Una candidatura que está alejada del espíritu de esta época
NUEVA YORK.- Entiendo por qué Donald Trump es tan impopular. Se lo ganó a la antigua, siendo ultrajante, odioso y ofensivo. Pero ¿por qué es tan impopular Hillary Clinton?
En este momento, Hillary es tan impopular como Trump. En los últimos tres grandes sondeos de opinión a nivel nacional, sus índices de desaprobación rondan las mismas cifras que las de Trump. En la encuesta de The Washington Post/ABC News Polls, ambos cosechan un 57% de imagen negativa.
En la encuesta de The New York Times/CBS News Poll, el 60% de los entrevistados dijo que Hillary no compartía sus valores. Un 64% la consideró poco honesta y confiable. La imagen de Hillary se hundió tan estrepitosamente que ya está en los niveles de Trump y está cabeza a cabeza en algunas de las encuestas de la carrera presidencial.
La impopularidad de Hillary entraña dos paradojas. En primer lugar, hasta hace no mucho tiempo, era popular: una secretaria de Estado con un índice de aprobación del 66%. Incluso hasta marzo de 2015, su imagen positiva se ubicaba en el 50% y la negativa, en un 39%.
Fue recién cuando lanzó su multimillonaria campaña para impresionar a los norteamericanos cuando empezó a generar un rechazo tan fuerte.
La segunda paradoja que plantea la impopularidad de Hillary, se adhiera políticamente a ella o no, es que innegablemente es una mujer que se entregó al servicio público. Desde sus años como defensora de los chicos hasta la senaduría, ha seguido su vocación incansablemente. Pero su impopularidad no se explica por el qué, sino por el cómo, o sea por su manera de hacer lo que hizo.
¿Qué es exactamente lo que tanta gente tiene en contra de ella?
Y mi explicación empieza con otra pregunta: ¿alguien puede decirme qué hace Hillary cuando quiere divertirse? Sabemos que a Barack Obama le gustan el golf, el básquet y otras cosas. Para desgracia nuestra, también sabemos cómo le gusta divertirse a Trump.
Pero cuando la gente habla de Hillary, suele hacerlo exclusivamente en términos políticos. El 16 de noviembre de 2015, por ejemplo, Peter D. Hart condujo un focus group sobre la figura de Hillary. Prácticamente todas las valoraciones que hicieron los participantes referían a sus capacidades profesionales: Hillary era una persona "multitareas", u "organizada", o "falaz".
Vista desde afuera, su carrera política parece abarcarlo todo. Su esposo es su pareja política. Su hija trabaja en la Fundación Clinton. Su círculo de amigos parece haberse formado en encuentros relacionales reservados a los sumamente exitosos.
Quienes trabajan codo a codo con ella la adoran y dicen que es atenta y cariñosa. Pero desde afuera es difícil pensar en cualquier aspecto de su vida que sea previo o no esté relacionado con su carrera política. De no ser por un par de referencias a su abuelazgo, Hillary se presenta a sí misma como un CV y un programa de políticas públicas.
La impopularidad de Hillary es como la que despierta todo adicto al trabajo. La adicción al trabajo es una forma de autodistanciamiento emocional.
Ese personaje formal y centrado en su carrera la deja en la vereda de enfrente del espíritu de esta época de redes sociales, donde priman la intimidad, el personalismo, la exposición, la confianza y la vulnerabilidad. La pone en conflicto con lo que vive a diario la mayoría de la gente.
Hasta las vidas más exitosas necesitan algún tipo de refugios (ya sea la familia, la fe, un deporte, un hobby, o simplemente un tiempo de ocio y soledad), para ser una persona real, y no sólo una persona productiva. Y parece que no confiamos realmente en candidatos que no nos muestren esa persona real que llevan adentro.
Basta con mirar lo que pasa.
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide