Un presidente de caricatura que nadie sabe frenar
A la gente le está explotando la cabeza desde Washington hasta Oslo: hay legisladores republicanos que están impulsando la candidatura de Donald Trump, el hombre más beligerante del universo, para el Premio Nobel de la Paz.
¿Acaso no es inconcebible?
Basta con imaginarse a un hirsuto personaje de caricatura de temperamento explosivo adornado con una medalla de Alfred Nobel que dice Pro pace et fraternitate gentium (A favor de la paz y la fraternidad entre los hombres).
"El hombre que dijo que podía estar a la altura de cualquier otro presidente excepto Abraham Lincoln está, en cambio, a la altura de Sam Bigotes", dice su biógrafo Tom O'Brien. "Pienso que es como Sam Bigotes, que anda rebotando de furia y disparando su arma a troche y moche, incluso contra su propio pie. Esta semana, en su llamada telefónica a un programa de Fox, se lo escuchaba tan desequilibrado y despotricaba tanto que hasta los conductores esperaban ansiosos poder sacarlo del aire".
Pero el senador Lindsey Graham, que alguna vez tildó a Trump de "loco" y "no apto para su cargo", le dijo a Fox News: "Donald Trump convenció a Corea del Norte y a China de que buscaba un cambio en serio. Todavía no llegamos a ese punto, pero si sucede, el presidente Trump se merece el Nobel de la Paz".
Y acá viene la parte que pondría frenéticos a los que detestan a Trump: si lograse la desnuclearización de Corea del Norte, lo merecería más que Barack Obama cuando le arrojaron ese ramo de flores a sus brazos apenas asumió. Y sin duda lo merecería más que Henry Kissinger, que ganó el premio en 1973 por sus esfuerzos por terminar con la Guerra de Vietnam, tras haber persuadido privadamente a Richard Nixon durante años de que la continuara y mientras bombardeaba Camboya en secreto.
Si lo ganara, Trump estaría en su derecho de atribuírselo como una victoria personal, ya que diezmó el Departamento de Estado a tal punto de tener que preguntarnos si los artífices de la política hacia Corea del Norte no serían pasantes.
Sería una paradoja: el hombre al que tantos estadounidenses aborrecen como a un villano domesticando a un miembro de la plana mayor del Eje del Mal.
Por supuesto que cuando el Hombrecito del Cohete y el Desequilibrado se reúnan puede ocurrir cualquier cosa de orden apocalíptico, ya que ambos líderes viven en extraños mundos de fantasía, poblados de aduladores, donde abundan la mentira y el engaño.
Y aunque Trump ayudase a terminar con la Guerra de Corea, ha prometido que Irán "pagará un precio que pocos países hayan pagado" si alguna vez se atreve a amenazar a Estados Unidos. Pero por el momento, la peculiar forma de diplomacia de Trump -una combinación de beligerancia, fanfarroneo, insultos e ignorancia de la historia- de alguna forma ha posibilitado un avance en Corea del Norte que a sus predecesores les fue esquivo.
Las cabezas también explotan en Hollywood a medida que se consolida la inconcebible idea de que podría asegurarse un segundo mandato. Los demócratas están inquietos en todo el país y llegan a las urnas de las elecciones especiales con un entusiasmo exorbitante, alentados por mujeres empoderadas y movidas por su disgusto hacia el Toquetón en Jefe, que hasta el momento viene escapando de un ajuste de cuentas. Los demócratas son optimistas si creen que en las elecciones de mitad de mandato podrán convertir el odio hacia Trump en una gran ola azul y recuperar la Cámara de Representantes, y quizá también el Senado. Sin embargo, por extraño que parezca, un buen desempeño de los demócratas en las elecciones de mitad de mandato podría ayudar a Trump en los próximos dos años, sobre todo si recuperan el control del Congreso y van demasiado lejos, como es costumbre entre los demócratas.
Es el precio que pagaron los republicanos en 1998 por exigir el juicio político de Bill Clinton, cuya popularidad finalmente terminó creciendo.
Con respecto a la carrera hacia la presidencia en 2020, los demócratas parecen estar repitiendo el error que cometió Hillary Clinton: suponer que los horrores de Trump harán todo el trabajo por ellos. (Eso y la rectitud de Robert Mueller.)
No están preparando un resplandeciente semillero de candidatos presidenciales ni enviando un mensaje seductor capaz de recuperar a los votantes enojados que votaron a Trump por el simple hecho de que prometía cambiar las cosas.
Los demócratas confían en que Trump se autodestruirá. Y es cierto que al presidente adora incriminarse a sí mismo y hasta encender la mecha de su propia pira. Pero mientras los demócratas se deleitan con esa imagen, se pierden la oportunidad de surgir de entre las humillantes cenizas de 2016 con ideas novedosas y mensajeros más dinámicos.
"Estamos lidiando con una persona psicológica y categóricamente diferente de cualquier otro presidente anterior", dice el biógrafo de Trump Michael D'Antonio.
"Está modelando el comportamiento de gran parte del mundo, metiéndose en la cabeza de la gente. Es como Cambridge Analytica: sabe identificar lo que a la gente le gusta y no le gusta, lo que le interesa y lo que la hace reaccionar. Y luego él actúa para modificar el curso de las cosas".
"Si esperamos que él actúe distinto o esté menos loco, los locos somos nosotros. Cuanta más presión siente, más ultrajante, descontrolado y rimbombante es su comportamiento. Y eso no hará más que empeorar".
Ahora sí nos quedamos más tranquilos.
Traducción de Jaime Arrambide
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