Una ciudad perdida coreana refleja la profunda cicatriz que es hoy la frontera
CHEORWON, Corea del Sur.- Los lugareños aclaran que ese conjunto herrumbroso e inerte fue una locomotora. "El caballo de hierro quiere correr", reza una inscripción. El tren que unía Seúl con la cordillera Kumkang tenía su tramo más poético en el centenar de metros del puente sobre el río Hantan y sus prados a ambas orillas. Un muro secciona hoy las vías en el lado sur y la espesa maleza ha engullido las del norte. El tren metaforiza a un país que siete décadas atrás quedó dividido entre Corea del Norte y del Sur y aún no ha superado la lógica de la Guerra Fría.
Las turbas turísticas que suben desde Seúl a la Zona Desmilitarizada (DMZ) acaban en Panmunjeom, la mediática localidad que recibe mañana la histórica cumbre presidencial en su Casa de la Paz, pero la comprensión de la crudeza pasada y presente exige pasarse por Cheorwon. Fue del norte por estar sobre el paralelo 38 pero tras la guerra pasó al sur. Desde el observatorio militar, en un montículo que linda con la DMZ, se ve la línea de alambrada serpenteando por el valle hasta donde se pierde la vista y el observatorio norcoreano a lo lejos. Unos y otros llevan vigilándose con prismáticos desde 1953. El soldado me obliga a borrar las fotos tomadas: quizá mañana llegue la paz a la península pero hoy los que están enfrente son aún enemigos.
Cheorwon quedó arrasada después de acoger algunas de las batallas más sangrientas y cinematográficas de la guerra. En un monumento están inscritos los nombres de los 844 soldados surcoreanos muertos en la mítica batalla de la Colina de Caballo Blanco. No hay, por supuesto, mención a los 14.000 chinos muertos. El promontorio, desde el que controla toda la zona, cambió de manos al ritmo de febriles ofensivas y contraofensivas. Un grabado con el cobre de los casquillos encontrados muestra la gesta de los "tres héroes de guerra" que tomaron un nido de ametralladoras en una expedición suicida armados apenas con granadas.
No hay rastro en Cheorwon de la grandeza que le había reservado Kim Il-sung. El padre de la nación norcoreana y abuelo del actual dictador pretendía establecer aquí la capital de una Corea reunificada bajo su égida y ordenó levantar la sede del Partido de los Trabajadores. De aquel orgulloso edificio de tres plantas aguanta apenas la fachada y el esqueleto apuntalado con vigas. Se dice aquí que los que entraban salían malparados o no salían y los aparatos de tortura encontrados apoyan aquel recuerdo.
Años atrás un campesino escuchó una extraña detonación bajo tierra y los soldados tardaron días en encontrar el túnel número dos. Estaba excavado a decenas de metros y no recuerda en nada a aquellos túneles de Vietnam por los que apenas cabía una caja torácica. Su amplitud de tres metros habría permitido el traslado de pesada artillería y el paso de 16.000 soldados en una hora para invadir el sur.
Cheorwon fue el escenario de la guerra y sería la primera en caer si regresara. No es la mejor publicidad para una zona donde ya sólo aguantan ancianos, soldados y algún terco agricultor. Una profesora veinteañera de la sureña ciudad de Pusan recuerda su terror cuando la destinaron aquí tres años atrás. "Aún me asusto cuando enseño a los niños y escucho a diario las detonaciones de los ejercicios militares. Ellos, en cambio, ni se inmutan", sostiene. Pero la guerra también ha dotado de un raro encanto a la zona. Es un paréntesis sereno de arrozales e invernaderos en uno de los países más frenéticos e industrializados del mundo. No parece pertenecer al mismo país que Seúl, ni siquiera al mismo mundo. La forzosa descolonización humana en la DMZ y el éxodo en la región ha propiciado la aparición de fauna poco habitual como grullas salvajes. Las autoridades ya ven el filón en la creación de parques naturales y reservas. "Al final he acabado cogiéndole el gusto, no me quiero ir de aquí", termina la profesora.
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