Un protagonismo traumático para la infanta Cristina y la Casa Real
MADRID
"Usted no puede dirigir el interrogatorio", avisó la jueza a Diego Torres al principio de la sesión de anteayer, por si no había quedado claro todavía el reparto de papeles. El ex socio de Iñaki Urdangarin en el Instituto Nóos dejó de ser el protagonista y se fue apagando, consciente de que está pasando su momento.
Estuvo tenso desde el inicio, en una jornada que terminó muy electrificada, en la previa de la declaración de Urdangarin de ayer en Palma de Mallorca. Nada parecía anunciarlo en el ambiente distendido con que había comenzado el día, con animadas conversaciones en la sala, a la espera de la vista, entre personas que ya empiezan a tratarse con familiaridad a fuerza de verse todos los días. Miguel Ángel Bonet, ex asesor jurídico ahora encarcelado, saludó a la infanta Cristina: "Alteza, ¿descansó?". El juicio tiene esta mezcla de gente, una noble con un preso.
Torres, que ya el miércoles pasado se vio acosado, al arrancar la sesión no estaba de humor. "Si quiere marearme?", espetó a una letrada de la acusación que amenazó con pasarle una por una 826 facturas bajo sospecha. La prueba de que Torres ya no es el que era fue una frase nueva en su boca: "No le contesto".
Frente a su monólogo del día anterior, anteayer lo eclipsó la acusación. La abogada del gobierno de Baleares no se dejó intimidar y se lanzó a leer una por una esa montaña de facturas. Hacia la número 88, intervino el abogado de Torres, en realidad en defensa de todos, para pedirle que parara. Prometió abreviar, pero siguió, y a las 10.11 se fue la luz en la sala porque uno de los agentes sentados al fondo se apoyó en el interruptor, quizá presa de la modorra.
El personaje, un alegre torrente verbal durante dos días, que contagiaba su confianza en salir airoso de este trance, se ha ido desdibujando.
La catarsis llegó a partir de las 12.40 con la abogada de la acusación popular, Virginia López Negrete, del sindicato Manos Limpias, única artífice de la imputación de la infanta Cristina y que todos temen. Saltaron las alarmas cuando empezó con las preguntas explícitas sobre Cristina de Borbón. Su abogado, Pau Molins, intervino indignado para solicitar "la impertinencia de la pregunta". La jueza Samantha Romero respondió que la admitía y el abogado pareció descolocado: "¿Qué? ¿Que se admite la pregunta?".
No daba crédito. Pero es que luego la magistrada admitió 15 minutos de preguntas impertinentes, aunque pertinentes en sentido judicial. Torres, metido en un juego más grande que él, fue respondiendo lo que podía. Hasta que apareció la sombra del rey emérito Juan Carlos I y la cuestión de si estaba al corriente de lo que se cocía en Nóos. Torres se bloqueó por completo. "¡No voy a entrar en esos juegos!", espetó. La presidenta del tribunal aclaró que aquello no era un juego y que no iba a pasar ni una: "El tribunal va a blindar su independencia". Ha sido la frase más potente de la jueza, porque se supone que eso se da por sobreentendido.
Entonces, abrumado, Torres anunció que ya no iba a contestar una pregunta más. Una especie de harakiri para su defensa, anunciada como una colaboración de quien no tiene nada que esconder. Siguió una larga batería de preguntas impertinentes de Virginia López Negrete sobre la infanta Cristina. Que son las que todo el mundo se hace, aunque tuviera razón su abogado y no guardaran relación estricta con lo que se le imputa: la cooperación en el delito fiscal de su marido en 2007 y 2008.
Quizá también tenga razón al pensar que todo era un show mediático de esta señora de Manos Limpias hacia al mundo exterior. Pero es que lo ausente, lo que no está, tiene una gran presencia en este juicio. Todos los titulares de esta semana se agarraron siempre de todo lo que tuviera que ver con la Casa Real, que no está siendo juzgada en el tribunal, pero sí afuera.
Torres, que todos los días ha ido de traje y corbata gris, anteayer añadió la camisa gris y ya era color ceniza de los pelos a la punta de los pies. Se fue petrificando. Se hacía cada vez más chiquito en su silla mientras le caía encima un chaparrón de preguntas que lo sobrepasaban e iban más arriba, a hacer tambalear la imagen de la monarquía.
El abogado de la infanta protestó porque opinaba que esas preguntas no debían siquiera enunciarse. Pero se leyeron, y quedaron en el aire, y aún están ahí esperando respuesta, aunque no sea judicial: que si Cristina de Borbón sabía lo que firmaba, que quién iba a conseguir los consejos de administración prometidos a Iñaki Urdangarin, que cuál era la implicación de la Casa del Rey en los negocios de Nóos... La infanta asistía impasible a un ensayo general de lo que se le va a venir encima el día que le toque a ella.
La pausa para comer cortó la tensión, pero algo se había roto en la línea defensiva de Torres. Por la tarde ya no respondió a más preguntas del resto de acusaciones. Tuvo que aguantar callado, él que se jactaba de su afán de explicar todo, una hora de preguntas lanzadas al aire, rendido dialécticamente en su terreno. Él que preparó esto cinco años. Todas esas preguntas que quedan suspendidas en el aire flotarán sobre la infanta Cristina. Debe decidir si las responde o no, aunque sean impertinentes.
© El País, SL
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