Un entramado de voces que tocan múltiples intereses
La esperada encíclica de Francisco sobre el medio ambiente toca tantos intereses -más ideológicos que económicos- que algunos, por las dudas, salieron a criticarla antes de leerla. Este solo hecho debería motivar una lectura reposada de un documento donde no aparece sólo el pastor, sino también el agudo pensador.
Si bien supone la belleza del Evangelio, dialoga constantemente con la biología, con la pedagogía, con la ingeniería, con la psicología social, con la filosofía y con las preocupaciones del mundo. Sabemos por Francisco que un primer borrador, propuesto por el Pontificio Consejo de Justicia y Paz, fue luego ampliamente superado por ricos aportes y reclamos de más de 200 especialistas e instituciones de todo el mundo. Se trata de un entramado de varios capítulos que aportan luces diferentes desde perspectivas muy variadas. Pasa de una aguda descripción de la realidad a la política o a la espiritualidad, no como un mero rejunte, sino en cuidadosa filigrana donde todo se integra apuntando a un mismo objetivo: el "cuidado", una de las palabras preferidas de Francisco. A su vez, en esta polifonía, el Papa continúa con su novedosa actitud de citar a los obispos de muchos países, y hasta se da el gusto de recoger la enseñanza de un patriarca que no es católico romano y de citar a un místico musulmán.
Es indispensable la lectura directa del texto para percibir la armonía del conjunto. Sin embargo, quisiera destacar algunas novedades: a) Los planteos sobre el ambiente están estrechamente conectados con las reivindicaciones sociales de los pobres y de los países menos desarrollados, de manera que la cuestión ambiental se sitúa en el marco del "reconocimiento del otro". b) Propone una ecología integral que incorpora de manera interdisciplinaria los múltiples aspectos de la problemática: económicos, culturales, sociales, etc. c) La reflexión es profundamente humanista, tanto porque recoge el pensamiento del filósofo Romano Guardini como por una apuesta educativa orientada a liberarnos de la actual "cultura del descarte".
De este modo, pretende llegar a las raíces más hondas de la problemática ambiental. Sería muy superficial afirmar que es una encíclica contra la tecnología, porque "nadie pretende volver a la época de las cavernas" (114). Más precisamente, es un despiadado cuestionamiento al tremendo poder ligado al paradigma tecnológico-económico actual, que condiciona la vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad. Por eso, exige reconsiderar el modo de entender el progreso.
El texto es muy equilibrado, hasta el punto de que cualquier comentario corre el riesgo de "desequilibrar la balanza". Por una parte, declara que no pretende definir cuestiones científicas, y respeta la libertad académica de quienes tienen que discutir asuntos como los granos genéticamente modificados. Sin embargo, es sumamente exigente y crítico con respecto a las cuestiones sociales y humanas que están alrededor: la falta de diversidad productiva, la contaminación, los oligopolios, los derechos de los pobladores locales, etc. Y denuncia que en estos temas la parcialización de la información es constante: "Se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean políticos, económicos o ideológicos" (135).
La inclusión de los pobres reaparece permanentemente, por ejemplo cuando pide sustituir la dádiva por la creación de puestos de trabajo. Expresa con elocuente dolor la constante desaparición de especies "que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre" (33). Pero donde se presenta más profético es en lo referido al cambio climático, increpando duro a la política internacional: "Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común" (54).
Si bien el blanco fundamental de su crítica es el poder tecno-económico, también convoca a los poderes políticos a no resignar su responsabilidad: "Los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?" (57).
En otros párrafos no es sólo la política la que aparece interpelada, sino la sociedad en su conjunto: "El ser humano se las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes, actuando como si nada ocurriera" (59).
Francisco muestra cómo la luz de la fe potencia el compromiso con el ambiente. Basta recordar estas palabras de Jesús: "¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios" (Lc 12, 6). Pero hay que destacar ante todo algunas convicciones racionales que penetran el conjunto de las reflexiones. Por ejemplo: la seguridad de que "todo está conectado" y de que por ello ningún fenómeno puede comprenderse de manera aislada; el convencimiento de que cada ser de este universo tiene algún sentido, algún significado, alguna utilidad y algún mensaje que comunicarnos; la certeza de que la "calidad de vida" es mucho más que la propuesta de un consumismo voraz y superficial; la persuasión de que dependemos de una realidad previa a nosotros, que debe ser ante todo recibida más que fabricada. Por eso no es solamente una encíclica sobre el medio ambiente. Es un aporte estimulante para un serio debate público sobre el mundo y el tipo de vida que queremos. Vale la pena que dejemos resonando estas palabras que están escritas para hacernos pensar:
"¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. [...]. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra" (160).
El autor es arzobispo y rector de la Universidad Católica Argentina
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