Un oscuro legado de la Guerra Fría
MOSCÚ.-El fallo del tribunal británico según el cual el presidente Vladimir Putin podría estar involucrado en la muerte del ex agente del Servicio Federal de Seguridad (FSB) Alexander Litvinenko se produce en un clima de confrontación acrecentado en los últimos años entre Rusia y Occidente. Pero, más allá de este asunto concreto, los poderes fácticos en Rusia están controlados hoy por los "chekistas", los funcionarios formados en la KGB (Comité de Seguridad del Estado) de la Unión Soviética y su heredero, el FSB.
"Chekistas" son Putin y la gente de su confianza, dedicada a la defensa de la patria frente a sus "enemigos", con modelos acuñados en la Guerra Fría. A los veteranos, que estudiaron o trabajaron con Putin en Leningrado o durante su época de espía en la República Democrática Alemana, se les unieron jóvenes deseosos de hacer carrera en cuerpos muy bien pagados, respetados y temidos, gracias a la sensibilidad del presidente.
Los cuerpos de seguridad rusos se rigen aún por inercias, métodos y patrones del pasado y no se someten al control de la sociedad, lo cual sería un problema si los dirigentes del Estado aspiraran a una democratización, entendida de acuerdo con los baremos del Consejo de Europa, en el que Rusia ingresó en 1996.
Un oficial de la KGB que pasara información al "enemigo" (y Occidente era el enemigo) habría sido considerado como un traidor en su antigua "casa madre" y, muy probablemente, condenado a muerte en secreto. Hay ejemplos en la historia soviética, ya que la pertenencia a los servicios de seguridad en aquel Estado no era una profesión de la que se pudiera abdicar, sino una condición de por vida. Desde esta lógica, y si las tradiciones siguen vivas, la muerte de Litvinenko encaja en las leyes de un cruel género, todavía vigentes.
El enquistamiento de los órganos de seguridad en los viejos castillos de la Guerra Fría frena el desarrollo de la sociedad civil y la apertura de Rusia al mundo, al proyectar una sospecha generalizada sobre todo aquello que o bien es extranjero o no es controlado por quienes se atribuyen el monopolio de la seguridad del Estado, entendida de forma monodimensional. Los órganos de seguridad controlan -y vetan- los contactos de los funcionarios rusos con extranjeros, incluso con representantes de organizaciones humanitarias más transparentes, y deciden quién debe ser expulsado por "indeseable". Los servicios de seguridad imponen su criterio a otras instituciones del Estado, como la cancillería.
El comportamiento político de la corporación de los "chekistas" del siglo XXI fue descripto por uno de ellos, Victor Cherkesov, en 2007. Él, que fue representante de Putin en el distrito del noroeste de Rusia, dibujaba tres posibles evoluciones del grupo corporativo que llegó al poder en 2001. La evolución óptima, opinaba, era contribuir a desarrollar la sociedad civil. Otra posibilidad era un cambio gradual que entrañaba el riesgo de corporativismo negativo y el peligro de caer en "un nuevo feudalismo" y evolucionar como las "peores dictaduras" latinoamericanas. El tercer camino, "incompatible con la vida", según Cherkesov, era "repetir los errores catastróficos" que precedieron el fin de la Unión Soviética.
El pasado es parte del presente en Rusia y sus relaciones con el mundo. Prueba de ello es que los archivos de las instituciones de seguridad de la URSS, desde 1917 hasta 1991, seguirán cerrados 30 años más, por una decisión de la comisión intergubernamental de defensa de los secretos de Estado. Habrá que esperar para conocer todos los detalles de las ejecuciones en el extranjero.
© El País, SL
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