Un gran ejemplo de desprendimiento
RÍO DE JANEIRO.-Conocí al papa alemán, Benedicto XVI, cuando era aún el joven teólogo Joseph Ratzinger, asesor del progresista episcopado alemán, durante el Concilio Vaticano II. Hace ahora 50 años.
Ratzinger tenía entonces 35 años y era una estrella de la teología. Yo era un joven periodista que cubría el Concilio.
Volví a encontrar a Ratzinger como cardenal y prefecto de la Congregación de la Fe. Ya se había convertido y era un cardenal conservador que acabó condenando al silencio a buena parte de la inteligencia teológica de aquel momento, entre ellos al franciscano brasileño Leonardo Boff, a quien yo esperé en la puerta del ex Santo Oficio la mañana en que fue procesado y condenado por Ratzinger.
El cardenal alemán, inteligente, buen teólogo, agudo, pero intransigente con la modernidad, terminó siendo el sucesor del carismático Juan Pablo II. Los cardenales lo eligieron después de que él mismo los convenciera de que Europa se estaba descristianizando y que hacía falta un Papa con pulso, que hiciera frente a aquella sangría de fe.
Ratzinger no tenía el carisma de su antecesor. Al revés. Fue siempre reservado y se le advertían los esfuerzos durante los viajes para imitar -aunque sin éxito- los gestos populares del papa polaco, actor de profesión antes de ser papa.
El breve pontificado de Benedicto XVI, de sólo ocho años, no hubiese dejado huella a no ser por su gesto final, inédito prácticamente en la historia de la Iglesia, sobretodo de los tiempos modernos, de renunciar a su cargo.
En su pontificado, una vez más el Vaticano se vio envuelto en escándalos que llegaron a la puerta misma de su despacho, y alcanzaron a su propio mayordomo.
Una serie de intrigas daban a entender que la Curia de Roma estaba pensando ya en la sucesión, y esta vez todo hacía pensar en que se tramaba la elección de un papa de nuevo italiano.
El Papa los tomó de sorpresa. Los ha dejado de alguna forma al desnudo. Y ahora va a obligar a la Iglesia a repensar muchas cosas.
Me acaban de preguntar para una radio de España cómo considero el gesto de Benedicto XVI. Lo defino con una palabra: revolucionario, conocida la mentalidad de la Iglesia. Un gesto que yo, que siempre he sido crítico del teólogo Ratzinger primero y del papa Ratzinger después, considero que lo rescata y lo ennoblece.
Lo rescata de todas las críticas que le han hecho. Se lo llegó a acusar de haber manipulado a los cardenales del cónclave para hacerse elegir. Y ha sido, curiosamente, el único papa que terminó dejando el poder.
En la vida de cualquier persona un sólo gesto puede contenerla y rescatarla. Puede rescatarla hasta de errores y tropiezos pasados. Es sintomático y debería hacer pensar que el papa más conservador de los últimos tiempos ha llevado a cabo un gesto tan progresista como el dejar el papado antes de morir, algo que todos sus antecesores recientes, mucho más enfermos y debilitados que él al final del pontificado, no tuvieron el coraje de hacer.
Es un gesto que lo ennoblece. Y que lo ennoblecería aún más si ese anuncio que hizo, de que desea ahora "seguir sirviendo a la Iglesia en el silencio de la oración", empezara a ponerlo en práctica antes aún del nuevo cónclave, dejando esta vez a los cardenales la total libertad de elegir en un momento tan delicado para el mundo y para la Iglesia, de escoger a su sucesor sin que él actúe en la sombra para influir sus decisiones.
No será fácil: es algo inédito un cónclave que elegirá al nuevo sucesor de Pedro con su antecesor aún en vida. Sin contar que Benedicto XVI, con su gesto de lealtad a la Iglesia, ya ha adquirido un aura de santidad que podría, si quisiera, usar para influir a los cardenales.
No por nada el primer papa que renunció al papado en 1296, Celestino V, terminó siendo reconocido santo por su gesto de renuncia al papado y por haberse dedicado después sólo a la oración.
De cualquier modo, Benedicto XVI, tras su vida polémica como teólogo, ha concluido su papado dando a la Iglesia un ejemplo de desprendimiento que otros no supieron hacer.
Con su gesto, Ratzinger deja una huella y positiva en la historia, que no hubiese dejado si, al igual que sus sucesores, se hubiese aferrado al cargo aún a sabiendas que su salud no le permitía ya hacer frente a los desafíos que tiene ante sí el líder de millones de católicos en el mundo.
En marzo, cuando la Iglesia seguramente tenga un nuevo papa, podremos saber si el gesto revolucionario de Benedicto XVI ha influeido y qué dirección las decisiones secretas del cónclave del que saldrá su sucesor.
© EL PAÍS, SL
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