (ECR) para Fratelli d’Italia.
¿Anticipa esa situación profundos cambios en Estrasburgo este año? “Esas coaliciones ‘plurales’ provocan larguísimas negociaciones para llegar a acuerdos de coalición”, asegura Sylvain Kahn, investigador y especialista de Europa.
En todo caso, desde Italia hasta Francia, pasando por Austria, Bélgica, Alemania u Holanda, los partidos de extrema derecha se preparan para obtener resultados considerables. Las encuestas, en efecto, sugieren que —por primera vez— dos de los grupos más radicales, ECR e ID, podrían superar a la centroderecha (PPE) y convertirse en la segunda fuerza del Parlamento, alcanzando el 25% de los 720 del hemiciclo, creando una situación incierta.
Coaliciones populistas
“Hasta ahora el PPE ha mantenido la costumbre de trabajar con la centroizquierda. Pero, si este último obtiene malos resultados, la centroderecha podría verse obligada a buscar nuevos aliados”, analiza Pascale Joannin, de la Fundación Robert Schuman. “Podría así nacer una coalición populista de derecha, formada por demócrata cristianos, conservadores y radicales de derecha por primera vez en la historia del Parlamento Europeo”, agrega.
Una modelización del instituto European Power predice que los partidos populistas antieuropeos ganarán las elecciones europeas en Austria, Bélgica, República Checa, Francia, Hungría, Italia, Holanda y Eslovaquia (donde el primer ministro Robert Fico sufrió esta semana un atentado, en medio de un clima de fuerte polarización). Y llegarían segundos o terceros en Bulgaria, Estonia, Finlandia, Alemania, Letonia, Portugal, Rumania, España y Suecia.
“Esto quiere decir que, al menos el 50% de las bancas serán ocupadas por diputados que no pertenecen a la ‘súper gran coalición’ de los tres grupos centristas, que hasta ahora dominaron el Parlamento Europeo”, analiza el informe.
Bajo la presión de los sondeos, las ideas de la extrema derecha ya penetraron los partidos políticos tradicionales. Es en particular el caso de la inmigración. En su manifiesto político, el PPE pide un cambio fundamental de la legislación en materia de asilo. Para la derecha europea, es necesario transferir a los solicitantes de asilo hacia terceros países, fuera de la UE.
Ese giro hacia la derecha dura podría frenar, por ejemplo, las proyectadas leyes sobre protección del clima y la sostenibilidad. O influenciar la legislación social o económica. Pero, sobre todo, pondría en peligro la ayuda financiera y militar que la UE aporta a Ucrania desde el comienzo de la guerra.
Sobre este tema, sin embargo, las posiciones son más divergentes. La guerra en Ucrania y el apoyo a Moscú constituyen una línea de fractura dentro de los distintos partidos de derecha. De la misma forma, no toda la extrema derecha es antieuropea. Giorgia Meloni, por ejemplo, sabe que puede contar con la UE para ejecutar su política migratoria o para recibir los 190.000 millones de euros del plan de reactivación europeo prometido a Italia.
“Por eso no hay que dejarse engañar por el mensaje de la fuerza irrefrenable que la extrema derecha intenta imprimir. Es verdad que cuenta. Pero está lejos de conseguir la unidad”, asegura Pascale Joannin.
A esa falta de coherencia, se agrega -según los especialistas- una ausencia de línea clara en sus propuestas, que no consiguen responder seriamente a las expectativas de los europeos, según demuestran las encuestas de opinión. Pero a juicio de Joannin, “las sorpresas nunca se pueden desechar”.
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