Un encuentro no muy correspondido con el establishment chileno
SANTIAGO, Chile.- La Casa Central de la Universidad Católica de Chile recibió al papa Francisco anteayer a las 18.33. El rector Ignacio Sánchez lo guió por una pasarela con forma de laberinto que pasaba por un patio lateral, luego por el patio central y que llegaba hasta un balcón que daba a un auditorio con 800 personas. Había en total 3100 invitados, cada uno en su silla y sin vallas ni guardias entre ellos. En el patio central estaba la elite política, empresarial y de la iglesia chilena.
El recorrido duró exactamente 10 minutos. Fue una entrada tipo rockstar y Francisco caminó con cierto asombro mirando el mar de celulares que lo estaba grabando. Cuando subió al escenario se ganó una ovación, pero se lo notaba cansado tras 14 horas de actividad.
Francisco se quedó mirando fijo a la concurrencia. Estaba incómodo. No sonrió, no saludó. En las primeras filas no estaban los estudiantes, no había profesores de escuela, pero eso ya lo sabía: la cita era con el establishment: con líderes políticos, senadores, alcaldes, empresarios, ejecutivos, con intelectuales, científicos, con el mundo de las humanidades, de la educación, de las artes y de los medios. La excepción era la selección de funcionarios de la universidad que recibieron un saludo especial de Francisco.
Pese a la frialdad visible, el Papa buscó remecer con palabras. Habló del interés individual que no puede prevalecer sobre la construcción del "nosotros", pidió procesos transformadores e inclusivos en la educación, llamó a romper la fragmentación y a poner atención a los pueblos originarios. Los aplausos volvieron entonces por única vez durante su discurso, que terminó con la entrega de regalos y la detención de un activista que le gritó desde la última fila a Francisco para regalarle una bandera y denunciar que en las cárceles chilenas "se tortura".
En su retirada, bajo otra ovación, el Papa solamente sonrió con ganas cuando firmó un autógrafo al hijo de un diputado que se acercó a saludarlo con una libreta y un lápiz. Saludó al animador de televisión Mario Kreutzberger (don Francisco), a los trabajadores de la UC y cerró su última actividad en Santiago. En otras reuniones estuvo mucho más alegre y cercano, como en el encuentro con los jesuitas, donde vio y abrazó a sacerdotes que conoció hace 60 años, cuando estuvo en Chile.
Roberto Angelini, presidente de Empresas Copec, uno de los mayores grupos de Chile, quedó en primera fila, a 20 metros del Papa. Pudo verlo también en el Parque O'Higgins, la misa masiva en Santiago. Angelini destacó a LA NACION "la humildad de Francisco, la forma en que explica cosas profundas con palabras sencillas". El llamado al mundo empresarial lo tomó como "un incentivo para seguir trabajando para el bien del país, para dar trabajo, hacer inversiones y producir un crecimiento humano y material".
Manuel José Ossandón, excandidato presidencial y senador opositor, dijo que la interpelación del Papa al establishment y al poder se da "en un momento de cambio social". "Si la elite no entiende, vamos a terminar mal. Chile necesita ser un país más humano y solidario. Eso para mí significa una derecha social, que esos derechos sociales no sean banderas de la izquierda, sino del país", agregó.
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