Un discurso moderado similar al que precedió la llegada del infierno a Afganistán en el siglo pasado
El discurso utilizado por los talibanes, que aparenta ser más moderado que durante su gobierno anterior, no es el primer intento por mostrar una cara nueva; algunas de las declaraciones oficiales que acompañaron el ascenso del grupo en 1996 tenían un tono similar
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WASHINGTON.- En la conferencia de prensa de la semana pasada en Kabul, el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, dijo que su movimiento ya no es como el mundo los recuerda desde la última vez que ocuparon el poder a nivel nacional en Afganistán.
“No le haremos daño a nadie en Afganistán”, dijo Mujahid. “Por supuesto que hay una enorme diferencia entre lo que somos ahora y lo que éramos hace 20 años.”
Los analistas de inmediato captaron señales de transigencia y de apartamiento de la línea dura que antes marcó la actitud de los talibanes con relación a las mujeres y las niñas: al día siguiente de la caída de Kabul, las periodistas mujeres volvieron a la pantalla, y hasta llegaron a entrevistar a un funcionario talibán en vivo por televisión. El vocero talibán tuiteó un video de un académico alineado con los talibanes que aconsejaba al personal femenino de los hospitales continuar con su labor.
Esos episodios habrían sido difíciles de imaginar durante el gobierno anterior de los talibanes en el país, que duró desde 1996 hasta la invasión de las fuerzas estadounidenses, en 2001.
Pero lo de esta semana no es el primer intento de los talibanes por mostrar una cara nueva. De hecho, algunas de las declaraciones oficiales que acompañaron el ascenso del grupo en 1996 tenían un tono similar.
Durante la noche del 27 de septiembre de 1996, fuerzas talibanas procedentes de todos los flancos capturaron Kabul, tras 15 días de imparable avance por el país. (En agosto de 2021, solo les llevaría 10 días.) El grupo insurgente encontró poca resistencia de parte de las tropas del gobierno. “La evidente facilidad de la victoria militar talibana desconcertó a muchos observadores”, escribió Kenneth J. Cooper el 6 de octubre de 1996 en el diario The Washington Post.
En ese entonces, según un titular del mismo diario del 28 de septiembre de 1996, los talibanes eran “poco conocidos” en Estados Unidos. Geopolíticamente, la nación había “escapado” al radar de Washington.
“Haremos todo lo posible para que en el territorio rijan las leyes y normas del islam”, anunció Mohammad Abbas Stanikzai, el viceministro de Relaciones Exteriores de los talibanes, en 1996. “Pero en la medida en que podamos, también queremos establecer un gobierno islámico que no se oponga al mundo moderno”. Hoy Stanikzai ejerce de jefe político de los talibanes.
Los talibanes predicaron el Estado de derecho y el regreso al orden, hasta proclamando promesas de paz a través de altoparlantes. Los afganos estaban hartos de tantos años de luchas intestinas y derramamiento de sangre en la guerra civil que llevó a la caída del gobierno comunista instalado por los soviéticos. El mensaje de los líderes talibanes los presentaba “no solo como los defensores del islam, sino también como los salvadores de Afganistán”, escribió Cooper el 6 de octubre de 1996.
En la semana posterior a aquella toma del poder, cerca de 250.000 habitantes de Kabul –en particular de los estratos más pudientes y con más educación formal– huyeron del país hacia los territorios del norte y Pakistán. Pero el líder talibán Mohammad Omar instó a los temerosos vecinos que se quedaron a estar tranquilos y les dijo que estarían más seguros con las milicias patrullando las calles.
Inmediatamente, un comandante talibán llamado Musa declaró una amnistía para todos los soldados y funcionarios gubernamentales que se rindieran: “Los talibanes no queremos revancha. No tenemos rencor personal. Si la gente resuelve que alguien es responsable de crímenes cometidos en el pasado, lo juzgaremos en conformidad con la ley islámica”.
Más de dos décadas más tarde, el 17 de agosto de 2021, los talibanes anunciaron nuevamente una “amnistía” general para los “compatriotas” que trabajaron como intérpretes o en el sector militar o civil durante los años de invasión norteamericana. “No queremos vengarnos de nadie”, dijo Mujahid. “Nadie va a llamar a sus puertas para inspeccionar sus casas.”
