Una conspiración indecorosa
WASHINGTON (The New York Times).- He aquí una información para el consumidor que nunca pensé hallar en este diario: "Si se llegan a descubrir manchas de semen en el vestido, los fiscales probablemente soliciten una muestra de sangre o saliva del presidente para establecer si el ADN concuerda", decía un artículo, el viernes último, acerca del sexgate.
"Una mancha como ésa conservaría ADN durante años, a menos que el vestido haya sido lavado con detergente. Una limpieza a seco no la quitaría, ni siquiera si el vestido hubiese sido dejado en condiciones desfavorables", dijeron especialistas.
Con Monica Lewinsky, Ken Starr y Bill Clinton ingresamos en la era de la política indecorosa. Incluso en un escándalo que marca nuevos récords de crudeza, la reaparición del infame "vestido del amor" -como lo llaman los periódicos sensacionalistas- es una extravagante vuelta de tuerca.
¿Qué clase de chica es capaz de guardar semejante trofeo y además entregárselo a su madre para que lo conserve? Hubo muchos momentos surrealistas, pero seguramente éste superó todo lo conocido.
En estos días hubo una grotesca convergencia de elementos desagradables: el caso Clinton, mezclado con el de O. J. Simpson.
Aunque no queremos reconocerlo, los norteamericanos parecemos adictos a escarbar hasta el fondo. Nos estamos volviendo más vulgares, egocéntricos y descabellados.
La fusión del mundo del espectáculo y la política, que comenzó con John Kennedy y Ronald Reagan, alcanzó una agria fruición con Clinton.
El presidente norteamericano desarrolló su campaña electoral y gobernó utilizando foros de entretenimiento popular, respondiendo preguntas sobre calzoncillos. Ahora, esa cultura vulgar absorbió su presidencia y, quizá, su legado.
"El lugar de Clinton en la historia será el del presidente que se preocupaba por su lugar en la historia", dijo Leon Wieseltier, editor del suplemento literario de The New Republic.
Así como las comedias de TV están impregnadas de la mentalidad insolente y autocomplaciente de los adolescentes, Clinton revirtió el habitual modelo presidencial: pasó de uno paternalista a otro adolescente. Es fácil sentir pena por el simpático e inmaduro presidente.
Los líderes políticos deberían tener una zona de intimidad. Y quienes atormentan a Clinton son rastreros, oportunistas y toman partido.
A pesar de lo que cree la opinión pública, la mayoría de los periodistas que conozco no se desvive por esta noticia. Igual que el público, la mayoría considera esta noticia repugnante y desea que termine pronto. Por más que Linda Tripp pronuncie muchos discursos sentidos, los norteamericanos nunca le perdonaremos haber grabado subrepticiamente las palabras de una amiga. Y tampoco aprobarán las tácticas de Starr.
Falta de disciplina
Pero el embrollo en el que Clinton está metido es consecuencia directa de su falta de disciplina, de su renuencia a asumir la responsabilidad y de su predisposición a mentir, encubrir, valerse de colaboradores leales o difamar a locuaces ex amigas cuando todas las demás vías de escape parecen estar bloqueadas. Uno podría llamar a todo esto una conspiración indecorosa al máximo.
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