Un ingeniero y una maestra, la insospechada pareja espía de secretos militares de EE.UU.
Podrían ir presos de por vida por el supuesto intento de vender información sobre submarinos nucleares de avanzada; ¿cómo era la vida del matrimonio de Maryland antes de ser detenido?
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WASHINGTON.- Durante años, el aspirante a espía llegó a límites impensados para ocultar su identidad y evitar ser detectado.
Con un celular descartable comprado en efectivo, creó una cuenta de email anónima con capacidad para enviar mensajes encriptados, y esperó un tiempo antes de empezar a usarla.
Para evitar sospechas en su trabajo como ingeniero desarrollador de los más avanzados submarinos norteamericanos, al parecer fue extrayendo los documentos sensibles muy sigilosamente, página por página y a lo largo de años.
Y ahora, después de todas esas precauciones, los agentes extranjeros con los que Jonathan Toebbe creía estar negociando la venta de esos documentos, lo presionaban para que hiciera justamente lo que siempre había evitado: dar la cara.
Según consta en esos intercambios de mails encriptados que aparecen detallados en la presentación judicial del FBI, al principio Toebbe rechazó esos pedidos de revelar su identidad. “Los encuentros cara a cara son muy riesgosos para mí”, escribió el ingeniero nuclear de 42 años y padre de dos hijos de la ciudad de Annapolis, Maryland. “Supongo que entenderán”.
Un mes más tarde, volvió a quejarse de la insistencia de sus interlocutores remotos: “Lamento parecer desconfiado e inflexible, pero ni pienso ir al lugar que ustedes digan”.
Sin embargo, y tras una serie de gestos para ganarse su confianza -que incluyó hacer ondear una bandera en la terraza de un edificio de Washington como forma de señal secreta, y una transferencia de 10.000 dólares en criptomonedas-, Toebbe cedió.
Un proyecto secreto
El ingeniero tenía acceso de seguridad del máximo nivel, y durante casi una década había sido parte de un programa de miles de millones de dólares para construir submarinos que pudieran permanecer sumergidos sin ser detectados durante la mayor cantidad de tiempo posible.
Los documentos que supuestamente sustrajo contenían planos esquemáticos de una de las naves más avanzadas de la Marina norteamericana, un submarino Clase Virginia dotado de un reactor nuclear con capacidad de funcionar durante 33 años sin necesidad de recarga.
En ese mundo, el sigilo lo es todo. Sin embargo, y a pesar de toda esa sofisticación tecnológica, hubo una filtración.
El 26 de junio, Toebbe se dirigió en su auto hasta el Valle Shenandoah, en Virginia Occidental. Lo acompañaba su esposa, Diana Toebbe, de 45 años, maestra de Humanidades de una escuela privada, muy querida por sus alumnos y conocida entre sus amigos por su inteligencia y sus ideas progresistas. Con ellos llevaban una diminuta tarjeta de memoria llena de los secretos que supuestamente esperaban vender, envuelta en plástico y oculta dentro de un sándwich de pasta de maní.
Tras años de estar sumergidos, Toebbe y su esposa salían a la superficie. Pero sin que lo supieran, el FBI le venía siguiendo los pasos.
“El deber y el honor”
La semana pasada, el FBI anunció el arresto de la pareja por cargos de espionaje y los denunció penalmente con un escrito de 23 páginas repleto de minucias técnicas, pero también de fascinantes detalles propios de una novela de espías: intercambios sigilosos, pistas falsas, trampas que eran esquivadas y vueltas a colocar.
Pero los giros de esa trama dejan un enigma sin resolver: ¿Qué llevó a un ingeniero de los suburbios y a su esposa, maestra de escuela, a tratar de vender secretos de su país a una potencia extranjera, que aún no ha sido revelada?
En más de un sentido, resulta inimaginable que una pareja como los Toebbe sea acusada de volverse contra Estados Unidos. Para empezar, porque ambos provienen de familias de abnegados militares.
“Creemos firmemente en el deber y el honor”, fue lo único que dijo el padre de Jonathan, Nelson Toebbe, teniente coronel retirado del Cuerpo de Servicio Médico de la Fuerza Aérea, que se negó a conceder entrevistas.
