Un mensaje y un desafío para toda la región
WASHINGTON.- Veinticuatro años antes de la elección del nuevo papa Francisco, me tocó asistir en San Salvador al sacrificio de otro jesuita que también dejó huella profunda en América latina, Ignacio Ellacuría Beascoechea.
Ellacuría fue asesinado por el ejército de El Salvador. Tanto la Iglesia Católica como este continente han cambiado mucho desde aquel momento. La Teología de la Liberación, a la que pertenecía el buen padre de Portugalete, es ya sólo un recuerdo, por lo general fracasado, y la misión pastoral de sacerdotes y obispos se hace hoy desde planteamientos ideológicos más conservadores que los de aquella época.
El nombramiento de un papa del continente, más aún siendo un jesuita, exige, no obstante, recordar el papel que la Iglesia ha tenido en el pasado de América y reflexionar sobre el efecto que la gestión de Francisco puede ejercer en su futuro.
El sentimiento religioso en América latina ha ido decreciendo a medida que los diferentes países progresaban económicamente. Como ha ocurrido en Europa, el desarrollo va unido al escepticismo religioso, y hoy hay menos católicos en la región que hace diez años. Parte de ese vacío ha sido ocupado por diferentes iglesias protestantes, más pegadas y sensibles a problemas cotidianos como el alcoholismo o el maltrato doméstico.
El nuevo papa tiene bastante trabajo por delante en lo a que su labor pastoral se refiere. Es posible, pero no seguro, que su presencia servirá para revitalizar a la Iglesia latinoamericana y para recuperar a alguna ovejas descarriadas. Pero el efecto más probable e inmediato puede ser el de levantar el orgullo de una población que muchas veces se ha sentido condenada y que ahora empieza creer en un horizonte de éxito.
Pese a los elogios constantes de los economistas, no hay garantía de que el actual crecimiento de la región se consolide y genere beneficios universales. Mucho más atrevido es buscar una relación entre el actual aumento del PBI latinoamericano y la decisión tomada por los cardenales en la Capilla Sixtina.
Pero el mundo se rige a veces por sensaciones y estados de ánimo, y hoy, dos días después de la elección del papa Francisco, domina la autoconfianza, como recogió perfectamente Barack Obama en un comunicado en el que quiso sumarse a esa euforia porque también Estados Unidos es cada vez más parte del continente, no su dueño.
Es sabido que no es necesario ir diariamente a misa para entender, incluso compartir, esa emoción. El catolicismo latinoamericano se vive en la calle, de donde se nutre y donde padece. Ahora esas calles están llenas de centros comerciales y de libertad. Es hora de ver si la Iglesia y América latina pueden encontrarse también en la modernidad.
© El País, SL
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