Un zar moderno con varias vidas
PARIS.- Oficialmente, Vladimir Putin es la encarnación de la probidad. Cualquier detalle que lo pusiera en duda sería totalmente contrario a la imagen que el hombre que ejercerá un tercer mandato presidencial en Rusia quiere dar de sí mismo: la de un Robespierre eslavo, duro pero íntegro.
Es verdad: el "líder nacional" de los rusos reconoció recientemente que la corrupción gangrena el Estado. Tampoco pudo negar una evidencia que indigna a sus compatriotas y que sacó a decenas de miles de manifestantes a las calles antes de las elecciones: durante su "reinado", casi todos sus amigos se han hecho multimillonarios. Pero él, incorruptible, nunca habría sacado provecho. De todos modos, según reza la gesta putiniana, el ex espía de la KGB sólo ama el deporte y la naturaleza, no el dinero.
Ese castillo de naipes armado pacientemente por el Kremlin durante 12 años comenzó -sin embargo- a resquebrajarse a fines de agosto de 2010, cuando uno de sus ex socios, Sergei Kolesnikov, escapó sigilosamente de su país con una cantidad de documentos que, publicados por prestigiosos diarios occidentales, provocaron el efecto de una bomba de tiempo.
Según cuenta ese doctor en biología, mediante una complicada red de contratos sobrefacturados, testaferros y compañías offshore -donde Kolesnikov participó activamente- Putin habría acumulado por lo menos 500 millones de dólares que le permitieron comprar el 20% del gran banco Rossia, dirigido por otro de sus amigos.
El primer ministro también se habría hecho construir un palacio berlusconiano de 12.000 m2 a orillas del Mar Negro. Situada en un bosque protegido, la propiedad, de 76 hectáreas, incluye un casino, un teatro, dos piletas y 20 anexos destinados a sus 200 empleados domésticos.
El Kremlin ha desmentido con vehemencia esas acusaciones, así como algunas otras que aparecieron en los últimos meses. Por ejemplo, la que hizo el politólogo Stanislav Belkovski, según el cual el futuro presidente sería el hombre más rico de Europa, con una fortuna estimada en unos 40.000 millones de dólares.
En todo caso, ni las protestas multitudinarias ni las denuncias pesaron para impedir su triunfo en la primera vuelta de las elecciones de ayer, que Putin ganó con un insolente resultado de más del 64% los votos, un puntaje mejorado muy probablemente por un poco de fraude aquí y allá.
Imperturbable, Putin hace oídos sordos. "¿Se imagina? Si basara mis decisiones en lo que dice la gente jamás haría absolutamente nada", dice, después de centrar su campaña en convencer a la gente de que sin él el país volvería al caos en que lo dejó Boris Yeltsin.
"Desde su primera campaña presidencial, en 2000, Putin se ha presentado como la antítesis de Yeltsin, «el oso ruso»", explica Helène Blanc, autora del libro Russia blues . Mientras éste estaba enfermo, viejo y alcohólico, Putin se forjó una imagen de hombre que no bebe, que mata ballenas, acaricia osos, hace yudo y -sobre todo- es extremadamente viril.
Experto en golpes
A los 59 años, el ex coronel de la KGB se mantiene en un estado físico envidiable gracias al deporte, fundamentalmente el sambo. Se trata de una suerte de combate soviético creado en los años 30, mezcla de box y de yudo.
De joven, Vladimir Vladimirovitch Putin, nacido en 1952, hijo de una familia obrera de Leningrado (actual San Petersburgo), fue campeón de sambo. Eso y dar golpes y recibirlos no tiene para él nada de excepcional.
Desde el punto de vista sentimental, el actual zar de Rusia también es una verdadera incógnita. Miembro de los temibles servicios secretos soviéticos, en 1982 se casó con Ludmila Alexandrovna Shkrebneva, una azafata que también trabajaba en la KGB. La pareja, que según numerosas fuentes estaría separada, tuvo dos hijas: Maria (1985) y Ekaterina (1986).
Sin embargo, las dos jóvenes no parecen ser sus únicas herederas. En 2010, Putin habría sido padre de un hijo varón, fruto de un tórrido idilio iniciado cuatro años antes con Alina Kabaeva, una ex gimnasta olímpica que por entonces tenía 22 años.
Todo esto es prácticamente imposible de corroborar. Como todo lo que rodea el poder en Rusia, el secreto es la regla de oro. Sí se sabe que, como todos los silovikis (hombres de las fuerzas armadas o de las agencias de inteligencia) de ese inmenso país, Putin tuvo varias vidas.
Desde 2000, como presidente y como primer ministro, Putin gobierna Rusia como otros dirigen la KGB: con mano de hierro. Como un lobo estepario, es listo, brutal y esquivo. Su ascensión fue fulminante; su integración a la elite rusa, inverosímil.
La cabeza casi rapada, la mirada de acero, la sonrisa escasa? Putin es un apparatchik que encadena sin remordimiento el territorio más grande del mundo. No tiene -y probablemente tampoco le interese adquirir- los reflejos democráticos de Occidente, en un país que nunca conoció la libertad. Es un zar moderno que cuida su cuerpo imponiéndose horas de sacrificios y su imagen amordazando a la prensa; una suerte de "padre de la patria" que intimida y tranquiliza a la vez.
Pero el presidente ruso también exaspera a todos esos millones de ciudadanos que, después de probar las delicias de la glasnost , encuentran la transición democrática demasiado lenta. Para ellos, este triunfo electoral de Putin probablemente sea una victoria de más.