Al día siguiente, un reporte confidencial de Naciones Unidas confirmó que la cacería de los talibanes ya había empezado, con visitas casa por casa, levantando puestos de control y amenazando a familiares de funcionarios de seguridad afganos, así como a colaboradores de la OTAN y de Estados Unidos.
Hace dos décadas, y a pesar de que la comunicación de los talibanes sugería lo contrario, la revancha también arrancó fuerte desde un principio.
En las horas posteriores a la toma del poder de 1996, el cuerpo hinchado y golpeado del expresidente Najibullah colgaba junto al de su hermano a 6 metros de altura de una horca en un poste de tránsito, informó entonces Kathy Gannon para The Washington Post.
Esta vez, el presidente, Ashraf Ghani, huyó. “Si me hubiera quedado, otro presidente electo de Afganistán habría sido colgado ante la propia mirada de los afganos”, dijo Ghani más tarde en un video posteado en Facebook.
En 1996, en pocos días los talibanes rompieron sus promesas. Los líderes juraron cortar las manos y los pies de los ladrones, y así lo hicieron. Dos mujeres que llevaban ropa que las cubría por entero salvo los ojos caminaban por una transitada calle comercial cuando hombres de las milicias talibanas se bajaron de un utilitario y las azotaron con la antena de radio de un auto, informó The Washington Post el 3 de octubre de 1996. “¿Por qué?”, gritaba una de las mujeres, que cargaba un bebé en brazos.
“Ningún afgano tiene problemas para vivir en libertad en nuestros territorios”, dijo Stanikzai, el entonces viceministro de Relaciones Exteriores talibán.
Poco tiempo después, el gobierno fundamentalista prohibiría los casetes, la música en vivo, y hasta aplaudir los goles de un partido de fútbol, como escribió William Shawcross en noviembre de 1997 en The Washington Post.
“Los talibanes dicen que las mujeres ‘tienen que caminar suavemente’ todo el tiempo”, escribió Shawcross.
El 1º de octubre de 1996, los líderes talibanes dijeron en una conferencia de prensa que las restricciones contra las mujeres y las niñas solo permanecerían hasta que pudieran elaborar reglas que permitieran que las mujeres pudieran trabajar y educarse sin contradecir el islam. Un vocero dijo que eso “llevaría cierto tiempo”, informó Cooper el 3 de octubre de ese año.
De hecho, llevó tanto tiempo que las escuelas recién reabrieron para las mujeres tras la invasión de las fuerzas estadounidenses y la caída de los talibanes, en 2001.
Apenas un mes después de la toma del poder en 1996, el estricto fundamentalismo islámico de los talibanes ya se había vuelto totalmente impopular. “Los talibanes no son vistos como al principio, cuando les dieron la bienvenida”, dijo Mohammed Ghaus, el entonces ministro de Relaciones Exteriores, el 19 de octubre de 1996. “Ahora perdieron todo el apoyo del pueblo. La gente en Afganistán se da cuenta de que los talibanes no pueden administrar el país.”
Por ahora, resulta difícil predecir el futuro de la vida bajo los talibanes de ahora. Pero muchos se aferran a la esperanza de que pueda persistir un estilo de vida más liberal, al menos en algunos aspectos.
En una declaración del 18 de agosto, el representante de UNICEF en Afganistán, Hervé Ludovic De Lys, señaló una “señal alentadora”: en Herat y Marouf, las escuelas abrieron para niños, incluidas nenas.
Pero algunos siguen sin creer en la palabra de los talibanes.
“Me enloquece cuando veo gente que intenta convencerse de que los talibanes cambiaron y que cumplirán sus promesas”, dice la joven Hosna Jalil, que en 2001, cuando cayeron los talibanes, tenía 9 años.
Jalil recuerda años de brutalidad, golpizas, humillación y de vivir con temor cada vez que iba a la mezquita. Años después, se convirtió en la primera mujer que llegó a un puesto de alto rango en el Ministerio de Interior en Afganistán.
“Como afgana, viví y pasé mi niñez bajo su régimen, pero luché y combatí durante los últimos 20 años por una gran causa”, dice Jalil. “Luché por el futuro de nuestros niños, varones y mujeres. Se los aseguro: no cambiaron nada.”
Traducción de Jaime Arrambide
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