Ballottage y triunfo de Emmanuel Macron: un llamado al presidente para que reconcilie a las dos Francias
Emmanuel Macron deberá enfrentarse ahora a cumplir con su promesa de una Francia “para todos” en un país separado por los extremos
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PARÍS – Por tercera vez en 20 años, los franceses fueron fieles al reflejo republicano, decidiendo este domingo masivamente impedir la llegada de la extrema derecha al poder supremo. Y por segunda vez en 15 días, no solo esa Francia fiel a los principios de libertad, igualdad y fraternidad, sino también Europa lanzaron esta noche un profundo suspiro de alivio. Sin embargo, nada será fácil de aquí en más para Emmanuel Macron, que acaba de obtener un segundo mandato presidencial de cinco años no por adhesión sino por oposición a algo percibido como mucho peor.
Es verdad, el suspendo se había reducido sensiblemente entre las dos vueltas. Todos eran conscientes de que, salvo enorme e inesperado tropiezo de último momento, Emmanuel Macron sería el ganador.
Que Francia haya decidido rechazar a Marine Le Pen fue un inmenso alivio. A pesar de todos sus esfuerzos para suavizar su imagen, su programa, centrado en su famosa “prioridad nacional”, seguía siendo de extrema derecha. En cuanto a su proyecto para Europa, aun habiendo renunciado oficialmente al Frexit, no cabía duda de que llevaría al país directamente hacia una salida de la Unión Europea (UE). Su propuesta de “alianza de naciones” era el equivalente de un desmantelamiento del edificio común del que Francia fue uno de los primeros constructores.
Marine Le Pen en el Palacio del Elíseo hubiera buscado —según sus propias palabras— “un (improbable) acercamiento entre la OTAN y Rusia”. En plena guerra de Ucrania, su llegada al poder hubiese abierto un periodo de caos, impredecible no solo para los europeos, sino para el resto del mundo occidental, porque Francia hubiera engrosado las filas de las democracias “iliberales”. Pero la patria de Voltaire, de Saint-Just y de Charlotte Corday, miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, segunda economía de la UE y única potencia nuclear del bloque, no es ni Budapest ni Varsovia: junto a Alemania, es el motor de un continente que intenta mantener su peso y poder en un mundo presa de una profunda y angustiante inestabilidad geopolítica.
La reelección de Emmanuel Macron consiguió pues descartar lo peor. Pero no hay que equivocarse: los franceses lo hicieron sin la mínima euforia, expresada en una tasa de abstención de 28,2%. El proyecto europeo no sufrirá, es verdad. Pero el problema reside en aquella promesa hecha hace cinco años por el presidente reelecto y lamentablemente nunca cumplida: hacer retroceder los extremos.
Pulverizando los partidos tradicionales —el socialismo así como la derecha conservadora— Emmanuel Macron privó a Francia de toda otra posibilidad de alternancia que no sea radical. En esas condiciones, la extrema izquierda de Jean-Luc Melenchon pudo obtener en la primera vuelta un extravagante escore que lo dejó a las puertas del ballottage y que ahora pretende lograr la mayoría de la Asamblea Nacional en las parlamentarias del mes de junio con el eventual concurso de todas las izquierdas. El mismo proyecto que acaricia Marine Le Pen quien, con 41,8% de los votos realiza el mejor resultado de su historia, y cuya intención —explícitamente expresada este domingo— es conseguir la unión de todas las derechas ultranacionalistas del país, obstaculizando así la futura acción del presidente.
En esta presidencial, no fue solo el miedo a la inmigración que llevó a millones de electores a lanzarse en los brazos de Marine Le Pen. Fue también la pobreza. El mapa sociológico del voto RN es clarísimo. Aquellos que votaron por la extrema derecha simplemente no tienen la felicidad de vivir en ese espacio que el politólogo Jérôme Fourquet llama “la Francia triple A”, famosa clasificación equivalente a un 20/20: el Estado, la empresa o el sector social que posee ese preciado sésamo, está seguro de obtener dinero en los mercados financieros o las tasas de interés más ventajosas, porque su solvencia está garantizada.
Demasiado brillante, soberbiamente inteligente, Emmanuel Macron nunca supo hallar las palabras para dirigirse a esa Francia que sufre, dejando a Marine Le Pen la exclusividad de la proximidad. No es necesario buscar mucho más para comprender la razón del rechazo epidérmico que el actual presidente provoca en esos sectores de la población.
Por la noche, el sobresaliente presidente-candidato de 44 años recibió de los franceses un nuevo cheque por cinco años. Pero no se trata de un cheque en blanco. Ahora comienza el verdadero esfuerzo: reinventarse. Y no solo en su forma de gobernar, hasta hoy pasablemente “jupiteriana”.
“Todos nosotros”, fue el eslogan de su campaña. Sin embargo, son auténticamente dos Francias irreconciliables con las cuales Emmanuel Macron tendrá que aprender a dialogar. Ese será su gran desafío para este nuevo quinquenio.
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