Un mes para el olvido: las crisis de agosto quiebran la popularidad de Biden
El repunte de los contagios de Covid-19 por la variante delta, el estancamiento de la campaña de vacunación y la caótica retirada de Afganistán socavaron el respaldo a la gestión del mandatario
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WASHINGTON.- Estados Unidos celebró el pasado lunes el Día del Trabajo, o Labor Day, un feriado que además de conmemorar a los trabajadores a contramano del resto del mundo, que celebra el 1 de mayo, marca el fin informal del verano y la vuelta a la vida normal, con retorno a las aulas incluido. Para la Casa Blanca, fue el final de los meses más traumáticos de la presidencia de Joe Biden, que toca a las puertas del otoño boreal con su popularidad de capa caída: por primera vez, más norteamericanos desaprueba su gestión de quienes la aprueban.
La caótica retirada de Afganistán, el furioso repunte de los contagios de coronavirus por la variante delta y la reticencia de muchos norteamericanos a vacunarse terminaron por enterrar el “verano de alegría” que había augurado Biden a principios de junio, cuando Estados Unidos parecía haber dejado atrás lo peor de la pandemia, y le pusieron un punto final a la luna de miel que suele acompañar al inicio de un nuevo gobierno.
Antes de la llegada del verano, más de la mitad del país aprobaba la gestión de Biden, según el promedio de sondeos de RealClearPolitics. El rechazo a su trabajo como presidente apenas superaba el 41%, dándole a la Casa Blanca amplio margen político. Con la campaña de vacunación encaminada, Biden y su equipo se preparaban para darle aire a su agenda doméstica, con eje en su ambicioso plan de infraestructura. A fines de julio, la Casa Blanca celebró un “histórico acuerdo bipartidista” para poner en marcha ese plan, que incluía inversiones nuevas por más de 500.000 millones de dólares.
Luego de un duro verano, Biden llega al otoño con una aprobación del 45,3% de los norteamericanos, y un rechazo a su trabajo del 49,5%, según RealClearPolitics.
La variante delta del coronavirus había comenzado a elevar los contagios y a gestar una cuarta ola en la segunda mitad de julio. La campaña de vacunación, que a principios de año despertaba envidia global y atraía turistas que viajaban a vacunarse, había comenzado a mostrar sus limitaciones unas semanas antes: Estados Unidos no logró alcanzar la meta fijada por Biden de llegar al 4 de julio, el Día de la Independencia, con al menos el 70% de la población adulta vacunada. Las autoridades sanitarias ya advertían de una “pandemia de los no vacunados”, y la resistencia de alrededor de un tercio del país a inmunizarse.
El avance de delta durante el verano fue agresivo. A fines de agosto, Estados Unidos ya había llegado a registrar un promedio de más de 170.000 contagios diarios, un nivel similar al de principios de año, antes de que Biden asumiera la presidencia. Los hospitales en varios estados comenzaron a recibir cada vez más pacientes –otra vez–, y cinco estados, Alabama, Georgia, Texas, Florida y Arkansas llegaron a tener más del 90% de sus camas de terapia intensiva ocupadas a principios de este mes.
El verano boreal marcó un cambio de fortuna a ambos lados del Atlántico: la Unión Europea, que arrancó su campaña de vacunación con lentitud y problemas, superó a Estados Unidos en cantidad de vacunas administradas por persona. Portugal, España, Bélgica, Dinamarca, Gran Bretaña, Holanda, Alemania, Noruega y Grecia son algunas de las naciones europeas que tienen más personas totalmente inmunizadas que Estados Unidos, donde, pese a la abundancia de vacunas, apenas el 53,2% de la población ya completó el tratamiento.
El repunte de los contagios, que parece haber comenzado a ceder, le impuso un freno a la reactivación de la economía. En agosto, Estados Unidos creó 235.000 nuevos puestos de trabajo, muy por debajo de las expectativas del mercado, que esperaba el triple. Biden dijo que sus planes habían creado una reactivación “perdurable”, pero reconoció el freno.
“No hay duda de que la variante delta es la razón por la que el dato de empleos no es más sólido. Sé que la gente buscaba, y yo esperaba, un número mayor”, dijo en un discurso en la Casa Blanca.
A la par del avance de la variante delta en los estados con baja proporción de población vacunada, el deterioro en Afganistán provocó la peor crisis política de la presidencia de Biden. A pesar de haber llegado a la Casa Blanca con la promesa de liderar un gobierno competente y previsible, el furtivo avance talibán a Kabul y la caída del gobierno de Ashraf Ghani llevó a una caótica retirada que incluyó la muerte de 13 militares en un atentado terrorista durante la evacuación final.
Biden defendió su decisión de poner fin a la “guerra eterna” y la mayoría del país respaldó esa decisión, pero las imágenes devastadoras del repliegue de Kabul y el retorno de los talibanes al poder inundaron los televisores y los diarios de Estados Unidos durante dos semanas interminables.
La Casa Blanca confía en la agenda doméstica de Biden y la recuperación a la pandemia para torcer la caída en la imagen del presidente. Dos nuevas peleas que asoman en el horizonte volverán a poner en juego la agilidad de su gobierno: Estados Unidos se ha embarcado en una nueva pelea por el acceso al aborto –para muchos, la madre de todas las batallas culturales–, y la Casa Blanca debe lograr que el Congreso eleve el techo de la deuda el mes próximo, una discusión que hace diez años, cuando Biden era vicepresidente de Barack Obama, puso al país al borde de un default.
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