Un hombre no se afeita hace 32 años para pedir justicia por el asesinato sin resolver de su hijo
Vincenzo Agostino tiene 84 años y todavía busca a quienes mataron a su hijo policía en un crimen mafioso. El largo camino de su reclamo
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El rostro de Vincenzo Agostino está cubierto por una promesa: una larga barba que juró no afeitarse hasta dar con quienes asesinaron a su hijo policía hace 32 años, un crimen con el sello de la mafia siciliana. “Fue traicionado por hombres corruptos del Estado”, sostuvo.
“Hice esa promesa sobre el féretro de mi hijo. Entonces algunos no me tomaban en serio, pero aún hoy la mantengo”, recordó desde Palermo en una videollamada, mientras baja la mirada y se pasa la mano por la cara, como sacudiéndose un cansancio que parece perenne.
Agostino acaba de cumplir 84 años y tiene el aspecto de un titán: de mirada severa y piel cetrina, luce una larga barba blanca que no ha recortado en tres décadas, desde que alguien asesinó a su hijo Antonino, policía de 28 años, y su esposa, Ida Castelluccio, embarazada de un mes.
Todo ocurrió el 5 de agosto de 1989, cuando la familia celebraba un cumpleaños en su casa de Villagrazia di Carini y esperaba a la joven pareja, que se había casado solo un mes antes.
Antonino e Ida estaban llegando a la fiesta cuando fueron tiroteados desde una moto. Él murió en el acto, ella lo hizo poco después con una bala en el corazón. Solo le dio tiempo a gritar: “Sé quiénes son”.
Empezaba así uno de los casos más enrevesados del país, en el que convergen la sombra de Cosa Nostra y de los servicios secretos, con los Años de Plomo como trágico telón de fondo.
El padre habla de su hijo como “un simple policía”, pero Nino, como le llama, era algo más. Los investigadores descubrieron que en realidad desempeñaba “misiones secretas” para localizar a mafiosos.
“Yo no lo sabía, lo descubrí en el juicio”, aseguró el padre, que se enteró así de que su hijo trabajaba para el juez Giovanni Falcone, haciéndose pasar por campesino en busca de rumores para cazar a los capos.
Perseguía a prófugos como Toto Riina o Bernardo Provenzano, los jefes más cruentos de Cosa Nostra, y llegó a desbaratar un atentado contra el célebre magistrado, que solo tres años después fue asesinado.
Pero, según la Fiscalía, Nino acabó en “una estructura de inteligencia” creada para atrapar fugados que, “en realidad, gestionaba complejas relaciones entre algunos traidores a las Instituciones y la mafia”.
Todo apunta a que el agente comprendió esa turbia colusión y abandonó el grupo, sentenciándose a muerte.
“Yo creo que mi hijo fue traicionado por hombres corruptos del Estado, marionetas sin dignidad”, denunció impasible el padre.
En su billetera, la familia encontró un papel con el que pedía que, en caso de ocurrirle algo, buscaran en un armario de su casa una serie de apuntes. “Llegaron a casa, hallaron los documentos y se fueron. ¿Qué era? ¿Por qué no pudimos verlos?”, cuestionó, usando un plural incierto, como todo en esta “desgracia”.
Este viernes el Tribunal de Palermo dictó la primera sentencia del caso: cadena perpetua al mafioso Nino Madonia, ya en prisión. Él y el capo Gaetano Scotto están acusados de apretar el gatillo. Serían los hombres que Ida reconoció antes de morir.
Scotto y Paolo Rizzuto, amigo de Nino, serán procesados desde el 26 de mayo. El primero por homicidio y el segundo por encubrirlo.
“La primera justicia llegó, pero falta más. Deben decir la verdad, ¿quién movía los hilos? ¿la política? ¿la mafia?”, cuestionó, pues cree que hay políticos en activo que saben qué ocurrió.
“El arma era de la mafia, pero la mente era de corruptos del Estado”, sentenció.
Vincenzo, además de una memoria cristalina, da fe de su determinación a seguir exigiendo justicia: “Nunca pensé en rendirme porque cuando suceden estas desgracias en tu casa es aterrador. Yo esperaba que fuera él quien llevara flores a mi tumba y no al revés”, musita.
En cualquier caso su “herencia”, una lucha infatigable, la recibirán sus hijas, Nunzia y Flora, y su nieto Antonino, que, casualidad o presagio, nació el mismo día en el que su tío fue asesinado, pero en 2001.
La matriarca, Augusta, fallecida en febrero de 2019 sin saber qué ocurrió, se consolaba con que la justicia divina había enviado a su nieto para que se siguiera pronunciando el nombre de Nino.
“No quiero dar el ejemplo, solo pido un derecho humano. Lo hago por la sociedad, que ya no dispara pero que a veces ignora las manzanas podridas que todavía existen y que deben terminar”, concluyó este “padre coraje” cuya barba seguirá creciendo a la espera de la verdad.
Agencia EFE
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