Un presidente que nos muestra todo lo que no queremos de un líder
Donald Trump se introdujo en la Oficina Oval por el agujero de gusano de la confusión sobre la identidad estadounidense.
Ya no ganábamos las guerras, sino que las guerras seguían y seguían, con objetivos inexplicables y engañosos. No pudimos confiar en nuestras instituciones, con sus traiciones a nuestra confianza y sus despliegues de ineptitud.
Estábamos pasando de un país de base manufacturera dominado por hombres de la mayoría blanca a un mundo multicultural, multilateral, globalizado, computarizado, de nuevas formas de energía y nuevas tecnologías, sin tomar en cuenta la confusión y la bronca de los adultos mayores que se sentían como extranjeros en tierra ajena.
Entre otras cosas, la seducción que ejercía el matiz intelectual de Barack Obama dejó paso a un anhelo de certezas más contundentes.
Con los rusos haciendo su aporte a la confusión general, Trump supo surfear sobre esa ola de ansiedad, sobre ese temor de no saber quiénes somos, hasta aterrizar en la Casa Blanca. Y ahora, gracias al delirante de nuestro presidente y al derrumbe de su gabinete, estamos descubriendo rápidamente quiénes somos y quién no queremos ser.
No queremos tener que contrarrestar los comportamientos abusivos. Y ciertamente no queremos que hombres como Rob Porter, que golpeaban, ahorcaban y aterrorizaban a sus esposas, sean parte del círculo íntimo del presidente.
No queremos que el jefe de gabinete sea de la clase de personas que escudan y defienden a los abusadores, simplemente porque el abusador en cuestión es inusualmente competente en su trabajo. Ni un hombre que tilda a los inmigrantes de ser "demasiado vagos para mover el culo" simplemente por no haber solicitado a tiempo protección legal.
John Kelly no solo fue testigo de carácter a favor de Porter, después de que este no recibió autorización de seguridad porque los agentes del FBI habían escuchado los escabrosos relatos de sus exesposas golpeadas. Kelly también testificó sobre las cualidades morales del general Robert E. Lee y de un exmarine que se declaró culpable de haberles enviado mensajes sexuales inapropiados a sus subordinadas. Un héroe militar como el general Kelly, que ha hecho el sacrificio definitivo de perder un hijo en la guerra, debería tener estándares más altos de lo que significan la integridad y el honor, palabras que le prodigó a Porter, su colaborador.
Queremos que nuestro presidente sea un faro moral, no alguien con la libido puesta en el rating. Queremos un presidente que entienda que el abuso físico y el sexual están mal. Como tuiteó en 2012 un Trump mucho más lúcido sobre la reconciliación de Rihanna y Chris Brown, "un golpeador siempre es un golpeador".
No queremos un presidente que busque la vuelta para darles el beneficio de la duda a neonazis, golpeadores de mujeres, pedófilos y depredadores sexuales? o que él mismo sea un depredador sexual. No queremos un presidente que piense que #Me es más importante que #MeToo.
No queremos un presidente que por alguna pueril noción de venganza invierta los términos para honrar a Rusia y deshonrar al FBI.
No queremos un presidente que crea que el hundimiento de la Bolsa justifica comportamientos viles.
No queremos un presidente que sea tan básico que no puede leer los partes diarios de inteligencia y que esté demasiado obsesionado con las profundidades del Estado como para entenderse con nuestras agencias de inteligencia.
No queremos un presidente con sobredosis de ego, cuyos tuiteos dementes sobre bombas nucleares aterrarían a cualquiera. No queremos un presidente que sugiera que los demócratas que no lo aplauden son traidores y que parece más seducido por las formas autoritarias que por las democráticas.
No queremos un presidente que prometa un equipo de primera y se rodee de escoria, un presidente que prometa impulsar "las mejores" leyes y que después decida políticas sobre cuestiones de vida o muerte que ni siquiera se tomó el trabajo de leer.
No queremos un presidente que vaya a la escuela militar y nunca salga, que adore a los generales pero ningunee a los padres de un soldado condecorado, que sueñe con desfiles militares de pecho inflado como los de Kim que nos causan risa, como una especie de compensación fálica que no haría más que sumar baches a las avenidas de Washington.
No queremos un presidente que hace real su versión de fantasía y que mira con aprobación el engaño, la hipocresía, el conflicto de intereses y el nepotismo.
No queremos un presidente que merezca un fiscal especial para investigarlo, y menos aún uno que se embrolle tan fácilmente en sus propias mentiras, a tal punto que no pueden dejarlo hablar con los investigadores.
No queremos un presidente que trate la institución presidencial como una franquicia más de sus negocios personales y como programa de empleo para sus parientes.
No queremos un presidente que planee sobre el caos que él mismo ansía y genera, mientras a su alrededor todos tiemblan o se inmolan.
Y finalmente, por cierto, no queremos un presidente que le pida consejos de política internacional a Henry Kissinger. Nunca. Más.
Traducción de Jaime Arrambide