Un presidente que es su propio asesor en seguridad nacional
WASHINGTON.- Ante cada problema de política exterior que se presentaba, John R. Bolton era el escéptico de la casa que cuestionaba los instintos poco ortodoxos del presidente Donald Trump. Ya fuese negociar con Corea del Norte, cooperar con el presidente ruso, Vladimir Putin, o invitar a los talibanes a Camp David, Bolton era el consejero en seguridad nacional que decía que no.
Con la salida de Bolton de la Casa Blanca desaparece uno de los últimos frenos a lo que Trump considera posible en términos de relaciones internacionales. En menos de tres años, Trump dejó atrás a más asesores en política exterior y seguridad nacional que cualquier otro presidente, y se quedó sin ninguno de los hombres que parecían ser los únicos adultos del gobierno: Jim Mattis, Rex Tillerson, H.R. McMaster, John F. Kelly y varios más.
"La salida de Bolton deja entrever que Trump tiene pensado ser su propio asesor en seguridad nacional", dice Martin S. Indyk, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y exdiplomático y miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Clinton.
Sin importar quién reemplace a Bolton, "el cargo ya no será relevante, porque a partir de ahora Trump hará todo lo que sea más conducente a su reelección", dice Eliot A. Cohen, colaborador de Condoleezza Rice en la Secretaría de Estado durante el gobierno de George W. Bush.
Trump, que le imprimió a la Casa Blanca una política exterior totalmente anticonvencional -una mezcla de aislacionismo instintivo con teatrales intentos de negociación-, ya dejó claro que no le interesa trabajar con las alianzas a las que mayormente adhirieron tanto demócratas como republicanos durante más de 50 años de política exterior norteamericana. Y aunque Bolton era incendiario, su postura se ajustaba estrictamente a la línea oficial del Partido Republicano.
Las dotes teatrales para la diplomacia de Trump hasta ahora no rindieron grandes éxitos, más allá de una serie de encuentros sin precedente con el líder norcoreano, Kim Jong-un, y la declaración de que el califato de Estado Islámico en Irak y Siria había sido derrotado.
Para lograr avances en cualquier negociación, Trump seguramente tendrá que suavizar algunas de sus absolutistas políticas internacionales. Y eso implica, por ejemplo, volver a sentarse a la mesa con los talibanes. En el caso de Corea del Norte, implicaría aceptar una reducción de su capacidad nuclear, en vez de una desnuclearización total e inmediata, como reclama la Casa Blanca.
Y con Irán, los funcionarios norteamericanos tal vez deban distender la campaña de "máxima presión" de sanciones económicas para que el presidente Hassan Rohani acepte reunirse con Trump lo antes posible, algo que podría ocurrir este mismo mes en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.
De seguir formando parte del gobierno, Bolton se habría opuesto a todos esos movimientos. Pero el secretario de Estado, Mike Pompeo, actualmente máximo asesor en seguridad nacional del equipo de Trump, "va a estar más que de acuerdo", según Jake Sullivan, asesor demócrata de Hillary Clinton y Joe Biden durante el gobierno de Obama.
Nada se sabe sobre cómo piensa abordar Pompeo, o incluso Trump, toda una serie de problemas imposibles, como por ejemplo el plan de paz entre Israel y los palestinos. La Casa Blanca prometió entregar el esperado borrador de un acuerdo después de las elecciones de la semana próxima.
Trump tampoco tiene un desenlace claro en su guerra comercial con China, y debe encontrar la manera de reconciliar su férrea negativa a dar un paso atrás a riesgo de que con aranceles más altos se resienta el crecimiento económico interno del que depende su reelección.
Pompeo se esmeró mucho por dejar en claro que está firmemente alineado con el presidente. La eyección de Bolton -por más que él insista que renunció-, potenciará la influencia ya significativa de Pompeo en la política exterior de Trump, incluso a riesgo de sacrificar sus propios impulsos de halcón.
Fue Pompeo quien dirigió y supervisó al enviado especial que se sentó durante meses a negociar la paz con los talibanes. Bolton no encontraba razones para negociar con la insurgencia afgana que le había dado refugio a Osama ben Laden. De hecho, lo que llevó a Bolton a su perdición fue oponerse a los intentos de Trump por llegar a un acuerdo de paz.
Bolton "sabe cómo es el mundo, conoce los peligros y amenazas contra los intereses de la seguridad nacional norteamericana", manifestó Lindsey Graham, senador republicano por Carolina del Sur.
Y por impulsiva e impredecible que puedan parecer sus actos, la decisión de echar a Bolton revela cierta coherencia en la visión de mundo de Trump: aunque proclive a efectos teatrales nunca vistos, como llevar a los talibanes a Camp David o estrechar manos con Kim, el magnate desconfía profundamente de las aventuras militares y tiene un apetito insaciable por cerrar acuerdos.
Lo que realmente quiere Trump es que su política exterior le entregue un triunfo diplomático de cara a la campaña presidencial en 2020.
"La diferencia irreconciliable entre Trump y Bolton es que Bolton básicamente no cree en hacer diplomacia con los enemigos, y el presidente Trump transforma la diplomacia con los enemigos en un espectáculo televisivo imperdible", dice Sullivan, y agrega que Pompeo es "mucho más deferente con el presidente, y está mucho más interesado en cultivar una buena relación con el presidente que en aferrarse a sus armas ideológicas". Por ahora, "Pompeo no dejará que se vea la menor fisura entre él y el presidente", dice Indyk. "Ahora se viene un Trump unplugged? Y Dios sabe lo que le espera a Estados Unidos".
Lara Jakes y Mark C.Crowley