Un regreso al pasado a fuerza de represión
EL CAIRO.- Nadie duda en Egipto de que Abdel Fatah al-Sisi, el ex ministro de Defensa y hombre fuerte del régimen instaurado tras el golpe de Estado de julio, se convertirá en el nuevo raïs después de las elecciones del 26 y el 27 del mes próximo. El hecho de que un personaje surgido de las filas del ejército gobierne el país no representa ninguna novedad, pues los generales se han ido sucediendo en la jefatura del Estado durante las últimas seis décadas con un breve paréntesis de un año: el del presidente islamista Mohammed Morsi y sus Hermanos Musulmanes.
En muchos aspectos, es evidente que Egipto ha retornado al pasado: acoso a los periodistas disidentes, con los islamistas convertidos en bestia negra y los movimientos juveniles prodemocráticos reprimidos. Pero el actual sistema es más brutal en su represión. Nunca en su historia contemporánea la nación árabe había experimentado repetidas masacres en las calles de decenas o centenares de personas, o el arresto de más de 16.000 personas en pocos meses.
La condena a muerte del líder supremo de la Hermandad, Mohammed Badie, es un ejemplo más de que Egipto ha entrado en una nueva fase. Por su condición de líder espiritual, el ex dictador Mubarak ni tan siquiera se había atrevido a encarcelarlo, como sí hacía con otros dirigentes de manera temporal. Los Hermanos Musulmanes no eran legales, pero sí tolerados. Ahora las autoridades han emprendido una campaña de erradicación del movimiento.
De momento, Al-Sisi parece contar con un apoyo sensible entre la población. Sus fotos son omnipresentes, y en el referéndum constitucional de enero pasado, convertido en un plebiscito sobre el nuevo régimen, el "sí" cosechó cerca de un 39% de apoyo. Una cifra que no está mal si tenemos en cuenta que en las primeras elecciones libres sólo votó la mitad del censo.
Ahora bien, se percibe una erosión de su popularidad durante los últimos dos meses. En la última encuesta, su popularidad ha caído un 12%, ya por debajo del 40%.
Durante el período posgolpe, el gobierno tutelado por los militares gozó del respaldo de unos sectores laicos y liberales temerosos de una dictadura islamista, y en busca de una solución al rebrote terrorista que provocó el golpe de Estado.
Sin embargo, ¿durante cuánto tiempo se mantendrá ese apoyo popular si continúa ampliándose la represión, incluso hacia la oposición laica?
La economía del país atraviesa una situación muy delicada y requiere reformas dolorosas que difícilmente se podrán aplicar sin un amplio consenso social. Y Egipto, polarizado y traumatizado, nunca ha estado más lejos del consenso.
Con su asonada, Al-Sisi empujó Egipto, y la institución militar que lidera, hacia un camino desconocido y arriesgado. Porque este Egipto de 2014 no es el mismo que el de 1952, año de la revolución del Gamal Abdel Nasser, ni tampoco la dócil nación de la década pasada.
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