Un quiebre para el equilibrio regional
El golpe de Estado siempre fue posibilidad latente en una Turquía que experimentó un gran crecimiento económico en las últimas décadas, pero no pudo superar las fuertes divisiones políticas en un país con un pie en una Europa cosmopolita y otro en una Anatolia de valores religiosos conservadores.
El derrocamiento hubiera supuesto un importante cambio de equilibrio de poder en Medio Oriente, región donde Turquía juega un papel central. Y, además, hubiera asestado un nuevo golpe a los movimientos y partidos que intentan imponer el islamismo por la vía democrática, después del golpe de Estado que perpetró en Egipto el general Al-Sisi contra los Hermanos Musulmanes, que fueron aliados del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.
Tal como pasa con Egipto, una Turquía con gobierno militar se convertiría en un aliado incómodo para Occidente, que debería hacer la vista gorda ante la destitución de un presidente electo en las urnas a cambio de tener un interlocutor más alineado a sus intereses.
Desde que llegó al poder, en 2003, Erdogan dedicó sus esfuerzos a desmantelar la república laica y modernizada que implantó Mustafa Kemal Atatürk después de la Primera Guerra y empezó a moldear una Turquía islamizada y fiel a los antiguos valores otomanos.
Sin embargo, pese a su concentración casi absoluta de poder político, se encontró con dos límites infranqueables: su culto personalista nunca pudo opacar a Atatürk (textualmente “padre de los turcos”), que aún es la figura política más reverenciada por los turcos, y tampoco logró erosionar la lealtad del ejército a los valores del fundador de la Turquía moderna. La revancha de Atatürk tuvo ahora forma de intento de golpe de Estado.
El ejército turco, de hecho, se considera a sí mismo un garante de la república laica y nunca tuvo reparos en convertirse en árbitro de la política. Protagonizó el derrocamiento de tres gobiernos, el último de ellos en 1980.
Por eso la relación con Erdogan nunca fue fácil. Las fuerzas armadas y su gobierno de orientación islamista mantuvieron roces a lo largo de todo el mandato, y se fueron agravando en la misma medida que Erdogan viró hacia un estilo autoritario con una fuerte persecución de la oposición. La puesta en marcha de la reforma constitucional para concentrar más poder en la figura del presidente era inaceptable para los militares.
La errática política exterior de Erdogan no hizo más que sumar descontento. Pese a ser miembro de la OTAN desairó a aliados tradicionales como Estados Unidos al negarse durante años a colaborar en la lucha contra Estado Islámico y se enfrentó también con Israel.
Ante el descontento de los militares, Erdogan decidió darles una carta blanca para que combatan a la minoría kurda. Según un artículo publicado en Foreign Affairs en mayo, la analista Gonül Tol decía que esta endeble alianza con los generales podía ser el clavo de su cruz. El artículo se titula “El próximo golpe militar en Turquía”.
Turquía vivió una de las noches más dramáticas en décadas. Para Erdogan, un aplacamiento de la revuelta podría darle los argumentos que necesitaba para cerrar del todo su puño de hierro.
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