Una burbuja de seguridad que ni siquiera el Papa pudo vulnerar
Habituado al contacto con la gente, Francisco vio limitada su espontaneidad
JERUSALÉN.- "¡Atrás, atrás!" El militar de remera azul lleva un fusil al hombro y tiene el dedo cerca del gatillo. Les grita a dos chicas mexicanas que temblaban de ansiedad agarradas a una cámara digital. Les exige subir a la vereda, mientras dos policías improvisan una valla con una cinta plástica, como la que se usa en la escena de un crimen. Se oye un helicóptero. Sirenas. Pasan a toda velocidad dos camionetas con inhibidores de señales.
Y de repente, un auto azul dobla por la avenida del Rey David, en la parte nueva de Jerusalén. Con la ventanilla baja, el Papa saluda a un puñado de turistas que se habían quedado a esperarlo al descubrir por el revuelo de vallados, patrullas y armas de guerra que por ahí pasaría el visitante ilustre. La escena dura un parpadeo, en el que se intuye una sonrisa tristona de Francisco.
Así fue todo el rato en la ciudad tres veces santa. Más de 8000 policías, 2000 militares y cientos de agentes de inteligencia se interpusieron entre el Papa y cualquier persona no autorizada que quisiera verlo. En la Ciudad Vieja, a la hora que Francisco se paró a rezar frente al Muro de los Lamentos, el despliegue de seguridad recordaba a una película bélica. Delante de la Puerta Nueva, cerrada al público, se amontonaban soldados con armas de guerra y las mochilas colgadas como si fueran a entrar en combate.
Las aspas de un helicóptero militar eran lo único que se oía cuando el Papa caminó sólo seis pasos y se paró delante del monumento más venerado por el judaísmo. Agachó la cabeza, tocó la piedra y se quedó en silencio un minuto. Después, abrió un sobre, sacó un papel y pareció leerlo para dentro antes de deslizarlo por entre los bloques de piedra. Contaría más tarde que era el Padrenuestro, escrito a mano, en la versión que le enseñó su madre.
Cuando se dio vuelta para abrazar al rabino Abraham Skorka y al musulmán Omar Abboud, veían la escena histórica un grupo de sacerdotes, una decena de líderes religiosos judíos y casi 900 agentes de seguridad desplegados alrededor de la plaza del muro. La visita a la Explanada de las Mezquitas se dio en medio de un virtual toque de queda en el barrio musulmán de la antigua Jerusalén. La policía cerró todos los ingresos e incluso les recomendó a los residentes que ni se acercaran a las ventanas.
Las puertas de la muralla de la Ciudad Vieja volvieron a abrirse durante las horas que el Papa pasó en el monte Herzl y en el Museo del Holocausto. "Con la vergüenza de lo que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, fue capaz de hacer. Con la vergüenza de que el hombre se haya hecho dueño del mal; con la vergüenza de que el hombre, creyéndose Dios, haya sacrificado así a sus hermanos. ¡Nunca más! ¡Nunca más!"
Paciente, con letra apretada, Francisco escribió ese mensaje después de saludar a sobrevivientes de Auschwitz.
A lo largo del día, el Papa visitó a las dos principales autoridades judías de Israel, al principal referente del Islam en Jerusalén y, por tercera vez en dos días, al patriarca de Constantinopla, Bartolomé, máximo líder espiritual de la Iglesia Ortodoxa.
Esa última reunión fue en los jardines de Getsemaní, a los pies del monte de los Olivos, el lugar al que, según la Biblia, se retiró Jesús a rezar la noche antes de ser arrestado. El coche sin blindar era seguido con binoculares por francotiradores apostados en las murallas de la ciudad.
Al entrar en la iglesia, Francisco se topó con una ovación de pie, la única de su día en Jerusalén. Un número importante de monjas y curas de distintos puntos de Tierra Santa se emocionaron al verlo pasar. Él les ofreció un mensaje de esperanza.
La última escala, de un valor simbólico enorme, era el Cenáculo, la sala construida en la Edad Media en el lugar donde se cree que Cristo celebró la Última Cena. Oficiar misa ahí, donde nació la Iglesia, es algo excepcional. En ese mismo edificio, en la planta baja, los judíos veneran la tumba del Rey David y existe una polémica irresuelta por el uso del lugar para ceremonias cristianas.
De hecho, la noche anterior hubo actos de vandalismo por parte de radicales de ultraderecha que rechazaban la presencia del Papa allí; hubo 26 detenidos. Francisco pudo dar misa y celebrar la eucaristía antes de volver a encerrarse en la burbuja de seguridad que le impidió ver a los fieles en su peregrinaje por lugares sagrados.
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