El abuelo de Jonathan luchó en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial, y su bisabuelo fue veterano de la Primera. El propio Jonathan cumplió cinco años de servicio activo como oficial de ingeniería nuclear de la Armada, y más de dos años en la Reserva de dicha fuerza.
Y el árbol familiar de Diana también está lleno de veteranos militares.
La pareja se conoció y se enamoró en la Universidad de Emory. Jonathan, tres años más joven, cursaba un posgrado en física, y Diana estaba en el programa de doctorado de antropología.
Ella era un manojo de contradicciones. Cinturón negro en artes marciales a la que le encantaba tejer. Feminista acérrima que se disfrazaba de campesina antigua para participar de recreaciones de la época medieval.
Pero a Jonathan hubo algo que lo atrajo.
“Ambos era muy inteligentes”, señala un pariente del lado de Diana.
Según el certificado de matrimonio del condado de DeKalb, Georgia, Jonathan y Diana se casaron en 2003, y dos años más tarde se mudaron a Colorado, donde ambos empezaron a trabajar como profesores de ciencia en la Kent Denver School, una costosa escuela privada.
En 2008, Jonathan se inscribió en la Colorado School of Mines para obtener un segundo posgrado, en ingeniería nuclear, y unos de sus compañeros de clase lo recuerda como un joven tranquilo y un fanático de los juegos de rol.
Pero en 2012, tras convertirse en padre, abandonó el posgrado para sumarse a la Marina, aduciendo que tenía una familia que mantener y que con su beca de doctorado no le alcanzaba.
“La Marina le ofrecía trabajo y era un buen negocio”, recuerda su compañero de clase de entonces. “Los ingenieros nucleares capacitados no abundan, y Jonathan era probablemente uno de los más inteligentes de la universidad”.
Se mudaron a Annapolis, en las afueras de Washington, y Jonathan finalmente fue asignado al Programa de Propulsión Nuclear Naval, que supervisa los reactores utilizados para alimentar a los más de 60 portaaviones y submarinos de la flota norteamericana. Su servicio activo terminó en 2017, pero permaneció en la Reserva de la Marina hasta 2020, según un funcionario de Defensa, por su trabajo como ingeniero nuclear Toebee percibía un sueldo de 153.737 dólares al año.
Por su parte, Diana empezó a enseñar en Key School, una escuela privada cuya matrícula supera los 30.000 dólares anuales. Allí la recuerdan como una docente meticulosa pero también cariñosa, que alentaba a los alumnos a tener un pensamiento independiente.
“Los dos trabajaban mucho y ganaban bien”, dice un familiar de Diana. “No tenían problemas de dinero”.
“Pongo en riesgo mi vida”
La verdadera saga de Jonathan Toebbe empezó el 1 de abril de 2020, con un sobre de papel madera con cuatro estampillas de correo, según consta en la presentación judicial del FBI.
Toebbe le habría enviado ese sobre anónimo, con remitente de la ciudad de Pittsburgh, al gobierno de un país extranjero que no fue revelado, pero que según los analistas de seguridad nacional sería un aliado de Estados Unidos. El sobre contenía documentos sensibles de la Marina norteamericana, con instrucciones para que el gobierno extranjero en cuestión le respondiera a través de un servicio de mail encriptado.
El país en cuestión retuvo el sobre durante casi nueve meses, hasta que aparentemente se lo entregó al FBI el 20 de diciembre de 2020.
Seis días después, y haciéndose pasar por un espía extranjero, un agente del FBI contactó a Toebbe a la dirección anónima de mail que había suministrado.
Al principio, Toebbe desconfió. En su respuesta, evitó cualquier detalle que pudiera revelar su identidad, refiriéndose a sí mismo como “Alice”, un nick muy común en los círculos criptográficos.
Cuando el supuesto agente extranjero le propuso encontrarse cara a cara con un “amigo de confianza” para que le entregara “un regalo para recompensar su ayuda”, Toebbe no quiso saber nada.
“No me cierra, prefiero que no”, escribió Toebbe el 5 de marzo de 2021. “Propongo intercambiar regalos electrónicamente, para seguridad de ambas partes”.
