Un líder que no le teme a la gente
RÍO DE JANEIRO.- En su primer día de visita, Francisco limpió el alma de Brasil. Atascado en la avenida Presidente Vargas, desde la ventanilla abierta de su vehículo, aprovechó para acariciar a una criatura. Nada más que un hombre que no le teme al pueblo. Su recorrido no fue escoltado por batallones de choque, sino por cordones de jóvenes voluntarios.
Poco después, el Papa estaba en el jardín del Palacio Guanabara, sobre un escenario cavernoso, en un predio protegido por los batallones de choque. Había dirigentes que se ganaban un besito de Dilma Rousseff y otros que debieron conformarse con un apretón de manos. Estaba la banda que mira desde arriba, la gente que, por tener oro y plata, paga seguridad privada para andar protegida de la turba de la avenida Presidente Vargas.
Hasta el momento en que Francisco llegó a Río, el país vivió un clima de neurastenia colectiva en el que se confundía una peregrinación de fe con una operación militar que se convirtió en una catedral de ineptitud: 25.000 efectivos policiales y militares para proteger al Papa, ¿de quién? En uno de los episodios más ridículos que se hayan visto en visitas de este tipo, un soldado fue fotografiado chequeando el nivel de radiactividad de la habitación de Francisco en Aparecida. Los expertos de la demofobia tenían todo planeado, y como les sucede a diario a millones de cariocas, el Papa terminó atascado. Para alegría de quienes estaban en la avenida, todo salió mal y pudieron verlo de cerca.
Los detalles de esa neurastenia fueron conscientes, desde la divulgación del operativo de seguridad hasta la exposición del temor a que se produjesen protestas. Ambas cosas eran innecesarias. La exaltación de la maquinaria policial es una indiscreción, a menos que su objetivo sea causar temor. Los disturbios de las cercanías del Palacio Guanabara eran parte de la rutina del gobernador Sergio Cabral, no de la del Papa.
Los dirigentes de Brasilia y de Río, inexplicablemente, reprodujeron la demofobia y el ritual de los oficiales comunistas polacos durante la visita de Juan Pablo II a Varsovia, en 1979. Donde había fe, vieron juegos de poder. Perdieron una santa oportunidad de celebrar la fe de los peregrinos y aliviar las tensiones que envenenan la política nacional.
Traducción de Jaime Arrambide
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