Un país desgarrado: cómo es el Irak que recibe la histórica visita de Francisco
Pese a navegar sobre una de las mayores reservas de petróleo del mundo, se trata de un Estado colapsado por décadas de guerra, divisiones, sectarismo, terrorismo, que aún busca ponerse de pie en un complejo rompecabezas geopolítico
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ROMA.- Irak, el país al que llega mañana el Papa en un visita histórica y sin precedente, marcada por un contexto explosivo y la pandemia, se levanta sobre una de las mayores reservas de petróleo del mundo en un territorio poco más grande que Suecia. Lejos de nadar en el oro negro, este país famoso por Las Mil y Una Noches, los Jardines colgantes de Babilonia, la torre de Babel y una de las civilizaciones más antiguas de la Mesopotamia, la región entre los grandes ríos Tigris y Eufrates, Irak es hoy uno de los países más problemáticos del mundo.
Con poco más de 40 millones de habitantes –se estima que al menos 2 millones debieron emigrar en las últimas décadas de desastre-,se trata de un país marcado por décadas de guerras, divisiones religiosas –sunnitas y chiitas- y étnicas –árabes, kurdos y yazidis-, inestabilidad y tubulencia política, pobreza, desocupación, corrupción endémica y fundamentalismo terrorista. Un país geopolíticamente crucial para las grandes potencias desde siempre, que hoy representa el mejor ejemplo del fracaso de la idea occidental de invadir y ocupar un país para “exportar” democracia. De hecho, para las fuerzas ocupantes, aún presentes, aunque en retirada, Irak se ha vuelto un verdadero pantano.
Del protectorado a Saddam
Luego de ser parte del Imperio Otomano en el siglo XIX, después de la Primera Guerra Mundial fue un protectorado británico hasta 1920, cuando nació el Estado iraquí independiente. Desde entonces su gente fue víctima de golpes de Estado, revueltas sangrientas, inestabilidad política y tres guerras devastadoras. Todas se iniciaron bajo el régimen del dictador y líder absoluto Saddam Hussein (1979-2003), con el silencioso respaldo de países que le vendían armas, interesados en el petróleo.
Saddam Hussein, representante del nacionalismo árabe, llevó al país primero a una larga y cruenta guerra contra Irán (1980-1988, 1 millón de muertos y devastación); luego a la Primera Guerra del Golfo (1991), consecuencia de la invasión del vecino Kuwait y que le significó pesadísimas sanciones económicas y un embargo; y a la Segunda Guerra del Golfo de 2003, en la que una coalición liderada por Estados Unidos y Gran Bretaña invadió y ocupó al país. La excusa de la ocupación y derrocamiento de Saddam Hussein fue porque ocultaba peligrosas armas de destrucción masiva –nunca halladas- que constituían una amenaza terrorista para el mundo occidental, aún impactado por el atentado a las Torres Gemelas de septiembre de 2001.
La guerra interminable
La caída del régimen de Saddam Hussein, dominado por la minoría sunnita y que, cometiendo crímenes contra la humanidad y haciendo derramar ríos de sangre, había mantenido durante tres décadas bajo su control tanto a la mayoría chiita como a los kurdos, fue como abrir una caja de Pandora.
Más allá de los intentos de reforma impulsados por Estados Unidos, que cuenta aún con unos 6000 hombres allí y que logró que se realizaron las primeras elecciones democráticas el 30 de enero de 2005, Irak aún permanece en el caos.
Como destacó el historiador francés y experto en el tema Pierre-Jean Luizar, el problema es que la reconstrucción del Estado iraquí se hizo “a la libanesa”, en función de la presunta consistencia demográfica de cada comunidad. El primer ministro por tradición debe ser chiita –como la mayoría de la población-, el presidente de la República, kurdo, y el presidente de la Asamblea, el cargo menos importante, sunnita.
La aparición de Estado Islámico
Lo cierto es que los grupos chiitas y kurdos, subyugados hasta 2003, a partir del fin de la dictadura de Saddam se tomaron su revancha. Ahora los discriminados y sin poder son los sunnitas, que integraban las poderosisimas fuerzas armadas, de seguridad y policiales y que, desempleados, pasaron a formar parte de la insurgencia. Primero pasando a engrosar las filas del grupo terrorista fundamentalista Al-Qaeda y después de Estado Islámico (EI). Dejando detrás muerte, barbarie, cientos de miles de refugiados y destrucción, EI logró conquistar a partir de 2014 una tercera parte de Irak. Respaldado por una coalición internacional, en una enésima guerra que sumió el país aún más en el descalabro económico total, Irak en 2017 pudo formalmente derrotar al califato islámico, reconquistando la ciudad de Mosul, en el norte.
El fin de EI, según Luizar, le quitó al gobierno iraquí el argumento que solía utilizar para justificar el colapso del Estado, de los servicios públicos, de los recurrentes cortes de luz en medio de olas de calor, con interrupción del suministro de agua, falta de cloacas y hospitales públicos en ruinas. Una situación que en los últimos años hizo que se multiplicaron masivas manifestaciones de protesta en contra de una clase política considerada corrupta e incapaz de resolver desocupación y pobreza.
Los estragos de la pandemia
La pandemia de coronavirus no hizo más que empeorar las cosas para Irak, que además tiene una deuda pública enorme. En este marco y en medio de un progresivo desinterés de Estados Unidos, que sólo espera irse del pantano, quien en los últimos años se ha presentado como una nuevo aliado para Irak es China. “Para China es terreno fértil para inversiones en sistemas hídricos y eléctricos, caminos, puentes y otras infraestructuras dañadas por décadas de destrucción bélica”, subrayó la analista Francesca Citossi, que en un ensayo precisó que desde 2005 Pekín invirtió 24.000 millones de dólares en el país, la mayoría en el sector energético, convirtiéndose en el primer socio bilateral de Bagdad.
“En la perspectiva china Irak es un corredor hacia Jordania y sobre todo para la reconstrucción de Siria”, indicó Citossi, que explicó que no sólo “es más fácil y económico atraer a empresas chinas en áreas hostiles o inestables”, sino que también la colaboración con los chinos, a diferencia que con los occidentales “no implica una contrapartida en términos de transparencia y de reformas políticas y sociales”. “Pekín aparece ahora la opción prioritaria en el largo plazo para un país que en 40 años agotó otra opciones válidas para su economía y estabilidad social”, concluyó la experta, trazando un panorama a todas luces inquietante.
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