Un país estratégico donde el terrorismo ya no sorprende
Fueron siete ataques en lo que va del año, pero el atentado en el aeropuerto de Estambul tuvo el agravante de que golpeó un lugar porque el que pasan millones de turistas de todo el mundo.
Turquía, un actor clave para la estabilidad de Medio Oriente, enfrenta una doble amenaza terrorista: la más reciente de Estado Islámico (EI) y la del nacionalismo kurdo, un conflicto que ya lleva más de siete décadas. Su ubicación geográfica y la porosidad de sus fronteras exponen a Turquía a ser una vidriera en la que estos grupos muestran su poder.
Pero la exacerbación de las tensiones también está ligada a la manera ambigua en que Erdogan concibe su proyecto personal de poder y la visión con que relaciona a su país con el mundo. Según varios analistas, Erdogan ha promovido por un lado el diálogo con los kurdos, pero por el otro ha inflamado las tensiones para instalar el miedo y evitar el crecimiento electoral de los partidos nacionalistas. En el caso de EI, su enfoque ha sido mucho más ambiguo. En un primer momento del conflicto sirio, se lo acusó de dejarles cierta libertad de acción para que debiliten al régimen de Bashar al-Assad, uno de sus enemigos, e incluso durante años le negó a Estados Unidos el uso de bases aéreas de la OTAN para bombardear posiciones jihadistas. Este enfoque cambió en los últimos meses y Turquía se unió a la campaña occidental, pero puede que esa ambigüedad inicial ahora se le haya vuelto en contra.
Decidido a concentrar todo el poder en sus manos, Erdogan pasó de ser visto desde su llegada al gobierno como un modelo de líder islamista moderado para los países de la región a una especie de autócrata que quiere minar las bases de la Turquía laica y más occidentalizada de Atatürk e implementar un régimen autoritario, islamizado y basado en los valores otomanos. Según sus críticos, las leyes antiterroristas que rigen en el país sirven más para acallar periodistas y políticos que para combatir a kurdos y jihadistas.
Integración
Esta deriva autoritaria frenó en buena medida el proceso de integración de Turquía a la Unión Europea, que a su vez lo necesita desesperadamente para contener la oleada de refugiados sirios.
Muchos líderes europeos pusieron reparos ante la posibilidad de sumar un país socio en el que muchas libertades básicas están restringidas, y los crecientes grupos nacionalistas se espantan con la idea de incluir un país con 77 millones de musulmanes y una amplia frontera con Siria. Ésa fue una de las banderas que se agitaron durante la campaña del Brexit.
El creciente aislamiento internacional de Turquía por la desconfianza que reina en Occidente llevó esta semana a Erdogan a restablecer relaciones con Israel y Rusia, dos países a los que se ha cansado de provocar, con los que sin embargo comparten intereses económicos y estratégicos. La realpolitik, a veces, puede más que la ideología.ß
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