Un discurso convertido en un verdadero show político
WASHINGTON.- Pocas horas antes de que el Senado votara su absolución, el presidente estadounidense, Donald Trump, se presentó ante la cámara que le inició juicio político y demostró cómo planea ganar la reelección: con referencias a algunas de sus políticas, pisoteando los límites del comportamiento que se espera de su investidura en beneficio propio y haciendo lisa y llanamente lo que elimpeachmentlo acusaba de realizar en secreto: utilizar su posición de poder para realzar su imagen política.
Los presidentes siempre usaron su cargo con fines políticos. Cada vez que Barack Obama se presentaba en los actos de campaña de 2012 en el Air Force One, hacía precisamente eso. Cada vez que George W. Bush daba un discurso en una fábrica para promover una política de empleo, también apuntaba a preservar su propio cargo.
Sin embargo, lo que Trump hizo anteanoche fue algo diferente. Fue más explícito, más obvio. Fue el tipo de show que en retrospectiva parece inevitable, el producto de un hombre que hizo su transición a la presidencia sin abandonar su obsesión por la atención televisiva y las mediciones de rating. Si en junio de 2015 le hubieran preguntado a alguien cómo sería la presidencia de Trump, habría apostado que el magnate mezclaría un discurso del Estado de la Unión con algunos giros propios de los youtubers.
Y así fue. Apenas Trump subió al estrado, los republicanos se pusieron a cantar: "¡Cuatro años más!".
El discurso estuvo marcado por la teatralidad. Estuvieron los clásicos momentos de maestría escénica del discurso del Estado de la Unión, como las presentaciones de asistentes entre el público, algo que incorporó el primer presidente-animador, Ronald Reagan.
En un momento, por ejemplo, un aviador de Tuskegee, Charles McGee, de 100 años, fue aplaudido varias veces, con su bisnieto a su lado. Durante su discurso, Trump reveló que había firmado un proyecto para otorgarle a McGee el rango de brigadier general y que le había colgado las estrellas de general en la charretera.
Eso fue sutil en comparación con otros momentos. Trump arremetió contra las deterioradas escuelas públicas y presentó a una niña y su madre que esperaban una beca que le permitiría asistir a la escuela de su elección. Después vino el toque: la beca le había sido concedida. La niña sonreía y su madre se puso a llorar.
Más tarde, Trump presentó a la esposa de un militar, Amy Williams, junto con sus hijos, y la conclusión de la historia ya parecía cantada. "Amy, el sacrificio de tu familia posibilita que todas nuestras familias vivamos en seguridad y en paz. Y te lo queremos agradecer", le dijo a Williams.
"Pero, Amy, quiero decirte algo más", continuó Trump. "Hoy tenemos una sorpresa muy especial. Estoy encantado de informarte que tu esposo volvió de su tarea. Está aquí con nosotros, y ya no podemos hacerlo esperar más".
El sargento de primera clase Townsend Williams se reencontró con su familia. El público, o al menos los republicanos, cantaba "¡U-S-A!".
No hay que desestimar cómo deben de haberse sentido la madre y sus hijos en ese momento, pero tampoco se puede soslayar el costado más cínico del reencuentro, como parte de una campaña de publicidad.
El momento más original hecho a medida de la televisión tuvo lugar cuando Trump estaba hablando del cáncer y de pronto mencionó al comentarista político conservador Rush Limbaugh, quien el lunes pasado anunció que le diagnosticaron cáncer de pulmón. Más temprano, durante el almuerzo, Trump había provocado a la prensa al decir que quería condecorar a Limbaugh con la Medalla Presidencial de la Libertad, una revelación que tuvo inmediata repercusión en los medios.
Cuando Trump anunció durante el discurso que Limbaugh recibiría el reconocimiento, el conductor radial pareció sorprendido. También el resto del público se sorprendió. Limbaugh recibiría la condecoración ahí mismo y se la otorgaría la primera dama.
El discurso del Estado de la Unión, ordenado por la Constitución para informar al Congreso y recomendar políticas públicas, quedó en pausa mientras la esposa del presidente le entregaba el mayor honor civil de la nación a un férreo comentarista de la derecha a ultranza y defensor de Trump.
Las intenciones de Trump parecen bastante fáciles de deducir. En varias ocasiones del discurso se refirió a los motivos por los que los negros estadounidenses podrían apoyar su presidencia. Después le entregó una beca a una adorable niña negra. Sabe que tiene un problema con las mujeres de las zonas suburbanas. ¿Acaso hay mayor caricia para el alma que el reencuentro de una mujer con su esposo y de sus hijos con su padre?
Una vez más, la política y la presidencia se superponen, aunque no suelen hacerlo de un modo tan ostensible.
El meollo del escándalo ucraniano era la acusación de que Trump buscó sacar ventaja para su reelección al pedirle al presidente de Ucrania que investigara al exvicepresidente Joe Biden, un pedido hecho bajo amenaza de suspender la ayuda militar a ese país. Anteanoche, vimos la versión doméstica completa de ese tipo de maniobra, un presidente que conoce todo lo que funciona bien en la televisión y en internet que usa una gran plataforma para apretar justamente esos botones.
¿Y quién puede quejarse? Los demócratas no pueden culpar a una niña que obtiene mejores oportunidades educativas ni a unos niños que reciben a su padre de vuelta en su casa. Por eso funcionó todo el espectáculo de Trump. Nadie podría objetarle lo que hizo específicamente, solo en abstracto, en los minuciosos artículos que dan cuenta de lo sucedido. Los demócratas que no aplaudieron con entusiasmo fueron rápidamente atacados por los defensores de Trump en las redes sociales, tal como esperaban hacerlo.
Anteanoche, la presidencia de Trump cambió, aunque sutilmente. De acá a noviembre, seguramente veamos mucho más del Trump presidente-candidato.
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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