Y le pidió a su nuevo amigo 10.000 dólares en Monero, una criptomoneda muy popular entre los ciberdelincuentes, ya que no revela ni el remitente, ni el receptor, ni el monto transferido.
“Entiendo que es un pedido de dinero importante”, escribió Toebbe. “Pero recuerden que pongo en riesgo mi vida para su beneficio y que yo dí el primer paso. Les pido que me ayuden a confiar en ustedes plenamente”.
Toebbe y su supuesto contacto mantuvieron delicadas negociaciones durante los cinco meses siguientes. Sus mails fueron adoptando un tono de vulnerabilidad que dejaba al desnudo su dilema: su necesidad de proteger su identidad chocaba con su temor a ofender a sus nuevos amigos o perder su interés.
El contacto sugirió elegir una ubicación pública neutral como lugar de entrega del material: “Puede ir solo, recuperar el regalo y dejar la muestra de material que le pedimos”.
Pero Toebbe no quería que el gobierno extranjero eligiera la ubicación.
“Me preocupa que elijan un lugar sin una vía de escape fácil y que me deje muy vulnerable”, escribió. “Si hay otras partes interesadas observando a distancia, no podría detectarlas. También me preocupa que un regalo físico sea difícil de justificar si me interrogan”.
“Tengo que considerar la posibilidad de estar hablando con un enemigo que interceptó mi primer mansaje y ahora intenta exponerme”.
Toebbe entonces les propuso que enarbolaran una “bandera a modo de señal” sobre un edificio consular de ese país en Washington durante el fin de semana del Día de los Caídos, para demostrar que eran quienes decían ser.
“Sí, eso se puede arreglar”, le respondió su contacto.
El lunes 31 de mayo, el FBI coordinó con el país en cuestión la colocación de la bandera, y Toebbe respondió con entusiasmo: había visto la señal y finalmente estaba dispuesto a salir a la superficie.
“Ahora me siento seguro con ustedes”, escribió. “Estoy cerca de Baltimore, Maryland. Por favor, avísenme cuando estén listos para proceder con el primer intercambio”.
“Rezo para que no haga falta”
El 26 de junio a las 10.41, Jonathan y Diana se presentaron en el lugar designado en el condado de Jefferson, Virginia Occidental. Según la acusación del FBI, a principios de ese mes a Toebbe se le habían transferido 10.000 dólares en criptomoneda Monero.
Los agentes del FBI que observaban el sitio describieron a Diana parada a un metro de su esposo, “haciendo de campana” mientras él dejaba en el lugar designado el sándwich de pasta de maní donde habían insertado una tarjeta de memoria SD de 16 gigabytes.
Según informó el FBI, en la tarjeta había detalles codificados del reactor nuclear utilizado en uno de los submarinos estadounidenses más avanzados de la Armada: un fantasma de las aguas de 3000 millones de dólares, capaz de lanzar misiles crucero desde detrás de las líneas enemigas.
Durante los siguientes cuatro meses, el agente del FBI arregló tres puntos de entrega más. Después de cada entrega exitosa, los correos electrónicos de Jonathan se volvían cada vez más relajados y efusivos.
“¡No se imaginan mi alivio cuando encontré la carta justo donde me dijeron que estaría!”, escribió. “Tal vez un día, cuando sea seguro, podamos encontrarnos como dos viejos amigos a tomar una copa y reírnos de nuestras viejas hazañas”.
Toebbe dejó picando la posibilidad de entregar otras 11.000 páginas de documentos sensibles a cambio de 5 millones de dólares en criptomonedas.
Pero también se manifestaba consciente de los riesgos.
“Si tengo que desaparecer de improviso, les estaría eternamente agradecido si pudieran sacarnos a mí y a mi familia. Tenemos los pasaportes al día y dinero en efectivo reservado para esa eventualidad. Rezo para que no haga falta…”.
El sábado 9 de octubre, todos sus temores se hicieron realidad.
Un año y medio después de ponerse en contacto con el país extranjero, y mientras estaban en Virginia Occidental para realizar su cuarta y última entrega, Jonathan y Diana finalmente se encontraron cara a cara con los agentes con los que venían “colaborando” hace tiempo: agentes del FBI, que los arrestaron de inmediato.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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