Un rey que se quedó sin opciones
Al todavía príncipe de Asturias le toca salvar una monarquía bajo amenaza
MADRID.- España nunca fue monárquica sino juancarlista . El papel trascendental que Juan Carlos de Borbón tuvo en la transición del franquismo a la democracia dio sentido a la Corona hasta el punto de fundir de manera indeleble la institución con su figura.
A la hora de irse, el rey le entrega a su hijo Felipe algo más que los honores del trono. Al todavía príncipe de Asturias le toca salvar una monarquía bajo amenaza sin el poder efectivo que tuvo su padre para influir en el destino de España en los años fundacionales.
En la despedida de Juan Carlos se evidencia la audacia de un político que se quedó sin opciones; la urgencia por evitar un derrumbe definitivo de la Corona, desprestigiada por los escándalos de corrupción de la familia real y los deslices en la conducta del propio rey . Pero también la intención de ofrecerle a Felipe la ocasión de legitimarse como jefe del Estado en un momento extremadamente delicado.
La España de Felipe VI es un país enfurecido con sus dirigentes, en el que los grandes partidos se derrumban (como revelaron las elecciones de hace ocho días), que sufre una dramática crisis de empleo y que enfrenta el serio desafío separatista de Cataluña. Por primera vez en años, además, es un país en el que gana adeptos el sueño republicano.
Basta oír el discurso del rey para descubrir la apelación a una refundación que justifica su renuncia. Juan Carlos ya les había pedido a los políticos la Navidad pasada un esfuerzo para "renovar los pactos de convivencia" que rigen España desde la Transición.
La reforma de la Constitución de 1978 aparece como una escala inevitable en el futuro político español, pese a la resistencia del gobierno de Mariano Rajoy.
El rey se había propuesto impulsar ese proceso pero se dio cuenta enseguida que era una tarea que lo superaba. Apenas unos días después de aquel llamado, su hija Cristina fue imputada en el caso Nóos, el fraude con dinero público que inició el derrumbe del prestigio real.
Rendido, a sus 76 años, Juan Carlos le cedió a su hijo treinta años menor la oportunidad de ser como él: la cara visible de un Estado que se transforma. Le legará también la sensación que lo acompañó a él en los días peligrosos de la Transición: el miedo íntimo a que cada día en el trono podría ser el último.
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